Marxismo, autopropiedad y abundancia.

AutorLiz

Introducción

En el marco del fecundo debate sobre la justicia social, reinaugurado por la irrupción de la teoría de John Rawls a principios de los años 1970, buena parte del marxismo contemporáneo--y, en particular, el denominado marxismo analítico--se ha mostrado permeable al diálogo con el igualitarismo liberal rawlsiano. (1) Entre otras cosas, ha reconocido que los criterios que subyacen a la justicia como equidad pueden contribuir a un mejor tratamiento de los problemas normativos que Marx dejó pendientes en su rápido examen de la justicia distributiva en el comunismo. Sin embargo, la apertura marxista hacia las ideas rawlsianas no halló un gesto recíproco: Rawls puso en duda la posibilidad de una mayor confluencia entre su teoría y la tradición socialista al sostener, por un lado, que Marx, aferrado al principio libertarista de autopropiedad (self-ownership), no habría aceptado el principio de diferencia y, por otro, que el comunismo es una sociedad más allá de la justicia, habitada por sujetos despojados de un sentido de lo justo y lo correcto. La postura de Rawls ante el comunismo es, en buena medida, tributaria de la lectura normativa del marxismo desarrollada por G.A. Cohen, uno de los más sofisticados filósofos socialistas de las últimas décadas.

En las páginas que siguen examinaremos las visiones de Cohen y de Rawls sobre la justicia comunista y nos detendremos a considerar tres asuntos cruciales: 1) en qué medida Marx acepta--o no rechaza suficientemente--el principio libertarista de autopropiedad; 2) cuáles son las alternativas para superar los defectos distributivos de la fase inferior del comunismo, y 3) si el comunismo marxiano es una sociedad más allá de la justicia o si realiza alguna forma de justicia igualitaria. Veremos que ambos autores piensan que Marx se adhiere a una suerte de libertarismo de izquierda, y por ello no acierta a resolver normativamente los defectos del socialismo, al tiempo que le atribuyen una desmesurada confianza en la abundancia material como solución a los problemas distributivos, lo cual, por su parte, remata en una dilución de la justicia como virtud de las personas. Observaremos también las tensiones que se suscitan cuando estos filósofos adoptan una doble valoración del comunismo, esto es, como una sociedad que es justa en términos distributivos y que, al mismo tiempo, está más allá de la justicia en términos de la psicología moral de las personas. Contra Cohen y Rawls, mostraremos que Marx rechaza explícitamente el principio de autopropiedad y no le confiere ningún peso normativo, que la solución basada en la abundancia ilimitada no es estrictamente marxiana, sino producto de una lectura peculiar del marxismo, y que la escisión entre un comunismo a la vez justo y más allá de la justicia no se sostiene a la luz de hechos básicos de la psicología moral y de la interacción entre las personas y las instituciones.

  1. Igualdad de recursos y autopropiedad

    En el contexto de la controversia sobre los fundamentos normativos del marxismo, surgida en respuesta a la obra rawlsiana, G.A. Cohen sostiene que ni Marx ni los marxistas en general han logrado diferenciarse "suficiente y completamente [...] del 'libertarismo de izquierda'" (Cohen 1990, p. 25). (2) A su juicio, al confiar en un futuro de abundancia plena y al no romper con ciertos "valores burgueses radicales", como la autopropiedad, el marxismo eludió abordar a fondo los problemas vinculados con la justicia social (Cohen 1995, p. 116). La indiferencia hacia las cuestiones normativas hizo que algunos elementos centrales de la teoría marxista siguieran vinculados al principio de autopropiedad (e influidos por él), piedra angular del libertarismo de cuño lockeano, el cual cobró renovada fuerza frente a los excesos igualitarios de pensadores liberales como John Rawls y Ronald Dworkin.

    El fundamento último del libertarismo, de derecha y de izquierda, no es la protección irrestricta de las libertades negativas o restricciones laterales (side constraints), sino el principio de autopropiedad, según el cual cada individuo posee derechos de "propiedad privada total sobre sí mismo y sus poderes" y, por ende, "un extenso conjunto de derechos morales [...] sobre el uso y los frutos de su cuerpo y sus capacidades, comparable, en contenido, a los derechos de los que disfruta quien tiene irrestricta propiedad privada sobre una propiedad física" (Cohen 1990, p. 25). La plena autopropiedad implica que, dado un conjunto de posesiones individuales legítimas, sólo están permitidos los intercambios voluntarios convenidos mutuamente y que a nadie se le puede obligar a asistir a otros o a transferirles parte del producto, sea en forma directa o por medio de un sistema redistributivo estatal. Pero, así como es monolítico en torno a la autopropiedad, el libertarismo no es unánime respecto de los recursos externos. El libertarismo de derecha afirma que las personas pueden obtener derechos originarios sobre "ilimitadas cantidades desiguales de recursos externos"; el libertarismo de izquierda, en cambio, postula que debe haber una distribución igualitaria inicial de tales recursos (Cohen 1990, p. 27). (3)

