Nietzsche: pretotalitario, posmoderno

AutorSheldon S. Wolin
Páginas590-643
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XIII. NIETZSCHE: PRETOTALITARIO, POSMODERNO
DE LA ECONOMÍA A LA CULTURA
Tienen algo de lo que están orgullosos. ¿Cómo llaman
a eso que los llena de orgullo? Cultura lo llaman…
FRIEDRICH NIETZSCHE1
Marx y los economistas clásicos estaban de acuerdo en que la economía era la
esencia de lo político, del bien común y del bienestar de los ciudadanos; en que
en una sociedad constituida adecuadamente, que gozara de un amplio consen-
so sobre los elementos fundamentales económicos y políticos, la política como
disputa por el poder no tendría más que un papel secundario; que la principal
actividad del Estado, o de lo que quedara de él después de las actividades de
guerra y la aplicación de la ley, sería sólo administrativa. Estas tendencias con-
fluentes tuvieron un origen común en la revolución y Marx se apropió de las
dos. La “realización de la revolución”, ya sea en una utopía comunista o en la
política gradual acumulativa de los gobiernos liberales, sugiere que las diferen-
cias entre la teoría y la práctica se limaban en la medida en que la práctica pa-
recía estar cada vez en mayor sintonía con las perspectivas de la teoría.2
Cuando surgió un desafío como interés primordial de la economía, no sólo
trajo consigo un enfoque diferente, sino también un lugar nuevo que la teoría
podía demarcar como un entorno distinto de los determinismos de las econo-
mías poderosas y descubrir nuevas potencialidades del poder moderno. Este
nuevo sitio puede ser descrito en un sentido amplio como “cultura”; su reto es
“la política de la superestructura”; sus formas de acción son críticas más que re-
volucionarias, y su principal protagonista es el intelectual académico instruido.
Hay algo sorprendente en el surgimiento de un entorno cultural que se opo-
1 Fiedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, Alianza, Madrid,
1972, “Prólogo”, p. 38.
2 Un signo de estos avances fue el surgimiento de la ciencia política como una disciplina acadé-
mica hacia  nales del siglo XIX. Sus fundadores enfatizaron la importancia de la administración al
mismo tiempo que veían a la teoría política como una actividad inofensiva relacionada con la histo-
ria de la idea de Estado. Sobre el interés en la administración, véase Dwight Waldo, The Administra-
tive State, Ronald Press, Nueva York, 1948 [existe traducción al español: Administración pública: la
función administrativa, los sistemas de organización y otros aspectos, Trillas, México, 1980]. Véase
también el estudio crítico de David Ricci, The Tragedy of Political Science: Politics, Scholarship, and
Democracy [La tragedia de las ciencias políticas: política, erudición y democracia], Yale University
Press, New Haven, 1984.
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ne al de la economía, el de la política liberal y el de la administración del Esta-
do
y que desafía la idea moderna de la revolución como movimiento popular.
Desde Montesquieu, Hume y Burke, la cultura ha tendido a ser el ámbito de los
teóricos conservadores que la identificaban con los hábitos, costumbres, pre-
juicios y tradiciones religiosas nacionales. La concepción conservadora refleja-
ba, y suponía, el ritmo más lento del cambio de sociedades asentadas y princi-
palmente agrícolas en las que el alfabetismo y la participación política eran
sumamente limitados. Ya que la cultura tradicional estaba arraigada entre las cla-
ses más bajas, se suponía que servía como fuerza contrarrevolu cionaria de la
estabilidad y control social. Implicaba la aceptación sin razonamientos ni críti-
cas de las normas sociales; era un medio para mitigar el entusiasmo de las masas,
y un medio tanto para reprimir el poder como para ejercerlo.
Un signo poderoso de cambios inminentes en la importancia de la cultura
fue la Democracia en América (1957) de Alexis de Tocqueville. Según el autor, la
sociedad de los Estados Unidos era vigorosa y cambiante, la soberanía popular
era un hecho y no ficción, la gente común era inusitadamente ilustrada y la cul-
tura abrumadoramente popular, aunque de carácter conservador. El contenido
de la cultura democrática, según lo describe Tocqueville, era cualitativamente
diferente de los prejuicios irreflexivos favorecidos por Burke. La democracia des-
arrollaba sus propias versiones de la literatura, de la filosofía, e incluso de la
ciencia, y así alteraba la brecha entre la cultura “alta” y la “baja”. El fenómeno
de la cultura democrática se vio reforzado por la proliferación de periódicos,
folletos y libros que daban testimonio del papel democratizador de la tecnología
en la producción y difusión de la cultura.3
¿Qué estaba en juego en ese cambio de la economía a la cultura? ¿Era aca-
so la continua descomposición del simbolismo político o esperanzador de una
política nueva, inmaterial, libre de cualquier ilusión política y preparada para
frenar la hegemonía de la economía? ¿Y qué forma podría adoptar una teoría
política de la cultura, además de la de protectora del orden establecido?
