Lo natural: una ambigua palabra
Autor | Teresa Kwiatkowska |
Páginas | 83-105 |
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Lo natural: una ambigua palabra
A
menudo, el argumento sustancial de conceder un valor intrínseco a los entes
vivos se relaciona con la “naturalidad” del organismo, de la especie o del
ecosistema. Por consiguiente y con tendencia de ética aplicada, tales pre-
guntas conducen a una refl exión metafísica acerca de lo que signifi ca lo natural. A
primera vista, la respuesta parece ser evidente; los árboles, las plantas, las rocas, el
mar, los animales, las estrellas son cosas naturales y son también los elementos na-
turales que estamos destruyendo con el rápido crecimiento de las ciudades, la basura
generada en ellas, y con diversos contaminantes emitidos por coches, aviones y más.
Sin embargo, este tipo de defi niciones, prima facie, pierden el sustento cuando las
exploramos más a fondo; si todo lo que nos rodea es natural, la pregunta obligada es:
¿son naturales también los elementos vivos que ya han sido manipulados o determi-
nados por los humanos?; por ejemplo, ¿es natural el pasto simétricamente cortado del
vecino? En nuestros días, este tipo de preguntas provocan, habitualmente, encarnizadas
discusiones que recaen en la idea de que lo genuinamente salvaje, virgen o primario
o simplemente lo no humano es auténticamente natural. Los fi lósofos ambientales
discuten el tema referente a los espacios “naturales”, al mismo tiempo que argumentan
la imposibilidad de la restauración ecológica para volver a las condiciones “naturales”;
ven la “naturalidad” como un requisito de las áreas silvestres (wilderness), sin haber
llegado a un consenso respecto al signifi cado del término “natural”.
En el año 1876, Henry Sidgwick, profesor de la fi losofía moral de Cambridge, en
su refl exión metodológica sobre la objetividad y la racionalidad de las valoraciones
y de los juicios morales sostiene:
Las nociones actuales fi losófi cas propias de los sistemas o formas de pensamiento, más
recientemente aceptados en cualquier época o país, son aptas para ejercer una infl uencia
CONTROVERSIAS DE LA ÉTICA AMBIENTAL
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sobre la mente del hombre, con frecuencia en proporción inversa a la claridad con la que
las nociones mismas fueron concebidas, y la evidencia de las doctrinas fi losófi cas implicada
en su aceptación es examinada y valorada.1
Uno puede fácilmente imaginarse lo que él hubiera dicho sobre algunas cuestiones
que rondan la ética ambiental.
Sería insensato asumir que el concepto de “lo natural” es una entidad estática, cuya
defi nición está determinada por ciertas características de la ciencia natural moderna,
en particular por la biología actual. Conviene recordar que los conceptos que se en-
cuentran en muchos documentos, ya sea contemporáneos o del pasado, refl ejan una
relación histórica, entre los seres humanos, la tierra y el paisaje, que va más allá de la
consideración de los copistas, los cartógrafos, o los fi lósofos de ofi cina, pues contienen
huellas de tiempos diversos. Su signifi cado recoge evidencias inmensamente varia-
bles; desde la recolección de herramientas prehistóricas en hallazgos de excavaciones
arqueológicas hasta un moderno hábito como la jardinería. Desde esta perspectiva,
se intenta defi nir “la esencia de lo natural”, a través de un sistema de signifi cados,
cuya parte importante proviene de las ciencias de la vida que penetran en los cambios
de los ecosistemas utilizados por varios milenios, tales como la deforestación, los
incendios y el pastoreo. De esta forma, dicha defi nición describe o explica “objeti-
vamente” lo que hipotéticamente es “natural”. El otro signifi cado es espiritual, vivo
e intuitivo y arrojó como resultado la designación de territorios para la conservación
de parques nacionales, reservas de biosfera o áreas de belleza natural sobresaliente.
Partiendo de ahí, para poder extraer consecuencias generales de esta situación con-
ceptual, tampoco debemos perder de vista la interpretación de un concepto como el
de “paisaje moderno”. Varios científi cos y fi lósofos ambientales presuponen que estas
entidades “naturales”, designadas por decreto, son una consecuencia de la actividad
humana, y por tanto artefactos, a pesar de que gozan de una vida independiente. Idea
que, además, arroja una de las más interesantes y controvertibles consecuencias de
la fascinación humana por lo primitivo u original y que, enlazada íntimamente con
la tradición fi losófi ca y cultural occidental, llega a distanciar a la humanidad de lo
natural. Más aún, esta forma de pensamiento, al ser la continuación y la amplifi cación
de las creencias tradicionales, ha logrado infl uir en las prácticas contemporáneas de
conservación ambiental; en la modernidad, marcada por la expansión del dominio
vital de los humanos, parece un acto sensible separar y aislar los espacios naturales
considerados silvestres o prístinos.
1 Véase Henry Sidgwick, The Methods of Ethics, Macmillan & Co. Ltd., Londres, 1874/1963.
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