¿Nacimos corruptos o aprendimos a serlo?

AutorAdriana Peralta Ramos
Páginas45-62

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En principio, definimos a la corrupción como “toda acción u omisión humana que transgrede la normatividad legal y ética, mediante el abuso del poder político o económico, con la finalidad de obtener ventajosamente un beneficio personal”.

La corrupción, así entendida, la vemos por desgracia en nuestro México, como una práctica generalizada en todos los sectores, aunque más acentuada en nuestros gobernantes.

De ahí que nos surja la pregunta: ¿nacemos corruptos? o en otras palabras, ¿somos corruptos por naturaleza?

Estas interrogantes nos llevan, irremediablemente, a reflexionar sobre la afirmación que hace Tomás Hobbes, cuando éste afirma que el ser humano es egoísta y malo por naturaleza, que “el hombre es el lobo del hombre” (homo homini lupus est).

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Reflexionamos, entonces: Hobbes tiene un margen de verdad al afirmar que somos egoístas por naturaleza, algo que podríamos traducir en que el ser humano es ambicioso por su propia naturaleza para poseer más riqueza y poder. Pero esta ambición natural no justifica el uso de medios ilegales y antiéticos para su consecución, como serían el crimen o, precisamente, la corrupción.

El ser humano no es corrupto por naturaleza, pues aceptarlo sería adoptar una postura fatalista o determinista, que nos llevaría a sostener que no es responsable de su corrupción, bondad o maldad de sus actos, ya que está programado filogenéticamente (por naturaleza) para cometer este tipo de conductas.

Equivaldría, entonces, a admitir que todas nuestras conductas corruptas, son efecto de causas ajenas a nuestra voluntad, inmersas en una relación causal. Es ?para que se entienda? como querer responsabilizar a una piedra que cae por la acción de un sismo y golpea o mata a una persona, por el delito de lesiones u homicidio. Si la piedra hablara, nos diría, seguramente, que no tiene responsabilidad alguna por ese hecho, ya que no tuvo la alternativa entre caer y no caer; simplemente, su caída fue consecuencia de estar inmersa en la ley gravitacional.

Quienes sí apoyarían la corrupción ?como consecuencia de un fatalismo o determinismo? serían Zenón de Citio (con su estoicismo) y Baruch Spinoza (con su determinismo).

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Los estoicos afirmaban que el universo es un todo con movimiento divino y que nada escapa a la ley que lo rige todo. Los hechos están predeterminados por una cadena inquebrantable. La necesidad que rige el universo se le llama destino y éste es el orden necesario y racional, siendo una cadena de causas. Los estoicos, a partir de esta concepción determinista, nos hablan de que todos los humanos deben regir su vida bajo el principio vivire secundum naturam (“vivir de acuerdo a los dictados de la naturaleza”).

De conformidad con esta filosofía, habríamos de aceptar todo lo establecido por la naturaleza o destino, y nunca oponernos a ello; pues, de lo contrario, estaríamos actuando “contra natura”. El estoicismo, en nuestra lógica, se identifica con el determinismo, negando con ello la libertad humana.

De hecho, Zenón de Citio (fundador del estoicismo), dio testimonio de su doctrina con su propia muerte.

Se dice que un día, al salir a dar su clase (enseñaba en el pórtico de su casa; de ahí el nombre de esta doctrina filosófica: stoa=puerta; ismo=doctrina) se tropezó; y, al verse lastimado, tocó a la tierra diciéndole: “tierra: ya te escuché, allá voy”, y diciendo esto, se estranguló.

Zenón de Citio vio, en esa caída, que la voluntad de la naturaleza era que él muriera; y, dado que su doctrina era acatar la voluntad de la naturaleza, él obedeció ciegamente esa manifestación.

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Inferimos que el estoicismo puede tener validez, siempre y cuando las disposiciones de la naturaleza sean acordes con la razón humana, lo que implica un ejercicio de nuestra libertad. El identificar, dogmáticamente, lo natural con la voluntad divina o naturaleza, equivaldría a convertirnos en seres inmersos en la causalidad y sin libertad. Como ejemplo de esto, podríamos citar la disposición bíblica del matrimonio, cuando se les dice a los recién casados que “deben aceptar los hijos que Dios les mande”; sentencia que podemos admitir, siempre y cuando ese número de hijos sea conforme a los dictados de nuestra razón; misma que buscará no sólo dar existencia biológica a los hijos, sino vida en plenitud, actitud que nuevamente revela un aspecto de la libertad humana.

En el mismo sentido, si la naturaleza humana nos lleva a la ambición de ser y tener más, pensamos que esta ambición debe ser aprobada por nuestra razón.

Identificar ambición con corrupción es querer justificar esta última, atribuyéndola en forma ilógica a una naturaleza que no tenemos. Suponemos que el egoísmo y la ambición sí son naturales en nosotros ?como Homo sapiens? pero resulta inaceptable el principio maquiavélico de “el fin justifica los medios”.

La corrupción es un medio ilícito, antiético y, sobre todo, antinatural.

Otro pensador que nos habla del determinismo (o fatalismo), y en el que tal vez los corruptos pudieran escudarse es

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Baruch Spinoza, quien sostiene que la experiencia enseña que los hombres creen ser libres sólo porque son conscientes de sus acciones, pero ignoran las causas que las determinan. La idea de libertad se reduce ?en la perspectiva de Spinoza? al desconocimiento de las causas que generan las acciones humanas.

El ser humano está sujeto al determinismo causal, mismo que no desaparece por no tener conciencia de ello.

Para comprender la filosofía de Spinoza nos podría servir de ejemplo el siguiente: cuando fumamos un cigarrillo, afirmamos que lo hacemos en ejercicio de nuestra libertad; Spinoza, seguramente, nos diría que esto no es cierto, que lo hacemos porque una ley fisiológica o psicológica nos “empuja” a hacerlo en forma...

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