Mujeres non sanctas: vicio, sexo y perversión

AutorMartha Santillán Esqueda
Páginas69-140

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EN 1940 COMENZÓ una nueva etapa de saneamiento y moralización de la capital mexicana que pretendía controlar prácticas crimonógenas en torno al sexo y al consumo de sustancias enervantes. Sexo, alcohol y crimen se veían como una temida “trinidad degenerativa” que tenía como principales escenarios cabarets, rechimales,1cantinas, cervecerías, burdeles, hoteles de paso, restaurantes “íntimos”, academias y salones de baile. Estos sitios eran considerados violentos centros delictivos, dispensarios de drogas, espacios de explotación sexual y origen de enfermedades infecciosas. Si bien es cierto que aquella limpieza social y moral tenía detrás una reorganización de la Ciudad de México, también buscaba modificar hábitos de los capitalinos considerados envilecedores, que en opinión de especialistas y autoridades impedían la consolidación de una moral sexual basada en la familia.

Para los grupos en el poder la tarea de “civilizar a la nación” requería un proyecto higiénico y otro ético que, según Elsa Muñiz, se sustentaba en una “política sexual que se arraigaba en el tradicional duplo religioso cuerpoalma y en la inferioridad de las mujeres frente a la superioridad de los hombres”.2En este sentido, el control de la sexualidad cobraba singular interés, no sólo en el terreno de las políticas pronatalistas, sino también en lo referente a la salud, la decencia y el decoro.

De acuerdo con Muñiz:

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la política sexual que se impuso durante el poririato y sentó sus bases reales en la elite y algunos sectores medios urbanos que empezaron a crecer a finales del siglo XIX, se afianzó durante los primeros años de posrevolución. La institucionalización de los patrones de comportamiento para los sujetos femeninos y masculinos […] institucionalizó también al sexo procreador en el seno del matrimonio y las relaciones heterosexuales prescribiendo sic> el perturbador sexo comercial, así como las relaciones homosexuales. Así, junto con el ideal del matrimonio monogámico, la familia nuclear y el culto de la clase media a la vida hogareña, se afirmaron las representaciones de la mujer femenina como madre, mujer que niega su sexualidad erótica, y por oposición, de la prostituta, como la mujer sexual y sensual hecha para el erotismo y el placer pasajero.3

En tal sentido, y tras una lucha ardua, en febrero de 1940 se buscó eliminar toda forma legal de explotación sexual al derogarse el Reglamento para el Ejercicio de la Prostitución;4a la vez, y como soporte a dicha política, se emitió el Reglamento contra las Enfermedades Venéreas y se reformó el Código Penal. Respecto a éste, se reconfiguró el Título VII, “Delitos contra la salud”, en dos capítulos: “la tenencia y tráfico de enervantes” y se anexó el de “peligro de contagio”. Asimismo, se ajustaron los conceptos de lenocinio y de ultrajes a la moral a las nuevas exigencias, y se incorporó el delito de incitación a la prostitución; todos contenidos en el Título VIII, “Delitos contra la moral pública”.

Sin embargo, como consecuencia de la desaparición de los burdeles autorizados comenzaron a instalarse a lo largo y ancho de la ciudad casas ilegales de prostitución y todo tipo de lugares donde se distendía la moral. Años más tarde, en febrero de 1944 se llevó a cabo en el Distrito Federal la Asamblea contra el Vicio, convocada por el regente de la ciudad, Javier Rojo Gómez, con la finalidad de que especialistas

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de áreas y disciplinas diversas como la medicina, la criminología y el Derecho formularan estrategias para coadyuvar con “la protección de la familia y la consolidación del hogar sobre bases sólidas y tradicionales, […] la integración del patrimonio familiar y la conservación austera de las costumbres honestas en la mujer mexicana”.5Así, se esperaba que los expertos brindaran soluciones inmediatas a “graves problemas” sociales como el alcoholismo, las toxicomanías, la prostitución y el contagio venéreo, buscando que con ello disminuyera la relajación de las costumbres y también la delincuencia.6Después de varios días de sesión, los congresistas estipularon que para “combatir las lacras sociales” y proteger a la juventud, “máxime si se advierte que la mayor parte de sus víctimas frecuentan lugares donde se fomentan los bajos instintos y se produce la degeneración por falta de sitios adecuados de recreaciones y divertimentos benéicos”, era indispensable fortalecer el desarrollo intelectual y físico de las nuevas generaciones, para lo cual sugerían la implementación de actividades atléticas escolares, la creación de centros deportivos, de espectáculos culturales y lugares de esparcimiento y diversión.7Cabe destacar que los especialistas también recomendaron “la creación de una cárcel especial para mujeres” pues se consideraba fundamental luchar “contra el desarrollo de los vicios entre las mujeres recluidas en la Penitenciaria del Distrito Federal”,8proyecto penitenciario que se vería realizado en 1954.

