Manifiesto nacionalista (o hasta separatista, si me apuran).

AutorMoulines, C. Ulises

RESUMEN: La doble tesis de este ensayo es que el nacionalismo, como programa de defensa y desarrollo de las naciones, es una doctrina bien fundada tanto en el nivel ontológico-epistemológico como en el axiológico. La parte ontológico-epistemológica de la tesis es que las naciones son entidades empíricas reales, si bien no identificables de manera directa, sino por vía teórica, al igual que tantas otras entidades teóricas de las ciencias más avanzadas. Las naciones son tipos especiales de etnias; se esboza aquí una "miniteoría" que fija los "axiomas mínimos" que determinan dichas entidades. La tesis axiológica es que es algo bueno que el universo (en especial el dominio sociocultural) consista en la mayor diversidad posible de cosas; en consecuencia, un programa ético-político como el nacionalismo, que aboga por la preservación y el desarrollo de las naciones, debe ser valorado positivamente.

PALABRAS CLAVE: conceptos teóricos, etnia, nación, nacionalismo.

  1. TRES TESIS

    Un fantasma recorre las cancillerías de Europa. Y no sólo las cancillerías, sino también los parlamentos, la prensa, las universidades y la así llamada "opini6n pública" en general. Y no sólo de Europa, sino del mundo entero. No se trata del espectro del que hablaban Marx y Engels en su Manifiesto de hace siglo y medio. El fantasma que ahora atemoriza a gobiernos, parlamentos, periodistas e intelectuales muestra rasgos muy diferentes del anunciado por los comunistas: es el fantasma del nacionalismo. Parece que cualquier persona decente ha de atribuirle la responsabilidad por las calamidades que tanto hacen sufrir a la humanidad actualmente.

    Este espectro es el objeto de consideración del presente ensayo. Me propongo defender tres tesis al respecto. La primera es de carácter empírico (y como tal, en principio indigna de un filósofo, pero a veces el carácter acuciante de los problemas nos obliga a los filósofos a transgredir los limites disciplinarios): el nacionalismo es un fenómeno cultural profundo, no una moda pasajera. La segunda es de carácter metodológico, y es la tesis central que me interesa defender: puede constatarse un notable déficit conceptual y metodológico en el tratamiento usual del fenómeno del nacionalismo por parte de las disciplinas socioculturales pertinentes. Este déficit es una manifestación más de una determinada forma de indigencia metodológica muy divulgada aun en las ciencias de la cultura. La tercera y última tesis es de carácter ético-político (y, como tal, indigna de un filósofo de la ciencia --pero, por las mismas razones de la primera tesis, me creo justificado en transgredir fronteras): ella se desprende en realidad como corolario práctico, y a mi parecer evidente, de las dos tesis anteriores; puede resumirse en el lema: ¡Viva el nacionalismo!

    Empecemos por una hipótesis sociopsicológica, que me parece bien apoyada en los datos y que permite entender un gran número de fenómenos políticos, sociales y culturales, tanto del presente como de épocas pasadas: la raíz psicológica del nacionalismo es una emoción fuerte y duradera en muchos seres humanos, una emoción que, desde tiempos antiguos, se conoce como "amor a la patria", si bien esta expresión ha caído en desuso en los medios intelectuales. Al igual que cualquier otra emoción fuerte y básica, si se la canaliza sensatamente, puede resultar muy creativa; pero si se la deforma o reprime, puede manifestarse de modo muy destructivo. Constatamos los mismos efectos ante otros tipos de amores que en general se valoran positivamente: el amor propio (en el sentido de amor a la propia dignidad), el amor a la pareja, el amor a los hijos, o incluso el amor a cosas más abstractas como pueden ser la libertad o el conocimiento.

    Ciertamente, algunos filósofos que se autoconsideran "racionalistas" calificarán dichas emociones de "irracionales". Pero incluso un filósofo "racionalista", como persona de carne y hueso, reaccionará enojado si lo humillan, se entristecerá si su pareja lo abandona o se le muere un hijo, tratará de evitar que lo metan en la cárcel y le asustará la perspectiva de acabar padeciendo el mal de Alzheimer. El filósofo racionalista también está sujeto a los amores irracionales antedichos. Por lo demás, una subtesis que postulo aquí de pasada, sin disponer del espacio para justificarla, es que los calificativos "racional" o "irracional" no sirven de nada cuando se trata de entender los asuntos humanos.

    En cualquier caso, lo común a estas emociones amorosas, sean "racionales" o "irracionales", es que son naturales e inevitables en la inmensa mayoría de los seres humanos y que se caracterizan por un fuerte sentimiento de filiación hacia un objeto que el individuo siente que lo trasciende, algo que percibe a la vez como objeto externo a sí mismo y componente fundamental de su propia identidad. Este "algo" externo e íntimo a la vez puede estar constituido por entidades muy concretas como la pareja o la familia, entidades muy abstractas como el conocimiento científico, o bien, en fin, cosas que ni son tan concretas ni tan abstractas, como la propia dignidad, la libertad ... o justamente la patria. Para dar satisfacción a tales emociones de amor, el individuo es capaz de desplegar dosis extraordinarias de energía, enfrentar grandes peligros o incluso sacrificar la propia vida.

