La lucha de los partidos históricos

AutorEmilio Rabasa
Páginas31-50
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a unidad religiosa había sido en la Nueva España un hecho
sin contradicción y, de cierta forma, espontáneo; de ahí que
la intolerancia fuese no sólo una institución en las leyes, sino
una necesidad en la paz de las conciencias. La unidad religio -
sa, con ser un absurdo dentro de la naturaleza para cualquier
grupo social, constituía en los comienzos de la era indepen-
diente de México un elemento natural y propio de aquella
comunión po lítica, a tal grado que, sin él, no habría podido
explicarse su exis tencia como pueblo organizado. La Iglesia,
siempre adherida a la tradición, porque ella era la primera de
las tradiciones, fue enemiga encarnizada de la rebelión insur -
gente, hasta que el triun fo de la Independencia la hizo bus -
car, en el nuevo orden, la aco modación y la vida; pero, como
había sido en la colonia, lo mismo que en la metrópoli, gran
factor en el mando y señora en la autoridad, no podía renun -
ciar fácilmente al gran poder que, durante siglos, mantuvo so -
bre los pueblos, ni resignarse a la misión evangélica, que había
pasado, en el orden de sus tendencias y de sus propósitos, a
segunda categoría. Tenía mu cho que pedir, como que aspira -
ba al mando supremo; pero tenía mucho que ofrecer en cam-
bio, puesto que ofrecería, como aliada, la influencia más eficaz,
LA LUCHA DE LOS PARTIDOS
HISTÓRICOS
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cuando iban a perder toda la suya los principios, las leyes y
los gobiernos.
Empeñada, por supuesto, en ceder lo menos posible, ya
que tuvo que aceptar la separación de España, siguió a Iturbide
en su movimiento, porque era de reacción respecto al espíritu
de los primeros insurgentes y pretendía mantener la tradición
monárquica. Se resignó con la caída del emperador porque
no estuvo en su mano evitarla, y se resignó también con el sis -
tema federal que impusieron las ciudades, en parte porque la
imposición era irresistible y en parte porque ella misma ignoró
toda la trascendencia liberal de la emancipación de las pro-
vincias; pero cuando los partidos comenzaron a esbozarse en
la política del país, como signo y revelación de la vida nacio-
nal, púsose la Iglesia de parte del que menos franquicias con-
cediera, del que mostrara más tendencia al absolutismo, que es
tradición y que educa para la obediencia pasiva, puesto que
sabía que toda libertad es fecunda en libertades, y que toda con -
cesión debilita la influencia de las religiones como institucio-
nes políticas. El Congreso de 1833 materializó los peligros del
clero bajo el sistema federal y mostró cómo habían germinado
en la nueva Nación las semillas de las revoluciones europeas,
pues con él planteó Gómez Farías,1casi por completo, el pro-
grama de la reforma política y social de exclusión de la Iglesia
1Valentín Gómez Farías (1781-1858). Médico y político. Vicepresidente en el
gobierno de Santa Anna, sustituyó a éste en el cargo de presidente de México
en varias ocasiones. Su gobierno se caracterizó por un abierto desafío al
po der del clero y por la defensa de la autoridad civil. Sus disposiciones,
de orientación liberal, indignaron al clero, a los conservadores y a los mi-
litares, quienes exigieron el regreso de Santa Anna, y éste, mediante una
asonada, provocó la disolución del Congreso y exilió al vicepresidente, ade -
más de derogar sus leyes.
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LA CONSTITUCIÓN Y LA DICTADURA

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