    Por su parte, los teóricos igualitarios-liberales, con Rawls a la cabeza, también propugnan una distribución igualitaria inicial, pero están dispuestos a limitar la autopropiedad en un "grado significativo", puesto que entienden que los atributos personales son producto de la suerte bruta y, por consiguiente, "moralmente hablando, no les pertenecen [a las personas] en todo sentido, sino que, para ciertos fines, se pueden considerar como recursos de cuyos frutos la comunidad puede disponer legítimamente" (Cohen 1990, p. 27). Consciente de la radicalidad de esta perspectiva, Cohen afirma que "en el espíritu del marxismo es necesario abrazar la posición antiautopropiedad" de los igualitarios-liberales ya que, por no repudiar el principio libertarista, se ha "desfigurado" el tratamiento de dos puntos nodales de la teoría marxista: la explotación y la visión de la buena sociedad (Cohen 1990, pp. 27-28; las cursivas son mías).

    En su versión estándar, siempre según Cohen, el marxismo considera que la explotación "deriva enteramente del hecho de que los trabajadores carecen de acceso a los recursos productivos físicos" mientras que los capitalistas "disfrutan de un monopolio de clase sobre dichos recursos". Por lo tanto, los marxistas suelen situar el origen de la explotación en una "injusta distribución de los derechos sobre las cosas externas" (Cohen 1990, p. 28), sin reparar en que la desigual distribución de talentos también contribuye a la producción y reproducción de las desigualdades. Por eso, si se quiere "bloquear la generación de la explotación característica del capitalismo, las personas deben tener reclamos sobre los frutos de los poderes de otras personas" (Cohen 1990, p. 31). Además, en un plano normativo, la afirmación de la autopropiedad subyace a la interpretación marxista de que la extracción de plusvalor constituye el robo de algo que le pertenece al trabajador en virtud, precisamente, de la propiedad sobre sí mismo. Pero esta visión convierte a Marx en un pensador lockeano, cuando, en realidad, su condena al robo o hurto perpetrados en la relación de explotación no está pensada a escala individual sino de clases sociales, ya que es la clase capitalista la que se apropia indebidamente (y gratis) de parte del producto colectivo de la clase trabajadora. (4)

    La mirada de Rawls tampoco escapa a los lineamientos convencionales. En tal sentido, él afirma que "Marx ve surgir la explotación cuando la estructura básica se asienta en una desigualdad fundamental en la posesión de los activos productivos alienables por parte de las dos principales clases de la sociedad capitalista" (Rawls 2008, p. 335; las cursivas son mías). Y esto no es normativamente neutral, puesto que, siempre según la lectura rawlsiana de Marx, "la renta puramente económica basada en la posesión de propiedad es injusta porque, en efecto, niega reclamos justos de acceso y uso, y cualquier sistema que instituya dicha renta es un sistema de dominación y explotación" (Rawls 2008, p. 352). Al poner el énfasis en la distribución de los "activos productivos alienables" y no considerar la influencia de los activos "inalienables", el marxismo elude un rechazo frontal de la autopropiedad y, por ende, deja intacta una de las causas de la explotación. En definitiva, tanto Cohen como Rawls ven una coincidencia entre el marxismo y el libertarismo de izquierda, en cuanto a que ambas teorías propugnan una distribución inicial igualitaria de los recursos externos. Esto no sería problemático si no fuese porque, al mismo tiempo, Cohen y Rawls sostienen que el marxismo se adhiere a (o al menos no niega) la autopropiedad, la cual, combinada con la igualdad de recursos alienables, perpetúa inexorablemente las desigualdades.

    1.1. Un principio "truncado" (Cohen)

    Para demostrar la persistencia del principio de autopropiedad en la visión marxiana de la "buena sociedad", tanto Cohen como Rawls examinan el esbozo de las dos fases del comunismo que Marx ofrece en la Crítica del Programa de Gotha (CPG). En particular, subrayan que, en la fase inferior--y bajo la forma del "derecho burgués"--, el principio libertarista permite la influencia distributiva de factores moralmente arbitrarios y, por ende, genera resultados no igualitarios en el reparto de bienes de consumo a escala individual.

    En esta primera etapa del comunismo, también denominada socialismo, la distribución de recursos alienables se realiza en función del "principio socialista de proporcionalidad" (PSP), según el cual cada trabajador recibe un ingreso proporcional a su contribución laboral, pero sólo después de que al producto total se le han efectuado deducciones que van a engrosar un fondo común para satisfacer necesidades comunes y sostener a quienes no pueden trabajar (Cohen 1990, p. 33). Este esquema...

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