Las madres criminales

AutorMartha Santillán Esqueda
Páginas141-205

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PARA LA DÉCADA de los cuarenta, la maternidad se coronaba como la función social prioritaria de las mexicanas, en tanto las élites en el poder les asignaban obligaciones específicas vinculadas a la niñez y la familia. De acuerdo con Antonio Padilla en los años veinte se “fundaron o se reorganizaron un conjunto de instituciones de atención y protección social que se orientaron a mitigar los estragos” provocados por la lucha armada, tales como la desorganización familiar y la situación de abandono y orfandad de muchos mexicanos.1El debilitamiento de la familia preocupaba a los grupos en el poder porque se le consideraba el espacio idóneo para la configuración de mexicanos “luchadores, fuertes, sanos, conscientes y cometedores” necesarios para progreso material y moral del país.2En el VIII Congreso Pana-mericano del Niño de 1942, Matilde Rodríguez Cabo externaba que “la familia es la institución social que mejor garantiza el cuidado y la educación de los niños”.3De acuerdo con Alexandra Stern, hacia 1940 y 1950 emergió un nuevo paterfamilias centrado en la triangulación de la maternidad, la sexualidad y los niños. Esa transformación histórica implicó algo más que una simple reinscripción de una visión tradicional y patriarcal de la mujer como ama de casa; estaba en juego la rearticulación de todos los puntos de poder al interior del dominio doméstico. Sólo ese contacto íntimo podía construir nuevos ciudadanos y recomponer los ya existentes4

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La familia, la maternidad y la infancia se convertían abiertamente en un asunto público regulado por el Estado. Los especialistas se asumían autorizados para orientar “científicamente” a padres y a madres en la procreación de sus hijos: “el médico […] es el único responsable de la compleja obra social, educativa y médicohigiénica que ha de conducir a la creación de nuevas formas de vida para madres y niños”, aseguraba Rodríguez Cabo.5Beatriz Urías afirma que el pensamiento eugenésico en México entre 1920 y 1950, posibilitó que se desarrollara un interés por el mejoramiento de la población y la transformación de la sociedad, orientando sus esfuerzos particularmente hacia los trabajadores, la familia, las mujeres y los niños.6Los fundamentos eugenésicos dieron sustento a políticas públicas sanitarias que beneficiaron la salud de madres y niños; sin embargo, también supeditaron “la posición de las mujeres en el ámbito doméstico y social a los requerimientos de las políticas poblacionistas y de pureza racial, buscando además aplicar una nueva ‘moral’ que circunscribía la sexualidad femenina al matrimonio y, dentro de éste, a la función reproductora”.7

En este contexto, el ideal de la madre amorosa y protectora en las décadas posteriores a la Revolución se politizaba y alentaba la expansión de los esfuerzos institucionales —además de los discursivos— a favor del fortalecimiento del binomio madrehijo. El médico Rafael Santamarina aseguraba que “la debilidad y la mortalidad de los recién nacidos y de los niños en general, lo mismo que la criminalidad juvenil [eran] consecuencia directa o indirecta, ya del desconocimiento de los deberes de la maternidad, ya de la ignorancia de las leyes de higiene”.8

De este modo, el Estado implementó servicios de apoyo y protección a la maternidad,9al mismo tiempo que se diseñaban campañas políticas

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o mediáticas de veneración a las madres y otras estrategias discursivas para instruir a las mexicanas en su importante tarea materna.

Desde la década de los treinta, se realizaba anualmente “La Semana de la Madre y el Niño” patrocinada por el Departamento de Salubridad y las Secretarías de Educación y Asistencia Pública; dichos festivales servían para “divulgar una serie de conocimientos, sobre higiene y alimentación, de los cuales dependerá en gran parte proteger la vida de las madres y de los niños mexicanos”, decía el doctor Alfonso G. Alarcón, secretario general del Departamento de Salubridad.10A este respecto, es también importante considerar la labor de difusión del binomio madrehijo realizada a través de medios como la prensa, el cine o las radionovelas.11

Autoridades y especialistas se preocupaban porque el “mandato” materno llegara a buen término. Por ello, la reconstrucción de “la gran familia mexicana” exigía, según Stern, “reorientar la conducta de las madres”, es decir concientizarlas de su labor —y obligación social— con los niños; incluso, se llegó a utilizar la radio para hacer llegar a más madres consejos de higiene, limpieza y nutrición.12El médico eugenista Alfredo Saavedra afirmaba en 1938 que ser madre implicaba la plena aceptación por parte de las mujeres de su “maternidad a través del amor más o menos elevado”; consideraba que una madre consciente no buscaría atentar contra la vida de su hijo, “un ser indefenso”.13