Como resultado de dicho congreso se emitió en mayo de 1944, un nuevo reglamento de caféscantantes o cabarets y salones de baile.9

Se esperaba que con la efectiva regulación de la vida nocturna, desapareciera el sexo comercial y disminuyera el crimen; para ello era necesario “desplazar a las mujeres de los cabarets”. El reglamento prohibía la actividad de las ficheras, esto es la estancia de “mujeres solas, que perciben comisión por el consumo que haga el cliente”.10

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No obstante estas indicaciones, como la mayoría de las estipuladas, no se cumplían.

En efecto, todos aquellos esfuerzos no fueron suicientes para contener la dispersión por la ciudad de los llamados centros de vicio.11

En 1947, habitantes de diversas “colonias en formación” expresaban su disgusto al licenciado Casas Alamán, jefe del Departamento del Distrito Federal, porque “apenas aparecieron los primeros grupos de casas en las nuevas colonias, cuando a su vez se abrieron cantinas y pulquerías”, especialmente en las zonas oriente y sur de la ciudad, donde estaban asentándose las clases medias acomodadas.12El número de cantinas, pulquerías, cervecerías, restaurantes, fondas, igones, cabarets, rechimales, salones y academias de baile, casinos, clubes y centros recreativos, registrados en el Distrito Federal en 1938 era de 2 626; para 1940 la cifra creció a 3 595 lugares y para 1944 alcanzó los 4 618. Tras de la emisión del nuevo Reglamento de caféscantantes y salones de baile, a partir de 1945 se controló su aumento manteniéndose en 3 500 lugares promedio hasta 1955.13Sin embargo, tal incremento no era del todo desproporcionado si consideramos que la población capitalina crecía de manera considerable.14

Carlos Medina afirma que la “época de oro” del cabaret en México se desarrolló precisamente entre las décadas de los treinta y cincuenta.15

Estos lugares se entremezclaban con las nuevas redes de prostitución

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y trata de personas, el consumo de sustancias tóxicas y el alcoholismo, la diversión y el crimen.

A pesar de los esfuerzos por normar la vida nocturna y penalizar ciertos hábitos y conductas consumados en estos sitos, no disminuyó la ingesta de alcohol y drogas, mucho menos el tráfico de narcóticos o la prostitución, en tanto que las conductas delictivas (principalmente agresiones físicas y robos) no menguaron en lo absoluto. La vida nocturna, ligada al comercio de enervantes y el sexual, se convertía en un gran negocio que ni las reglamentaciones ni las campañas de moralización pudieron contener; por el contrario, encontró nuevos derroteros.

Carlos Medina y Carlos Vargas Ocaña exponen que ello se debió a diversas causas: la configuración del “mito de la vida nocturna” a través del cine16y la canción popular;17 el aumento de la población capitalina que exigía lugares de esparcimiento; el prometedor negocio del “antro” que defendían propietarios/as y que se encontraba siempre al acecho de nuevos inversionistas; viejas prácticas en las que autoridades, dueños/as y empleados/as acostumbraban a dirimir sus problemas al margen de la ley, lo cual con el abolicionismo y la reglamentación de la vida nocturna exacerbó la corrupción existente; la regular y creciente asistencia de parroquianos en búsqueda de sexo fuera del núcleo conyugal; el machismo; y, por último, la presencia indiscutible de mujeres trabajadoras (meseras, ficheras, cabareteras, bailarinas y prostitutas) quienes solían ser explotadas pero que a la vez encontraban en este ámbito laboral una fuente importante —cuando no la única— de subsistencia.18

Los crímenes estudiados en este capítulo suceden en un contexto en el que convergen los esfuerzos desplegados por el Estado a través de la penalización de ciertas prácticas de viejo cuño en torno al sexo

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y al consumo de enervantes, al tiempo que se expandía la industria del entretenimiento y el comercio sexual, ámbitos que tenían como ingredientes a mujeres, alcohol y crimen. Los procesos judiciales por diversos delitos sexuales, contra la moral y contra la salud abren una posibilidad de compresión de las formas en que las mujeres se desenvolvían en el ámbito de la noche y los bajos fondos, las maneras que tenían para desarrollarse —cuando no para sobrevivir— económicamente dentro de estos espacios. Asimismo, constatamos que este tipo de transgresiones —delictivas o no— no sólo acontecían en los “centros de vicio”, aun cuando éstos eran los escenarios más comunes...

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