Aunque en el siglo XIX hubo varias personas distinguidas que hicieron apor-
taciones importantes al tema de la cultura (Tocqueville, Jacob Burkhardt y
Ernst Renan, entre otros), Friedrich Nietzsche sobresale a todas luces, no sólo
por la magnitud y lucidez de sus textos, sino por la enorme trascendencia que
tuvieron sus ideas durante el siglo XX y aún después. Se puede decir que Nietzs-
che escribió tanto el epitafio crítico de la cultura de la modernidad, con su fe
3 Ya he hablado de las ideas de Tocqueville sobre la cultura estadunidense en Tocqueville:
Between Two Worlds [Tocqueville: entre dos mundos], Princeton University Press, Princeton, 2001.
La difusión de las ideas durante la Revolución francesa ha sido estudiada minuciosamente, véase
Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, trad.
de Carlos Valdés, FCE, México, 1987. Roger Chartier, Cultural History: Between Practices and Repre-
sentations, Cornell University Press, Ítaca, 1988, pp. 95 y ss. analiza el carácter de este estudio [exis-
te traducción al español: El mundo como representación: estudios sobre historia cultural, Gedisa,
Barcelona, 1992].
592 SEGUNDA PARTE
en la revolución política y económica, como el epígrafe que anticipaba la pos-
modernidad, con su esperanza en una revolución cultural.
Nietzsche también llama nuestra atención como contraste ilustrativo con
Marx, que apunta al carácter complejo de los patrones de pensamiento que ilu-
minaron y oscurecieron el siglo XX. Nietzsche compartió el desprecio de Marx
hacia el capitalismo y su talento para los comentarios aparentemente casuales
contra el semitismo y, junto con Marx, se le atribuyó la no muy convincente
distinción de ser culpable de las peores tiranías del siglo. No obstante, lo im-
portante es el contraste.
Marx ofrece una pauta decisiva para entender hasta qué punto los teóricos
posteriores se han desviado del interés por la gente común, especialmente por
las privaciones materiales y culturales de la amplia mayoría de la humanidad.
Nietzsche, por el contrario, especifica las diferentes opiniones y elogia las sen-
sibilidades, tanto “altas” como “bajas”, que pudieran liberar a la teoría de esas
pesadas cargas: “Los espíritus más fuertes y más malos”, proclamó, “han sido
hasta ahora los que mayores progresos han reportado a la humanidad”.4 Mien-
tras que Marx expuso el elemento destructivo del poder moderno, también tra-
tó de rescatar lo que prometía. Nietzsche decidió ignorar el poder productivo y
la tecnología y se concentró en el “nihilismo”, el poder destructivo del desen-
canto intelectual que permitía a unos cuantos observar a través de las cons-
trucciones fabricadas para la cultura y exponer “la extraordinaria economía de
la conservación de la especie” y los “altos precios” que exigía de esos Pocos.5
Aunque los dos eran maestros de la teoría crítica que expone los supuestos y
ataca las conclusiones de las ortodoxias dominantes de su época, para Marx,
la crítica sólo era un requisito preliminar para la reconstrucción de la teoría
y la construcción de una sociedad justa. Lo que le importaba a Nietz sche era
la actividad crítica en sí misma, incluso hasta el punto de defender lo antiteó-
rico. La teoría de Nietzsche no tiene destino, no tiene un punto de descanso,
ninguna concepción de una sociedad justa. Donde Marx se imagina y pelea
por un mundo en el que la teoría crítica simplemente no tiene una razón de
ser, Nietzsche presenta un mundo que reproduce continuamente las condicio-
nes sobre las que la teoría crítica podría ser alimentada sin cesar. Concebía el
intelecto como una forma de provocación continua. Nietzsche fue único en la
historia de la teoría política al ubicar la destrucción y el cultivo de sus artes o,
mejor dicho, sus oficios, en el centro de una nueva concepción de la acción
intelectual.
4 Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, F. Sempere y Compañía, Valencia, 1990, I.4, p. 17.
5 La gaya ciencia, I.1, p. 11.

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