No conoces a Jack (You Don't Know Jack, 2010)

Páginas68-69
CINE
68 El Mundo del Abogado
Cuando pienso en Al
Pacino, lo primero que
se me viene a la mente es
aquel joven inexperto que
acaba convirtiéndose en jefe
de a aa e El Padrino y
arrasa con sus rivales, uno a
uno. Pero pienso, también, en
Scarface o en Serpico.
O en el coronel ciego de
Scent of a woman, aconse-
jando a su improvisado dis-
cípulo y bailando al ritmo de
Dance Me to the End of Love,
de Leonard Cohen. La verdad,
sin embargo, es que no
sabría quién es el auténtico
Al Pacino: en cada película
se esfuma para dar vida a un
personaje. Esto es lo que le
convierte en gran actor.
Lo mismo ocurre con You
Don’t Know Jack (2010), don-
de caracteriza a Jack Kevor-
kian (1928-2011), el médico
de Michigan que, entre 1990
y 1998, aplicó la eutanasia a
130 “pacientes”, convencido
de que la muerte era para
ellos mejor opción. Resuel-
to a convertir su causa en
bandera, sólo una sentencia
judicial pudo detenerlo y
enviarlo a prisión.
La película comienza
con un hombrecillo enjuto y
jorobado que mira, a través
una ventana, a una mujer
que agoniza en un hospital.
Es Jack Kevorkian. La escena
de la moribunda le ha
recordado a su madre, quien
sufrió intensamente durante
sus últimos días. Entonces
decide imitar “lo que ya se
hace en Europa” y construir
una máquina para propor-
cionar una muerte indolora
No conoces a Jack
(You Don’t Know Jack, 2010)
Gerardo Laveaga
a quienes han perdido toda
calidad en la suya.
Quiero “dejar mi huella
en la historia de la medici-
na”, declara ante sus amigos,
médicos jubilados como él.
Les recuerda que el hecho
de que ya no esté en fun-
ce  ca e eé
retirado. Así, con la ayuda de
Neal Nicol (John Goodman),
uno de ellos, y de su herma-
na Margo (Brenda Baccaro),
por 15 dólares compra en la
tlapalería artículos que le
permitan armar su rudimen-
tario y mortal dispositivo.
Su primera “paciente”
es una mujer a la que han
diagnosticado Parkinson y
a quien aguarda un futuro
desolador. La presidenta de
la sociedad Hellmock (Susan
Sarandon) había accedido
a prestar su casa pero, en el
último momento, cambia de
opinión. Este contratiempo
no detiene a Kevorkian,
quien lleva a la voluntaria
a su propia camioneta. Ahí
hace que ella misma jale
el cordón que desata las
sustancias y le privan de la
vida. A partir de ahí, vendrá
un éxito tras otro.
La máquina se activa
cuando el propio paciente
libera una solución que le
sume en un profundo sueño
y otras dos que le provo-
can la muerte. Más tarde,
cambiará a una mascarilla
de gas —Mercitron— para
que los pacientes inhalen
monóxido de carbono. En
ambos casos, sin dolor.
Pe e ca de De
(Dick Thompson), un hombre
obsesionado por aplicar la
ley al precio que sea, sin
preguntarse si quiera si ésta
es justa o pertinente, decide
que nadie puede jugar a ser
Dios. Así, comienza a perse-
guirlo sin tregua. Kevorkian
se ve obligado a solicitar la
ada de abad Gee
Fee Da H
quien le apoya sin cobrar un
centavo. Ambos burlan al
ca a  a e A  de
cuentas, no hay delito que
perseguir.
El gobernador de Michi-
gan, sin embargo, preocu-
pado porque en su estado
se esté promocionando la
eutanasia, consigue que la
cámara estatal elabore una
ley que penalice el suicidio
asistido. Kevorkian acaba en
el banquillo de un tribunal,
como acusado. Los funda-
mentalistas católicos, que
asedian al protagonista no-
che y día, están de plácemes.
Pero el gusto les dura poco.
Gracias a la recomen-
dación de su abogado,
Kevorkian ha grabado a los
“pacientes” y a sus familiares
antes de facilitar el suicidio.
Cuando el jurado mira las
grabaciones y escucha los
testimonios de dolor de es-
a ade  beeca
del Doctor Muerte, como co-
mienzan a motejarlo en los
medios, queda conmovido.
Invariablemente, le declaran
inocente. “La ley”, dice algu-
no, “está tan mal hecha que
no tiene que obedecerse”.
Los triunfos judiciales, las
entrevistas y hasta la porta-
da de Time ensoberbecen a

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