El liberalismo y la decadencia de la filosofía política

AutorSheldon S. Wolin
Páginas336-410
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IX. EL LIBERALISMO Y LA DECADENCIA
DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA
Los ricos tienen sentimientos, si puedo expresarlo así,
en todas las partes de sus posesiones […]
ROUSSEAU
Mucho se gana cuando logramos transformar la desdi-
cha histérica en infelicidad ordinaria.
FREUD
LO POLÍTICO Y LO SOCIAL
Si imagináramos a dos lectores inteligentes de Hobbes, cada uno igualmente
distante de él en el tiempo, el primero situado a mediados del siglo XV y el otro,
a mediados del XIX, esperaríamos que cada uno expresara críticas radicalmente
diferentes sobre algunas cuestiones, pero estaríamos menos preparados para
encontrar que concordaban en otras. Nuestro lector del siglo XV se escandaliza-
ría ante el sardónico tratamiento de Hobbes de la religión y la despiadada for-
ma en que despojó a la filosofía política de todo vestigio de pensamientos y
sentimientos religiosos. El hombre del siglo XIX, examinando a Hobbes desde la
posición estratégica de Marx y los economistas clásicos, declararía que Hobbes
carece en absoluto de comprensión de la influencia de los factores económicos
sobre la política.1 Los dos críticos llegarían a la conclusión de que Hobbes ha-
bía logrado una teoría política “pura” deshaciéndose de los elementos religio-
sos e ignorando la economía.
Sin embargo, esto no representa la totalidad de lo que había hecho Hobbes
ni agota las críticas de nuestros dos lectores imaginarios. A pesar de la bre-
cha de siglos y los distintos estilos de expresión, hubieran concordado en que
Hobbes no había captado las conexiones entre los factores sociales y políticos y,
por consiguiente, su postulado de un orden político definido contenía una pre-
sencia tan fantasmagórica como cualquiera otra fraguada por la mentalidad
teo lógica de sus contemporáneos. Por una parte, el representante de la época de
1 El crítico decimonónico tendría que admitir que el capítulo 24 del Leviatán, 2ª ed., trad. de
Manuel Sánchez Sarto, FCE, México, 1980, contiene un análisis típicamente mercantilista. Aun así,
sigue siendo válida la crítica de que Hobbes no concibió una relación integral entre los factores
económicos y los fenómenos políticos. En esto, es inferior a su predecesor, Jean Bodin, y a su críti-
co contemporáneo, James Harrington.
EL LIBERALISMO Y LA DECADENCIA DE LA FILOSOFÍA POLÍTICA 337
Tocqueville, Comte y Spencer acusaría a Hobbes de ignorar la medida en que las
relaciones sociales configuran las prácticas políticas y, por lo tanto, de que
había confundido la superestructura con los cimientos. En un estilo de expre-
sión diferente, el portavoz de la época anterior habría manifestado la misma
queja.
Podría decir que si Hobbes hubiera podido frenar su impulso de ganar el
debate
a los escolásticos, habría alcanzado una valiosa percepción de las rela-
ciones
recíprocas entre gobierno y sociedad. El empleo de metáforas orgánicas
entre los autores medievales había sido, a pesar de su aparente absurdidad, un
indicador de una aguda percepción de la interdependencia social y la relación
funcional entre los factores políticos y económicos. Un autor medieval nunca se
hubiera dejado atrapar en el error hobbesiano de tratar a la institución de la pro-
piedad como un simple conjunto de relaciones jurídicas entre el súbdito y el so-
berano, sin prestar atención a la influencia social de los derechos de propiedad.
