Machiavello y el moralismo
Autor | Ale, Pedro Salvador |
Páginas | 155-166 |
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COMISIÓN DE DERECHOS HUMANOS DEL ESTADO DE MÉXICO
Las acciones inapropiadas que llevan a cabo hombres, mujeres y niños en nuestra sociedad, son por un desconocimiento del significado de la moral, la ética y los valores.
En este pasaje Níccolo Maquiavelo, explica la diferencia entre moral, moralismo y los moralistas en relación al Estado y al poder, además de la práctica cotidiana.
Es incomprensible e inaceptable no hablar del significado de lo que es la democracia, el sentido de lo “malo”, mediocre para las mayorías, la trascendencia de saber lo que es el “yo” como principio de un individualismo colectivo, no separatista, de un principio de identidad, de nación, de república.
Intenta descifrar el daño que ocasiona la ignorancia, y los valores creativos y productivos que puede tener la disciplina de la atención.
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Níccolo Machiavelli (1469-1527) Florencia
Secretario de la República de Florencia que en su libro El Príncipe nos ofrece los nuevos puntos de vista sobre el poder frente a la concepción medieval del Sacro Imperio Románico Germánico. Sin embargo, el derecho germánico hace de la Monarquía una entidad siempre sometida a los pactos feudales con la nobleza. A medida que nos acercamos al Renacimiento el recuerdo de Roma hace surgir el interés hacia el Derecho Romano, que robustece cada vez más la autoridad real. Son, naturalmente los propios reyes los que estimulan el estudio y la implantación del nuevo Derecho que dará origen a las grandes monarquías de la Edad Moderna.
De esta manera, Níccolo Maquiavelo presenta la necesidad de un Estado laico y fuerte cuyos fines están por encima de los intereses de la moral humana y que, naturalmente, no se considera unido a los demás pueblos europeos; por el contrario, El Príncipe debe aprovechar toda ocasión de robustecimiento o amplificación de su poder, incluso por la violencia o por la astucia. Maquiavelo es, pues, el inventor de los nacionalismos, con toda la trascendencia histórica que ello supone.
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Maquiavelo, a usted se le atribuye, entre otras cosas, la invención de la “razón de Estado”, la justificación de la astucia, del engaño, de la violencia, de una conducta que prescinde de las leyes morales del individuo. Esta doctrina nacionalista que considera lícita cualquier acción en beneficio de la colectividad inicia la tremenda historia de Europa, por el choque de los orgullos nacionales y cuya última explosión se debe a Adolfo Hitler, por no enumerar a otros más recientes...
Debe saber que, en el momento histórico que me tocó vivir, en el mundo cristiano estaba vigente un ideal de hombre perfecto que no puede existir en abundancia en un pueblo. Era un ideal limitado. Este ideal se encontraba parcialmente en algunos monjes, y en gente piadosa por el estilo, por lo que a mi modo de ver, ese montón de tristes criaturas no constituían al pueblo.
Para poder formar lo que es un pueblo convino ante todo echar fuera aquella dulzura de corderos, aquella vanidad que se ocupaba sólo de la propia persona, la amaba, la cuidaba y tenía siempre ante sí la imagen y la conciencia de la propia excelencia. A quienes alimentaron ese falso ideal, los hombres comunes y corrientes, les aparecían siempre afectados de debilidad y de corrupción, y les semejaba al mismo tiempo que aquel ideal era tan alto que no se podía traducir jamás a la realidad.
De tal manera que no encontré cómo admirar esa grandeza de ánimo, sino más bien que advertí que la propia corrupción consiste precisamente en quedarse mirando lo que llaman debilidades y errores y pecados o en menospreciar cuanto existe, porque el mundo verdadero, según ellos, es otro. El hombre que tenía semejantes debilidades y defectos quedaba inmediatamente absuelto de ellos, cuando no se les daba importancia. Y eso fue lo que hice. Mostrar una realidad distinta para el hombre que nacía.
¿Para ello usted se basó en una moral de Estado?
Sí, puedo decir que esos ‘moralistas’ eran criaturas incómodas si el mundo debía cerrarse al ámbito del Estado. Hoy en día el moralista no es aquel que confronta el comportamiento diario con un sistema de leyes aprobadas por la comunidad, porque mi deseo, de una u otra manera se ha cumplido. La ley de la civilización contemporánea se reduce a un solo mandamiento esencial: despreciar lo que hay bajo la superficie cotidiana, no menospreciar lo que existe, en una clara moral de conveniencia.
Porque, digamos que el moralista es el que crea de la nada, o mejor, el que de la apariencia inocente extrae la mitología del conflicto entre el Bien y el Mal, entre los ejércitos angélicos y diabólicos, por no decir maquiavélicos, (que ciertamente
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es una distorsión sin límites en contra de mi persona), descubre batallas y pactos entre ambos bandos. Gracias a esta proyección sobre el fondo de una lucha ultraterrena el moralista juzga, establece distancias entre sí y los demás, su gesto es de lejanía, su tono helado o apasionado, pero nunca cómplice.
Maquiavelo, sin ir más lejos ¿de dónde nace el moralismo?
Usted quiere saber ¿cuál es la materia de la que se extrae la forma de vida moralista, que es precisamente semejante a la de los monjes o de los sectarios? Un sentimiento que desde todos los tiempos parece la quintaesencia del mal: el desprecio. Sí, de ahí puede nacer ciertamente la manía de la soledad, pero sin él el mundo se achata y ni siquiera podría haber, excepto aquel falso y pálido que se traduce en una benevolencia general, no...
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