Lutero: lo teológico y lo político

AutorSheldon S. Wolin
Páginas175-201
175
V. LUTERO: LO TEOLÓGICO Y LO POLÍTICO
Todos los términos se vuelven nuevos cuando son
transferidos desde su propio contexto a otro […] Cuan-
do ascendemos a los cielos, debemos hablar ante Dios
en lenguas nuevas […] Cuando estamos en la tierra,
debemos hablar en nuestra propia lengua […] Es pre-
ciso que tengamos muy en cuenta esta distinción: que
en cuestiones de divinidad debemos hablar en forma
muy distinta que en las cuestiones de la política.
LUTERO
LA TEOLOGÍA POLÍTICA
En su teología y su filosofía, la mente medieval mostró una propensión a esta-
blecer complejas distinciones que en épocas posteriores han sido consideradas
tan admirables como irritantes. Admirables, por las sutilezas analíticas que se
elaboraron, e irritantes por los temas de aspecto trivial que se examinaban. Lo
más destacado en esta inclinación a hacer distinciones (y lo que le da un atrac-
tivo para muchos autores modernos) es que la mayoría de los pensadores me-
dievales podían establecer distinciones tenues y a veces marcadas entre la ma-
teria y el espíritu, la esencia y el atributo, la fe y la razón, la espiritualidad y la
temporalidad, sin destruir irremediablemente sus tejidos conectivos. Las cosas
podían definirse con nitidez y distinguirse analíticamente, pero no se conside-
raba una prueba de falta de coherencia. Para una época que desconfiaba de la
discontinuidad, la identidad, aun la de un tipo muy distintivo, no significaba
aislamiento ni autonomía.
Por esta propensión, los historiadores que se ocupan de la época medieval
advierten que no debemos buscar antítesis modernas, como “Iglesia” y “Estado”,
en el pensamiento medieval. La mayoría de los pensadores medievales da ban por
sentado que regnum y sacerdotium formaban jurisdicciones comple men tarias den-
tro de la respublica christiana. No obstante, las continuas disputas entre el papado
y los gobernantes temporales sobre cuestiones tales como la aplicación de impues-
tos a los clérigos y la investidura de los obispos deben hacer reflexionar a quienes
creen que un acuerdo sobre valores y premisas elimina ipso facto la posibilidad
de trabarse en conflictos encarnizados. A juzgar por la historia de la Edad Media,
también se concluiría fácilmente que las disputas se enconan cuando cada ban-
do se obstina en apoderarse de los mismos símbolos de autoridad y verdad; los
puntos de convergencia y de disidencia llegan a tornarse intercambiables.
176 PRIMERA PARTE
Según la exposición del capítulo anterior, vemos que la mentalidad común
que inspiró el enfoque medieval de los problemas de la religión y la política ob-
tuvo su fuerza de algo más que un conjunto compartido de creencias religiosas
y hábitos. Se basó igualmente en la forma en que los conceptos políticos y reli-
giosos influían unos sobre otros, como reflejo fiel de la realidad de la vida me-
dieval, en la que lo político y lo religioso estaban entretejidos sutilmente. Ahora
bien, el gran tema que surgió hacia el final de la Edad Media se relacionó con el
destino de esos modos de pensamiento combinados e interdependientes en un
mundo donde el particularismo nacional había debilitado de manera ostensi-
ble las premisas de la sociedad universal del cristianismo. El fin de la alianza
entre el pensamiento religioso y el político fue anunciado en el siglo XIV con la
obra de Marsilio de Padua. ¿Qué podría haber sido más medieval que la prome-
sa inicial de discutir la “causa eficiente” de las leyes? No obstante, el tono cam-
bia abruptamente, y Marsilio declara que no va a tratar el establecimiento de
leyes por ningún otro agente que no sea la voluntad humana; es decir, no está
interesado en el papel de Dios como legislador supremo. “Abordaré sólo el esta-
blecimiento de aquellas leyes y gobiernos que se originan directamente en la
decisión de la mente humana.”1 Aun así, a pesar de todo su radicalismo, Marsi-
lio todavía retuvo importantes vestigios del punto de vista medieval y debemos
ir al siglo XVI para descubrir una revolución en el pensamiento político compa-
rable a la que había ocurrido en el plano real de la organización política, y que
es un reflejo de ella.2 En los dos grandes impulsos del protestantismo y el hu-
manismo encontramos las fuerzas intelectuales vitales que acabaron con la
concepción común a la que había llegado la mente medieval. Estos impulsos
promovieron, cada uno a su manera, una teoría política más autónoma y de
orientación nacional. Por una parte, la contribución de Lutero y de los prime-
ros reformistas protestantes consistió en despolitizar la religión; por otra, Ma-
quiavelo y los humanistas italianos trabajaron para desteologizar la política.
Ambos movimientos fomentaron el particularismo nacional.
EL ELEMENTO POLÍTICO EN EL PENSAMIENTO DE LUTERO
En última instancia, el impulso por desvincular los elementos políticos de las
formas religiosas de pensamiento tuvo su origen en la ferviente creencia de Lutero
de que “la Palabra de Dios, que enseña la libertad completa, no debe ser enca-
1 Defensor de la paz, 1.12.
2 Es preciso hacer algunas salvedades. No hay duda de que la secularización del pensamiento
político en el siglo XVI había sido anunciada antes por las obras de hombres como Juan de París,
Marsilio y Pierre Dubois, para mencionar sólo los ejemplos más conocidos. No obstante, como los
orígenes de una tendencia de las ideas presentan problemas de tipo muy diferente al de las reper-
cusiones totales de una idea, creo que se justifica que me concentre directamente en el siglo XVI.

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR