Los memorables retratos de mujeres

AutorAndrés Henestrosa
Páginas548-549
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ANDRÉS HEN ESTROS A
pueblo profundamente religioso –y los sacrificios humanos eran parte de esta
religión–, la Crónica Mexicana de Alvarado Tezozómoc se encuentra impregna-
da de un hálito de sangre, de un soplo macabro, que todavía tiene asombrados
a escritores de hoy, en un olvido de que los sacrificios no eran rito privativo
nuestro, sino que muchos otros pueblos antiguos los practicaron, por ejemplo,
los celtas antecesores remotos de Salvador de Madariaga y de Américo Castro,
que son dos de los más asombrados.
9 de marzo de 1958
Los memorables retratos de mujeres
Hay en la escultura mexicana una pieza que yo no titubeo en calificar de pe-
queña obra maestra. Es aquella encontrada en Tlatilco que representa a una
mujer recostada, con el rostro ligeramente levantado y los cabellos cayéndole
sobre las espaldas. Si el lector piensa en la “Maja” de Goya tendrá más o menos,
manera de identificarla. Si el lector recuerda a la “Dama de Elche”, podrá tener
una idea de su antigüedad y de su soberana belleza. Es una figurita que cabe
en la palma de la mano, pero tiene la misma emoción de monumentalidad que
las cabezas olmecas de La Venta. Porque en el arte escultórico precortesiano,
lo monumental no es de origen físico, sino que viene de una emoción que
trasciende el basalto, el barro y el granito.
Cosa un poco extraña es que esta figura femenina no tenga los cabellos tren-
zados, como es común en las figuras de esta procedencia. Los tiene, por el contra-
rio, sueltos y flotantes. Esa libertad que también se encuentra en la sonrisa y en la
risa de las esculturas totonacas, es para mí un rasgo eterno de la mujer.
La figura femenina fue siempre tema de la plástica, de la mexicana y de
la de todo el mundo. Aparece en Grecia, en Egipto, en Caldea. Y ello de modo
natural: es la mujer una perenne fuente de inspiración, sin cuya presencia
parece que a los actos del hombre falta algo. Son ellas las que dan la fama,
decía Mariano José de Larra. Por algo en la lengua francesa fama y mujer son
palabras parecidas.
En la escultura, en la pintura, en el grabado mexicano, encontramos la
eterna presencia de la mujer, en todas las actitudes y en los diversos aspectos
de nuestra vida. La Coatlicue puede ser una de esas figuras ejemplares. La Dio-

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