Maldito seas si lo haces

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X. MALDITO SEAS SI LO HACES
VIEIRA DE MELLO nunca fue alguien que dilapidara su energía en lugares sin
esperanza; así, aunque estaba ganándose la reputación de ser uno de los me-
jores mediadores en problemas en el sistema de la ONU, no deseaba tener nada
que ver con la parte del mundo que en 1996 presentaba los mayores retos: la
región de los Grandes Lagos en África, que incluía a Ruanda, Zaire y Tanzania.
En abril de 1994, al mismo tiempo que él conducía un convoy de la ONU
hacia la zona segura de Gorazde en Bosnia, extremistas hutus en Ruanda
asesinaban a 800 000 tutsis y hutus moderados. Después de 100 días de ma-
tanza, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), cuyo líder era Paul Kagame, el fu-
turo presidente, expulsó del país a los génocidaires.* Los asesinos huyeron
hacia los vecinos Tanzania y Zaire, escondidos en un río humano de 24 kiló-
metros de largo, formado por alrededor de dos millones de civiles hutus que
huían porque sus líderes les habían hecho creer que serían atacados si per-
manecían en Ruanda.
Durante el primer mes del éxodo, las epidemias de cólera y disentería
mataron por lo menos a 50 000 refugiados hutus que habían pasado a Zaire;
la ACNUR, junto con una gran variedad de grupos internacionales de ayuda, en-
tró en acción con rapidez dentro del enorme (la superfi cie terrestre de Zaire
es tan grande como la de Europa occidental) e inhóspito país. Una vez que
los grupos de asistencia ayudaron a contener las epidemias, permanecieron
allí para apoyar los campamentos que se encontraban en Zaire y Tanzania,
no lejos de la frontera con Ruanda.1 En estos campamentos de crecimiento
acelerado, donde vivía una mezcla de asesinos hutus y legítimos refugiados
hutus, las organizaciones de asistencia distribuían entre 6 000 y 7 000 tonela-
das de alimentos semanales, a un costo aproximado de un millón de dólares
diarios, pagados por los gobiernos occidentales.
UN ATOLLADERO
Durante el cuarto de siglo transcurrido desde que Vieira de Mello se unió
a la ACNUR, las organizaciones humanitarias habían creado mecanismos ve-
1
El área de Goma fue hogar de seis “campamentos” improvisados que alojaban a 850 000 re-
fugiados; en el área de Bukavu hubo 28 campamentos con 290 000 refugiados, y el área de Uvira
albergó 25 campamentos con 250 000 refugiados.
* Entre 1994 y 2000, Kagame fungió como vicepresidente y ministro de Defensa; en la prima-
vera de 2000 fue elegido presidente.
214 PRIMERA PARTE
loces y de avanzada para llevar medicinas, alimentos, servicios sanitarios y
abrigo a los refugiados en crisis. Sin embargo, sus trabajadores sabían que
sus cuidados tenían la consecuencia adversa de dejar libres a los hombres en
los campamentos para que se concentraran en sus objetivos militares.2 En
efecto, la comunidad internacional de asistencia se había vuelto tan confi able
que, a mediados de los años noventa, grupos armados en todo del mundo co-
menzaron a multiplicarse, contando con las donaciones, mientras planeaban
sus estrategias militares. Ya estaba comprobado que los génocidaires hutus en
Zaire eran consumados maestros planifi cadores.
Como era de esperar, los mismos funcionarios gubernamentales hutus
que habían organizado el más rápido asesinato múltiple registrado en la his-
toria, pronto aseguraron el dominio de su nuevo entorno. Un equipo de la
ONU estimó que alrededor de 21 ex ministros, 54 ex parlamentarios y 126 ex
comandantes del ejército vivían en los campamentos.3 Estos antiguos funcio-
narios de gobierno conservaban sus armas y acceso a sus bien abastecidas
cuentas en bancos extranjeros. En muchos campamentos pronto reconstru-
yeron las estructuras con las que habían gobernado en Ruanda y dividieron
los campamentos en prefecturas y comunas o, en algunos casos, establecie-
ron “ministerios” de seguridad, bienestar social, fi nanzas y comunicaciones.
Los jefes de los campamentos golpeaban, o en algunos casos mataban, a los
hutus de quienes sospechaban que intentarían regresar a Ruanda. Los traba-
jadores de asistencia de la ACNUR con frecuencia encontraban muertos recien-
tes en los campamentos, pero creían que su única opción era trabajar con los
sospechosos de asesinato.
—El manual de la ACNUR de emergencia para el trabajo de campo decía:
“Encuentren a los jefes naturales y soliciten su ayuda para distribuir la asis-
tencia” (recuerda Caroll Faubert, enviado especial de la ACNUR a la región de
los Grandes Lagos), no refl exionamos sobre esto minuciosamente, pero sig-
nifi caba otorgar más poder a los jefes del genocidio.