Tal esquema de maternidad se nutría de la doctrina católica que circunscribía las conductas femeninas sexuales y amorosas hacia su familia, esposo e hijos,14y que presentaba a la Virgen María (madre de Dios) como el modelo perfecto de mujer.15Y, aun cuando fueron las

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clases medias y altas las que observaron con más rigor dicho modelo, lo cierto es que en el periodo de estudio, a pesar de que ya “se hablaba de una sociedad en vías de secularización en todos los ámbitos de la vida, en el interior de las familias prevalecían todavía factores de índole religiosa que regían el comportamiento de la vida cotidiana”,16 incluida por supuesto la sexualidad femenina y la maternidad.

Pero la realidad de muchas mexicanas, sin importar su procedencia social, muestra que dicho estereotipo no era del todo cumplido. Había quienes no deseaban ser madres, muchas eran madres solteras, otras se veían obligadas a trabajar para subsistir sin tener tiempo suiciente para la crianza de sus hijos, varias se relacionaban con ellos a través de conductas violentas y en el extremo se encontraban las que cometían actos criminales contra sus hijos.

En este capítulo se analizan diversas prácticas delictivas en torno a la maternidad tales como aborto, infanticidio, abandono, robo de infantes, lesiones y homicidios, con la finalidad de conocer el entorno cotidiano de las mujeres que contravenían el ideal y de aquellas que delinquían ante la necesidad de cubrir los mandatos femeninos y maternos. Igualmente, se busca comprender las variadas formas de experimentar la maternidad existentes por parte de las capitalinas de los diferentes sectores sociales, así como el contexto sociocultural en el que adquirían significado sus acciones en torno al ser madre.

Rechazo a la maternidad͗ aborto e infanticidio
Las madres y los especialistas

la declarante, que se encontraba embarazada, y que tenía miedo de tener más hijos […]

le rogaba por sus hijos y por lo que más quisiera, que le pusiera la sonda con objeto de abortar.17

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La Prensa reseñó el 1º de junio de 1949 que a lo largo y ancho de la Ciudad de México fueron encontrados seis bebés muertos: un cadáver tirado en plena calle, otro en estado de putrefacción, otros dos con las piernas y los brazos devorados por animales, y unos mellizos metidos en una caja de zapatos.18Si bien en la nota se aseguraba que las “desnaturalizadas madres” serían buscadas por la policía, la realidad es que las autoridades no tenían pista alguna sobre su identidad. En la vida cotidiana, muchas mujeres recurrían al aborto y al infanticidio para resolver el problema que les representaba el nacimiento de un hijo, y solían deshacerse de los restos del feto o del bebé asesinado arrojándolos a basureros, barrancas, pozos, desagües, o abandonándolos en sitios públicos que iban desde calles y plazas hasta hoteles e iglesias.

De acuerdo con el Código Penal de 1931, el aborto era “la muerte del producto de la concepción” durante la preñez y la interrupción de una vida en gestación (art. 329); el infanticidio existía cuando el padre o la madre causaba la muerte “a un niño dentro de las 72 horas de su nacimiento” (art. 326). La menor pena para el aborto oscilaba entre seis meses y un año de prisión, y se aplicaba a mujeres que no tenían mala fama y habían ocultado el embarazo resultado de una unión ilegítima; en otras circunstancias, se les podía adjudicar de uno a cinco años de cárcel. A quien provocaba el aborto sin el consentimiento de la madre utilizando violencia física o moral recibía de castigo entre seis y ocho años de prisión o, bien, entre uno y tres años si la madre había dado su consentimiento, más la suspensión de profesión hasta por cinco años en caso de ser un especialista (arts. 329-332). Por otro lado, el embarazo podía interrumpirse cuando la mujer corría riesgos de salud o había sufrido una violación (art. 333).

El infanticidio se sancionaba con seis a diez años de prisión (art. 326); sin embargo, a las madres infanticidas sin mala fama y que habían ocultado un embarazo ilegítimo ante la sociedad y el Registro Civil, se les aplicaba una pena menor: de tres a cinco años de cárcel (art. 327). Es importante anotar que estos crímenes se castigaban con sanciones relativamente leves,19sobre todo si el delito se había cometido para ocultar una deshonra.

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No sabemos qué tan extendidas ni cuáles eran las técnicas anticonceptivas utilizadas por las capitalinas para evitar la maternidad durante el periodo estudiado. En México, el control de la natalidad era reprobado moralmente. Las autoridades, por su parte, no alentaban el uso de técnicas anticonceptivas a pesar de la insistencia...

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