La muñeca

AutorHeberto Castillo
Páginas165-167
165
El fuerte calor de Tuxtla Gutiérrez queda atrás de las curvas del
camino. El autobús de segunda clase se acerca a San Cristóbal de
las Casas. Viajamos con empleados, pequeños comerciantes, estu-
diantes y campesinos indígenas. Tienen privilegios los
ladinos
, como
llaman a los mestizos los indios tzotziles, chamulas, zentales, cho-
les, tojolabales y zinacantecos: las indias y los indios les ceden el
asiento. Es una vieja costumbre, explica alguien.
Llegamos a San Cristóbal, donde las tejas rojas del caserío se
desparraman por las faldas de los cerros. Hace frío, aunque un es-
pléndido sol de medio día cae a plomo del cielo despejado.
La asamblea popular que celebramos tendrá lugar hasta las seis
de la tarde. Tenemos tiempo para caminar por las callejuelas retor-
cidas y escarpadas de San Cristóbal. Vamos por ellas, hasta el mer-
cado lleno de frutas, quesos, dulces, pan de manteca y huevo; ves-
tidos, rebozos, listones, sombreros, huaraches y muchos otros
productos de la región.
Cerca del mercado hay norteamericanas jóvenes de compras
que regatean para obtener mejor precio por la ropa que las indias
La muñeca

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