Las migraciones centroamericanas al norte: ¿hacia un sistema migratorio regional?

AutorManuel Ángel Castillo
Cargo del AutorProfesor investigador, Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales (cedua), El Colegio de México
Páginas173-191
Las tendencias recientes de las migraciones
internacionales en Centroamérica
EL PATRÓN DE movilidad de la población de los países centroamericanos, a lo
largo de la mayor parte del siglo XX, fue predominantemente de carácter inter-
no. Durante mucho tiempo, incluso como un resabio del modelo de ocupación
del territorio y de explotación de los recursos naturales propio del siglo XIX,
las formas de producción agropecuaria recuperaron la principal “virtud” del
modelo de dominación colonial. Es decir, que se apoyaron fundamentalmente
en la amplia disponibilidad de mano de obra de carácter rural y, en una elevada
proporción, de origen indígena.
De ahí que la conformación de los latifundios y la legislación propia de
las reformas liberales contribuyeron a que la mano de obra se desplazara a las
unidades de producción –incluso en algunos casos bajo modalidades forzosas–,
principalmente de los productos de exportación que se desarrollaron y consoli-
daron durante toda la primera mitad del siglo XX. Dentro de ellos destacaron los
casos del café, la caña de azúcar, el plátano (banano) y el algodón.
Hacia mediados de siglo, los países centroamericanos comenzaron a experimen-
tar los procesos propios de la urbanización que otras naciones latinoamericanas ha-
bían comenzado a vivir desde algunas décadas atrás. La industrialización incipiente y
el crecimiento de las principales ciudades, sobre todo las capitales nacionales, fueron
producto de migraciones rural-urbanas que tuvieron su origen en transformaciones
agrarias, pero también en el atractivo que ofrecían las concentraciones urbanas.
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Las migraciones centroamericanas al norte:
¿hacia un sistema migratorio regional?
Manuel Ángel Castillo*
* Profesor-investigador, Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales (CEDUA), El Cole-
gio de México. El autor agradece el apoyo de Gabriela López Flores y Ana Cristina González Casillas.
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MANUEL ÁNGEL CASTILLO
A partir de mediados del decenio de los setenta, es decir, en el último cuarto
del siglo, se produjo un cambio fundamental en los patrones de movilidad de la
población. Algunos países de la región vivieron situaciones de crisis y conflicto
social de carácter generalizado que, en algunos casos, derivaron en procesos de
enfrentamiento armado y, para algunos observadores, de prácticamente guerras
civiles. En ciertos casos, la conflagración cubrió amplias zonas de los territorios
nacionales, esencialmente sobre zonas rurales, y en ciertos momentos también
alcanzó las zonas urbanas. Todo ello propició el éxodo de individuos, familias e
incluso comunidades enteras en busca de protección y seguridad, sobre todo de
su integridad personal. Pronto, esa movilidad traspasó las fronteras nacionales y
los flujos adquirieron carácter internacional, no sólo intrarregional, sino que se
extendió a naciones cada vez más lejanas, incluso fuera del continente. Sin em-
bargo, destacaron como destinos preferidos en el ámbito continental: México,
Estados Unidos y Canadá (Castillo y Palma, 1996).
A partir de los años noventa, los procesos de pacificación, en algunos casos
formalizados a través de acuerdos de paz suscritos entre las partes en conflicto,
propiciaron no sólo el cese de estos flujos, sino que también contribuyeron al
retorno de parte de la población refugiada en otros países. Sin embargo, a la
par de estos procesos de aparente retorno a la estabilidad, se inició un proce-
so de emigración creciente de individuos y familias, cuyas motivaciones ya no
estaban ligadas a las situaciones de conflictividad vividas en años anteriores.
Se trataba de una búsqueda incesante de oportunidades, prioritariamente la-
borales, ante la incapacidad de los modelos nacionales de ofrecer satisfactores
esenciales para poblaciones, tanto urbanas como rurales, en crecimiento.
Se desató así una dinámica de movilidad de las poblaciones, sobre todo
de cuatro países (Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua), principal-
mente hacia el Norte, aunque una importante proporción de la migración
nicaragüense se dirigió a la vecina Costa Rica. Según los datos censales de
2000, en Costa Rica había 226,374 nicaragüenses en calidad de inmigrantes
de un total de 250,404 inmigrantes procedentes de países centroamerica-
nos (Morales, 2007: 145-146); no obstante, algunos observadores hablan de
volúmenes mayores, hasta del orden de 400,000 nicaragüenses (Morales en
Orozco, 2008: 4). Por otra parte, también se habla de migraciones temporales
recientes de nicaragüenses hacia El Salvador en el contexto de los cambios
que han ocurrido en este país y de los nichos laborales que se han abierto
ante el éxodo salvadoreño hacia Estados Unidos (Idem). Esta cifra muestra la
importancia de la migración nicaragüense hacia su vecino al sur, por lo que
su patrón emigratorio se divide en dos corrientes, una se dirige al sur, hacia
Costa Rica, y otra hacia el norte, donde se integra a los flujos con dirección a
Estados Unidos.

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