Lola Álvarez Bravo

AutorAndrés Henestrosa
Páginas424-425
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ANDRÉS HEN ESTROS A
nosotros connotación, o matiz de connotación, que ya perdieron en el español
de la península; existe, también, un alto número de barbarismos, pero que sin
los cuales el Corrido perdería mucho de su fisonomía. No es éste el sitio para
señalarlos y hemos de dejarlo para otra ocasión.
Sobre el Corrido mexicano se ha trabajado mucho, si bien quedan algunos
aspectos intocados: por ejemplo, su contenido estrictamente poético, hasta
ahora pospuesto, bien por exaltar otros valores, bien por el error de creer que
siendo literatura del pueblo, escrita, o dicha, por poetas que no lo son de pro-
fesión, carecen de aquel valor, que sin embargo tienen. Tal vez ya sea tiempo
de que al tratar el tema del Corrido mexicano, se tomen en cuenta los hechos
que ahora sólo se enumeran de paso, para situar este género en el marco que
le corresponde en el desarrollo de la literatura nacional.
30 de septiemb re de 1956
Lola Álvarez Bravo
Si me pregunto cómo es y qué es Lola Álvarez Bravo, lo sé. Si me pides que te
lo cuente, ya no lo sé. Porque no es verdad que lo bien sabido nunca se olvida,
siendo cierto lo contrario. ¿Dónde, cuándo conocí a Lola? No lo recuerdo. Pero
su nombre, pero su figura, pero su delicada presencia, es una sílaba formativa
de aquellas palabras que se refieren al arte, a la belleza, a la inteligencia, a los
dolores y a las dichas. Acto, afán, contienda en que el hombre y su esperanza
estén de por medio, que le falte su concurso, como que algo les falta. Qué
más, si hasta el luto y el dolor parecen falsos si Lola no los comparte.
¿Dónde, cuándo nació Lola Álvarez Bravo? ¿Lo sabe alguno? Lo dudo. Ni
se podría descubrir. Su capacidad de exaltarse, de morir y de vivir todos los
minutos del día; de recomenzar, de levantarse los hombros y decirle una mala,
digo una buena palabra a la vida y a sus desigualdades, es un signo no sólo de
juventud, sino de niñez; la dosis en que todo México entra en su alma, impide
señalarle patria chica: ella es toda esta tierra, en lo que de más entrañable y
permanente registra. Si en algún lugar no ha puesto su cálida y temblorosa
planta, ya la pondrá; pero si no la pone, no importa: esa porción de México la
presiente y con lo que Lola sabe del resto, la adivina y la define. Sus manos
han palpado la frente y las mejillas de todas aquellas cosas en que nuestra

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