México, teatro de guerra

AutorVicente Quirarte
Páginas127-138
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México, teatro de guerra
Mientras la revolución tomaba
un camino que prometía
relativos acuerdos entre las facciones,
cuando todo parecía que el fin de
la dictadura de Victoriano Huerta
traería una paz que se mostraba en
intermitencias desquiciantes, un suceso
que conmocionó a Europa impactó
directamente a México. La vida del
archiduque Francisco Fernando de
Austria, heredero de la corona del
imperio austrohúngaro, fue cegada a
manos del extremista serbio Gavrilo
Princip y con ello radicalizaría, no sólo
las luchas autonomistas de una parte
de la Europa central, sino iniciaría la
más grande conflagración que hasta
entonces había ocurrido en la historia de
la humanidad.
Pronto se efectuaron combates
convertidos por la historia en verdaderos
símbolos de horror o de conmovedora
piedad al compás de los cánticos de
Stille Nacht. Los extremos fueron
constantes. Vida o muerte. Pasión,
horror, fuego, risas y podredumbre.
Los estruendos de las batallas de
Ypres, San Quintin, Neuve Chapelle,
Loos, Kaiserschlacht, Ardenas, Marne,
Arras pero sobre todo Verdun llegaron
al fondo de la conciencia histórica y
se comprendió entonces que estaban
ante un fenómeno no convencional
en términos de los registros bélicos
precedentes. La guerra continuaba. Los
países se alineaban o declaraban su
neutralidad.
México fue ese particular caso,
genuino en todos los sentidos. A pesar
de manifestar que no se adhería a
ningún bando, la Alemania imperial de
Guillermo II quiso atraerlo al epicentro
de la guerra con un ambicioso mensaje
telegrafiado por el ministro de Asuntos
Exteriores Arthur Zimmermann el 16 de
enero de 1917: si el México de Carranza
apoyaba la causa alemana en Europa
y propiciaba el triunfo en la guerra
contra los aliados, de su cuenta correría
la devolución de los territorios perdidos
sesenta y nueve años antes. México se
negó y continuó su camino rumbo a
la Constitución promulgada un mes
después de emitido el famoso mensaje.
Eso no significó que dejara de
participar en los asuntos que competían
al país. Carranza permitió que se
convirtiera en un secreto campo
de operaciones. Ahí se negociarían
apoyos, se encontrarían personajes de
ambos hemisferios que ya perfilaban el
desenlace de la Gran Guerra y harían
de México un discreto teatro de guerra
mundial.

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