Manos y emoción indígena

AutorAndrés Henestrosa
Páginas706-708
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ANDRÉS HEN ESTROS A
nas y de la República, si oyera en nuestros días a tanto salvaje que con el pre-
texto de arreglar nuestra música, ha acabado con ella en menos de un cuarto
de siglo?
Coger sin sospecharlo u n fierro ardiendo,
estrenar una s botas apretadas,
tener cuatro ca rreras acabadas
y no poder vivir s ino pidiendo.
Hallarse frente a frente de un be rrendo
sin sentir en l a yerba sus pisadas,
pedir amor con lá nguidas miradas
y escuchar por respu esta: “No te entiendo”.
Pasar entre beata s por hereje,
padecer reum atismo en ambas manos
y tener por riva l quien nos protege,
disgustos son a la ve rdad tiranos.
Mas, ¿qué disgusto h abrá que se asemeje
al de oír los falsetes provi ncianos?
Lo entregamos a sabios y discretos para que nos digan si lo h an visto
en otra parte o si tiene los rasgos de las creaciones del autor de La na vidad en
las montaña s ¿Qué dices José Luis Ma rtínez, tú tan conocedor de la obra
del maestro? ¿Qué dicen los g uerrerenses, tan celosos de las glorias de su
heroica tierra?
19 de junio de 1960
Manos y emoción indígena
¿Hay algo que de modo más inmediato sug iera la esc alofriante idea del do-
lor y de la muerte que una ar ma blanca? Una punta de acero, de ino cente
blancura, de trémulo f ulgor ¿es para helar la sangre, para suspender la res-
piración? No, en apariencia. Y sin embargo ocurre lo contrario. Má s que un
arma de fuego, un puñal infunde pavura, remite a la idea de la muerte con
mayor prontitud.

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