    Naturalmente, del hecho de que se den una serie de emociones de fuerte filiación o auto-trascendencia, muchas de las cuales son generalmente aceptadas como connaturales al ser humano o incluso altamente valiosas, no se desprende que la emoción nacional, el amor a la patria, sea justamente una de ellas. El antinacionalista puede aducir que, si bien podemos aceptar o incluso evaluar positivamente impulsos tales como el amor a la propia dignidad, a la pareja, a la familia o al conocimiento, en cambio hay que repudiar el amor a la patria. Es en este punto que arranca nuestra discusión. El antinacionalista es el adversario de una determinada emoción, la realidad psicológica de la cual no puede negar, pero a la cual considera como un grave desorden psíquico, que debe ser reprimido o superado a cualquier precio. ¿Qué razones pueden aducirse para declararse adversario de la emoción nacional?

  2. DOS ANTÍTESIS: EL NEGACIONISMO Y EL CONTRANACIONALISMO

    Creo que hay dos líneas de ataque básicas y prima facie plausibles que el crítico del nacionalismo puede plantear seriamente y de hecho se han planteado en la literatura sobre el tema. Es frecuente que ambas líneas de argumentación antinacionalista se mezclen, pero conceptual y metodológicamente hay que mantenerlas separadas: las premisas respectivas son muy diferentes, a pesar de que conducen en definitiva a la misma conclusión. El primer tipo de argumento parte de lo que podemos denominar "la tesis negacionista" y el segundo de lo que llamaré "la posición contranacionalista". (1)

    La tesis negacionista postula que no existe ninguna entidad real que pueda considerarse el referente del término "nación tal-o-cual", a menos que entendamos por este concepto simplemente un Estado soberano. El concepto específico de nación, en tanto que diferente del de Estado, sería así un concepto vacío. El nombre propio de una nación, si no lo utilizamos para designar un Estado (o quizás un territorio geográfico) se referiría a una entidad mítica o ficticia. Así, "Croacia" hasta el año 1992 o "Kurdistán" en la actualidad, en la medida en que no se utilicen sólo para designar una región geográfica como pueda ser la Patagonia o los Alpes, serían términos que designarían lo mismo que "Zeus" o "Pegaso"; o sea, nada.

    Los orígenes del negacionismo en el pensamiento político-jurídico del siglo xx pueden retrotraerse seguramente al positivismo jurídico de Hans Kelsen. Según su influyente Teoría del Derecho, la única entidad de la que tiene sentido ocuparse en este contexto, es del Estado como unidad jurídico-administrativa, bien definida por una Constitución y un sistema de normas. En su obra fundamental, la Teoría pura del derecho, Kelsen sostiene explícitamente que la idea de que el Estado pueda "representar" algo distinto de si mismo --la voluntad de la nación por ejemplo-- responde a una ficción científicamente insostenible. (2)

    Inspirado en la doctrina kelseniana, el negacionismo está muy difundido en la terminología (y por tanto también en la aprehensión de los problemas) característica del ámbito político actual. Por ejemplo, la disciplina llamada "Derecho Internacional" sigue fielmente las huellas de Kelsen y en la práctica no es otra cosa que "Derecho Interestatal". Ya el propio Kelsen había sentenciado lapidariamente que el único sentido del Derecho Internacional (Völkerrecht) estriba en regular la conducta entre los Estados. (3) Por consiguiente, sólo tiene sentido ocuparse de las relaciones jurídicas entre los Estados como unidades administrativas, no de las relaciones jurídicas entre las naciones, si las suponemos entidades diferentes de los Estados.

    De raíz kelseniana es también la denominación de la máxima instancia política en el nivel planetario, encargada, en principio, de resolver los problemas político-jurídicos del planeta: se autodenomina "Organización de las Naciones Unidas", cuando en realidad debería llamarse, para evitar confusiones y falsas expectativas, "Organización de los Estados Unidos".

    (Primer excurso: por razones obvias, la organización en cuestión no puede calificarse en la actualidad de los "Estados Unidos" porque dicha denominación suele utilizarse para designar el único país de la Tierra que hasta ahora ha desdeñado darse un nombre propio. De hecho, "Estados Unidos" no es una denominación unívoca, pues hay muchos Estados de estructura federal en el mundo; tampoco "Estados Unidos de América" es un nombre propio, pues "América" es el nombre de un continente en el que existe una treintena de Estados soberanos; además, aparte de los mal llamados "Estados Unidos de América", en el continente americano existen por lo menos otros dos Estados...

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