Manuel Cepeda Peraza

AutorFrancisco Gomez Flores
Páginas367-375
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M anuel Cepeda Peraza
1828-1869
LA LARGA serie de personalidades conspicuas
que hemos ido presentando en esta galería
de liberales prominentes, bien patentiza la
propagación, casi instantánea, al calor del
patriotismo, en todos los ámbitos del país,
después de la gloriosa revolución de Ayutla, de
los principios republicanos. Las aspiraciones
de libertad y progreso latían en la conciencia
nacional desde luengo tiempo atrás, desde la
época misma del establecimiento del gobierno
colonial; pero sojuzgadas y oprimidas duran-
te tantos años, sólo esperaban el momento
histórico preciso para promover una explo-
sión volcánica en el mundo de las ideas. Así
se explica la rapidez increíble con que cundió
la chispa reformadora, y cómo de un extre-
mo al otro d e la nación, la lid era mantenida
por campeones que surgían de todas las cla-
ses sociales, principalmente de las ilustradas,
improvisándose hábiles guerreros y diestros
estadistas. Hacia los cuatro rumbos cardina-
les mirábanse arder las inmensas llamaradas
del incendio, como para que el elemento pu-
rificador no dejase en sitio alguno la menor
partícula del infeccioso virus moral que por
tanto tiempo había corrompido el cuerpo
político. La lucha fue general y el triunfo
definitivo.
A la más extrema región oriental de la
República corresponde la gloria del batalla-
dor memorable cuya ejemplar existencia es
ahora objeto de nuestra pluma. Nació Don
Manuel Cepeda Peraza en Mérida de Yuca-
tán, siendo sus padres Don Andrés Cepeda
y Doña Narcisa Peraza, el día 19 de enero de
1828, y deslizóse su primera edad entre los
mimos del hogar y las faenas de la escuela,
sin ofrecer otra particularidad que la nin-
guna vocación del infante a las carreras li-
terarias. Por el contrario, su vocación militar
se reveló desde muy temprano, pues se dice
que niño aún, entrometióse en revueltas ar-
mada s y tu multos, recibiendo por ello severas
amonestaciones paternales, que no amorti-
guaban sin embargo, en lo más mínimo, su
natural instinto a la guerra. El año de 1844
vio por fin realizadas sus esperanzas bélicas
con el nombramiento que se le extendió de
subteniente de la Guardia Nacional, tenien-
do ocasión a poco de ganar en la campana

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