El mito del indio Goitia

AutorAndrés Henestrosa
Páginas231-232
Y era aquí donde yo quería llegar. Una de las llamadas del tomo I, página 147,
da como cosa hecha que el artículo es de Sierra, y como corresponde a una
época muy anterior a la suposición de Martínez, y como no aparece con signo
de interrogación, parece indudable que al atribuirlo al maestro mexicano, lo
hice con conocimiento de causa, quizá basado en el testimonio de alguien que
ahora no puedo recordar. Porque estos son los resultados de confiar los datos a
la memoria, y los de no escribir a tiempo las cosas que se van descubriendo y
estableciendo: que cuando pasan los años se olvida la fuente, o viene otra per-
sona a descubrir lo mismo, lo cual, bien visto, no tiene la menor importancia,
pues redunda en provecho de nuestra cultura literaria. Y éste el caso presente.
“El judío errante”, así como otra pieza firmada por “Robustiana Armiño” –“La
Pascua de Resurrección en Oriente y Occidente” (El Federalista, 1874)– “tie-
nen algo del estilo de los Cuentos Románticos, pero también otros rasgos que no
parecen los característicos de los escritos de J.S.”, escribe José Luis Martínez.
Y tiene razón. Pero el hecho de que yo por mi lado, con la ayuda de algún dato
perdido, o sin ella, haya apuntado igual sospecha, es un elemento que viene a
reforzar el indicio. ¿No recuerda ese seudónimo femenino un poco el que usó
Vicente Riva Palacio, “Rosa Espino”, y que tanto divirtió a poetas y escritores
de aquel tiempo? Y no sería osado suponer que Justo Sierra, que tan gran ad-
miración profesaba al General, quisiera repetir un poco su ocurrencia. Y esto
más: ¿esa nota erudita referida a las andanzas del Judío Errante que aparece
al pie de la página inicial, no denuncia una de las aficiones del que más tarde
iba a ser un excelso historiador?
25 de julio de 1954
El mito del indio Goitia
En el grupo de los grandes artistas que iniciaron el renacimiento de la pintura
mexicana, destaca Francisco Goitia, o el Indio Goitia, como algunos le llaman.
Hombre solitario, tranquilo, sin urgencias, sin espectáculo, que no necesita
mostrarse para existir, que camina hacia sí mismo seguro de que no hay otro
camino para llegar a los demás, parece que se oculta para no agraviar a nadie
con su genio, con su obra, hasta el grado que pudiera decirse que se disculpa,
que tiene pudor, que teme que lo confundan. Como Juan Ruiz de Alarcón en
AÑO 1954
ALACE NA DE MINUCI AS 231

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