Sin literatura no hay Derecho. Y al revés

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Carlos Fuentes se aburría como ostra en los fríos salones de San Ildefonso, donde estudiaba Derecho por obligación familiar. Él quería escribir la magna obra en español, la nueva novela latinoamericana, y ahí estaba, estudiando para el examen de Código Civil.

Y sin embargo, cuenta el escritor, no fue infeliz. No sólo porque hacía una revista con otros estudiantes con inquietudes literarias (como Salvador Novo), sino porque pronto encontró el vínculo entre las grandes obras de la literatura y el Derecho.

Su profesor Manuel Pedroso le enseñó que para aprender Derecho mercantil o criminal había que leer a Dostoievski y a Balzac.

Es una lástima que Fuentes, sin embargo, no se haya dedicado al Derecho. Es una lástima que muchos de esos grandes escritores hayan abrevado de los grandes maestros de San Ildefonso y no hayan regresado su pluma a esa disciplina. Las nociones de justicia, castigo, responsabilidad y derechos inalienables han nutrido grandes novelas. Pero la literatura nos queda debiendo en los juzgados. No sólo porque nos han regresado pocos casos mexicanos, sino porque el español en esos sitios no ha aprendido a comunicarse.

Por eso es tan refrescante encontrar en un solo libro una serie de relexiones contempo-ráneas sobre los lazos que unen

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a las normas con los héroes, a los juzgados con las tragedias, a las víctimas con la poesía, a algunos litigantes con los mártires y a muchos abogados con los peores villanos.

El conjunto de textos de Sin literatura no hay Derecho empieza casi con un lugar común: El proceso, de Franz Kafka, en la pluma de Gilberto Adame. Pero no me malinterpreten, no lo critico. No había forma de eludir el espeluznante abismo burocrático en el que puede caer un juicio sin que llegara un reseñista a preguntar: “¿Y dónde dejaron a Kafka?” O “¿dónde ponen a Los miserables?” Santiago Nieto salió al quite —y bien— con ese otro lugar común.

Pero la relación entre el Derecho y la magia de las historias tiene mucha tela más de dónde cortar, y esta selección de textos da cuenta de lo anterior. Por ejemplo, el horror. El hedor, la maldad, la increíble historia de los cientos de miles de historias del holocausto no pueden contarse bien sin la literatura, dice Luis Arroyo Zapatero. La verdad es tan inadmisible para la razón, que se precisó del talento de tres generaciones y de muchos escritores anónimos —víctimas, testigos y oyentes— para volverla tangible. No lo habrían logrado los jueces ni los ganadores...

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