Michel de Montaigne: el ideal del hombre en el siglo XXI

AutorAle, Pedro Salvador
Páginas191-202

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COMISIÓN DE DERECHOS HUMANOS DEL ESTADO DE MÉXICO

En este pasaje Michel de Montaigne trata el tema de lo sagrado personal, que está relacionado a la libertad de expresión, una de las resistencias continuas del ciudadano en nuestra realidad contemporánea, ¿cómo puede existir libertad de expresión, cuando hay una dictadura de los medios electrónicos de información?

En su tiempo Michel de Montaigne coincidió con las guerras de religión en Francia, cuando los entusiasmos de los primeros humanistas se vieron restringidos y tuvieron que enfrentarse a la dura realidad de la intolerancia.

Nos explica sobre lo impersonal, el sentido que debería tener lo colectivo, el aislamiento como una actitud indiferente, la perfección como algo inalcanzable, pero que existe como una motivación esencial para pedir lo imposible, la herencia que nos puede dejar el pasado, lo fundamental de no perder la memoria histórica, el devenir como una posibilidad de crear una estética de la existencia, la esperanza, la política, la democracia y el Hombre Ético.

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Michel de Montaigne (1533-1592) Montaige- París

Además de los Ensayos, escritos básicamente entre 1572 y 1580, Michel de Montaigne tradujo y publicó la Teología Natural de Sebondo, en 1569. Pocas f‌iguras más trascendentes que este Miguel Eyquem al que su lector, don Francisco de Quevedo, llamaba el Señor de la Montaña. Su ociosidad de hidalgo instruido, rodeado de sus libros predilectos, le permite ver el mundo con una serenidad admirable. Su lección suprema es la tolerancia y su exigencia máxima la independencia de juicio. Más que el “magíster dixit”, que privaba durante toda la Edad Media, enseñar es provocar en el alumno una necesidad de optar, adueñándose de ella, en la dirección que el sano criterio decida.

Con los Essais, es decir, los “ensayos”, ha creado un género de enorme trascendencia, que consiste en desarrollar libremente series de ideas sin un plan sistemático alrededor de un tema determinado. A diferencia del “tratado”, pues, que exige un riguroso plan didáctico, el “ensayo” permite la libre divagación en torno a uno o varios temas. El estilo de Michel de Montaigne, suelto, incisivo, natural, irónico, contiene todas las ventajas de la exposición moderna y presenta el aspecto “humano”, racional y sereno que hace del gran escritor francés el arquetipo del humanismo liberal y progresivo, uniendo toda esa amplitud de criterio a un real anhelo de perfección de la conducta pública y privada a través de la ética y la moral.

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Señor Montaigne, ¿puede el hombre todavía disfrutar de ese ocio creador, que es parte esencial de lo humano?

Ciertamente, no todo está perdido, si el hombre recupera lo sagrado de su persona; lo sagrado es aquello que en el ser humano es impersonal, alejado del yo individual y egoísta. Lo impersonal es sagrado. Se viven tiempos en que los políticos, los artistas y los científ‌icos han usurpado el lugar de los sacerdotes, se sienten los nuevos chamanes, profetas de un mundo que camina hacia el abismo, allí cabe la frase: ¡sálvate de los salvadores!, ¿por qué?, porque el público, mediante la mercadotecnia y los medios masivos ha endiosado a esas actividades difundidas profusamente para convertir en verdad lo que es una mentira.

En todo esto sólo se ve un acto gratuito, producen un sistema en el que se expresan todas las normas posibles, los criterios, los valores, la moral, excepto la verdad. La arquitectura griega y romana, las catedrales románicas y góticas, la Ilíada, los murales anónimos, la invención de las matemáticas, la música y la geometría, el cero de los mayas, por enumerar unas pocas cosas, no existen por las personas a través de las cuales estas disciplinas han llegado hasta nosotros, sino que fueron medios de expansión.

El arte, la ciencia y la literatura son disciplinas de libre expresión y expansión de la persona, constituyen un espacio en el que se pueden alcanzar éxitos gloriosos, clamorosos, que hacen vivir ciertos nombres durante siglos. Pero por encima de semejante logro, separado de él por un abismo, hay otro, donde están situadas las cosas de primer orden. Esas son esencialmente anónimas.

Es circunstancial si el nombre de aquellos que han inf‌luido en la historia que vivieron se ha conservado o se ha perdido, incluso si se ha conservado. Ellos como personas entraron en el anonimato, su yo ha desaparecido. Sólo la verdad y la belleza habitan en el espacio de las cosas impersonales y anónimas. Y este espacio es sagrado.

Y la persona no lo es, y si lo es, es únicamente como puede serlo un símbolo en la pintura, por ejemplo la luna. Lo que es sagrado en la ciencia es la verdad. Lo que es sagrado en el arte es la belleza. La verdad y la belleza son impersonales. Todo esto es demasiado evidente, sólo que hay muchos que se niegan a verlo.

¿Se trata de saber que el yo no participa de la belleza ni de la verdad?

Claro. Por ejemplo, si un muchacho hace una suma y se equivoca el error lleva la marca de su persona. Si procede de manera correcta su persona está ausente de toda la operación. Porque la perfección es impersonal. La persona es la parte de error y de pasado. Todo el esfuerzo de los místicos ha mirado siempre a una condición en la que no quede ya en su alma ninguna parte que diga yo.

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Pero hay una zona del pensamiento que dice nosotros, y es más peligrosa todavía. El paso de lo impersonal no se realiza sino mediante una atención de rara cualidad, y que no es posible más que en la soledad. No solamente la soledad, de hecho, sino de soledad moral. Eso no se da nunca en el hombre que piensa como miembro de una colectividad, como parte de un nosotros.

Los hombres en colectividad no tienen acceso a lo impersonal ni siquiera en sus formas inferiores. Un grupo de seres humanos no puede hacer ni siquiera una suma. Una suma se realiza en un espíritu que olvida momentáneamente la existencia de todo otro espíritu.

Estamos claros...

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