Los milicianos hutus en los campamentos de Zaire pronto comenzaron
a atacar a los tutsis en Ruanda, y el gobierno en Ruanda, encabezado por
los tutsis, comenzó a llevar a cabo pequeños ataques de represalia dentro
de Zaire. La ubicación de varios de los campamentos de la ACNUR a sólo tres
kilómetros de la frontera con Ruanda facilitaba a los génocidaires sus ataques
y al ejército de Ruanda sus contraataques.4
2
Fiona Terry, Condemned to Repeat?: The Paradox of Humanitarian Action, Cornell University
Press, Ithaca, Nueva York, 2002, pp. 8-10.
3
Keith B. Richburg, “UN Report Urges Foreign Forces to Protect Rwandans”, The Washington
Post, 18 de noviembre de 1994, p. A1. Los líderes de los refugiados pidieron paciencia, apuntan-
do a sus enemigos del FPR (principalmente tutsis), quienes habían estado 30 años en el exilio,
pero a la postre habían recuperado el poder de Ruanda con la fuerza de las armas.
4
Los campamentos de Goma estaban aproximadamente a un kilómetro y medio de la fron-
tera; Kibumba estaba a cerca de dos kilómetros y medio; Bukavu estaba sobre la frontera; Mu-
gunga estaba a 26 kilómetros, y Camp Benaco, en Tanzania, a unos 10 kilómetros.
215MALDITO SEAS SI LO HACES
Como director de la política de planeación y operaciones de la ACNUR en
Ginebra, Vieira de Mello debió tomar parte importante en las decisiones fun-
damentales de la ACNUR con respecto a esta discutida operación de asisten-
cia. Sin embargo, mientras otros dentro del círculo cercano a Ogata habían
estado ocupados en Ruanda desde el genocidio (como él lo había estado en
la antigua Yugoslavia cuando ocurrió la matanza de 1994), en un principio
no se opuso a permanecer alejado de lo que tuviera que ver con las caóticas
consecuencias del genocidio:
—Sérgio no quería involucrarse profundamente en un problema que él
sabía que no tenía solución —recuerda Izumi Nakamitsu, su asistente espe-
cial en ese tiempo.
Kamel Morjane, el director de la sección de la ACNUR para África, tuvo
difi cultades para que su colega se dedicara a esa región. Vieira de Mello se
apegaba a las áreas en que se sentía más cómodo: Asia, los Balcanes y la ex
Unión Soviética.
—Sérgio —le decía Morjane—, si no estás interesado en África, está bien,
¡pero al menos dame un momento para venir a informarte!
Morjane logró imponer una reunión fi ja cada semana.5
Vieira de Mello todavía estaba en los Balcanes cuando Ogata tomó sus
decisiones más importantes. Ella había considerado cerrar los campamentos
con la esperanza de que los exiliados hutus regresaran a Ruanda, aunque de-
cidió no hacerlo porque no creía que las condiciones fueran seguras; empero,
si los campamentos permanecían en su lugar, ella sabía que tendrían que ser
desmilitarizados. Sin embargo, la ACNUR era una organización civil sin manda-
to ni fuerzas de seguridad para neutralizar a los militantes hutus; los funcio-
narios de trabajo de campo y de logística de la agencia no estaban armados,
y así seguirían. A petición de Ogata, el secretario general Boutros-Ghali trató
de persuadir a las grandes potencias en la ONU de enviar tropas o policías a
los campamentos de Zaire para arrestar a los génocidaires y enviarlos al nue-
vo tribunal para crímenes de guerra para Ruanda, establecido por la ONU en
Arusha, Tanzania. Sin embargo, cuando Boutros-Ghali intentó reunir tropas
internacionales para esa tarea, recibió un fuerte golpe. El 10 de enero de 1995
llamó a Ogata con malas noticias: pidió a 39 países enviar tropas, y sólo uno,
Bangladesh, accedió. El mundo le había dado la espalda a Ruanda durante el
genocidio, por lo que no fue sorprendente que, como repercusión, los países
no estuvieran interesados en desplegar tropas para arrestar a los génocidaires,
todavía armados y peligrosos.6 La sombra de Somalia se extendió sobre mu-
5
De hecho, Vieira de Mello estaba interesado en Mozambique y en Sudán, los dos países en
los que había trabajado de joven como funcionario de campo de la ACNUR.
6
Cerca de 5 800 cascos azules de la paz de la ONU estaban presentes en Ruanda, pero el Con-
sejo de Seguridad prohibió expresamente que intervinieran en Zaire. Las reglas de la ONU les
prohibían cruzar una frontera internacional. Kofi Annan, jefe del Departamento de Operaciones
para el Mantenimiento de la Paz, sugirió contratar una empresa de seguridad privada llamada

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