A primera vista, estas críticas parecen justificadas, pues Hobbes no tenía nin-
guna
teoría genuina de la sociedad en el mismo sentido que los autores ante-
riores o posteriores. No obstante, en lugar de abundar en este tema podríamos
formularnos la pregunta que nos sugiere: ¿por qué estas críticas parecen tanto
justificadas como obvias? Una respuesta es que estamos tan acostumbrados a
que los problemas políticos se reduzcan a causas económicas, a la influencia de
la estructura de clases, las relaciones sociales o el acondicionamiento social, que
nos apartamos con impaciencia de un autor que no sigue la fórmula. Lo que es
interesante en esta respuesta es su conexión con la perspectiva teórica que pre-
domina en gran parte del pensamiento contemporáneo en el campo de las cien-
cias sociales. El argumento general expuesto acerca de la superioridad de las
ciencias sociales con respecto a la filosofía política tradicional se basa en el mismo
supuesto que sustenta la acusación hecha a Hobbes: que los fenómenos políti-
cos se explican mejor como resultado de factores sociales y, en consecuencia,
las instituciones y las creencias políticas se comprenden mejor con un método
que va más allá, hasta llegar a los procesos sociales “subyacentes” que determi-
nan la configuración de las cuestiones políticas.
Expresada en estos términos, la controversia entre la filosofía política y las
ciencias sociales es ostensiblemente de carácter metodológico e implica una
pregunta que sólo la experiencia puede responder. Por desgracia, muchos filó-
sofos políticos, en especial los que insisten en una estrecha conexión entre la
política y la ética, rechazarían esta exposición del problema con el argumento
de que obliga a la filosofía política a preocuparse por el método a expensas de
los aspectos morales. No obstante, se podría señalar que tanto los defensores
de las ciencias políticas como el filósofo político con una mentalidad ética
abo-
gan por un enfoque que pasa por alto el mismo punto. El problema no es única-
mente
metodológico, ni siquiera básicamente ético, sino sustantivo: se refiere a
la condición de la política y lo político. Cuando las ciencias sociales modernas
declaran que los fenómenos políticos se deben explicar desglosándolos en sus
componentes sociológicos, psicológicos o económicos, afirman que no hay fe-
338 PRIMERA PARTE
nómenos propiamente políticos y, por lo tanto, no existe un conjunto especial de
problemas. En apariencia, esta afirmación parece ser una declaración puramen-
te descriptiva, desprovista de matices evaluativos y, en consecuencia, inocente.
En realidad, no lo es en absoluto. Se basa en una evaluación que permanece
oculta porque sus orígenes históricos no son bien conocidos. Es posible ver la
política como una forma derivada de actividad, que se debe entender en térmi-
nos de factores más “fundamentales”, si se piensa que lo político no tiene tras-
cendencia propia, no se relaciona con una función singular ni está en un plano
más elevado que, digamos, cualquier organización en gran escala.
Esto sugiere que las ciencias sociales modernas parecen plausibles y útiles
por la misma razón que la filosofía política moderna parece anacrónica y esté-
ril: cada una es sintomática de una situación en la que se ha perdido el sentido
de lo político. Mientras que las primeras florecen, la segunda se debate en la
incertidumbre de lo que constituye su contenido, si lo hay. Estos acontecimien-
tos tal vez parezcan poco importantes, relacionados quizá con la reubicación
de unos cuantos académicos desplazados. Sin embargo, quizá no sea descabe-
llado sospechar una raíz común de la ausencia en el filósofo de una idea cohe-
rente de lo
que es verdaderamente político y el vacilante intento fracasado de las
sociedades
occidentales de sustentar la creencia en la importancia de la activi-
dad política, salvo recurriendo a una confusa mezcla de diluidas ideas religiosas
condimentadas con una pizca de virtudes mercantiles.
Estas consideraciones sirven para ver con más claridad la contribución de
Hobbes. Cualesquiera que fueran sus deficiencias, nos muestra lo que hemos
perdido en cuanto a un sentido de lo político. Para Hobbes, lo político en una
sociedad abarcaba tres elementos: la autoridad cuya función única era supervi-
sar todo y ejercer un control orientador sobre otras formas de actividad; las
obligaciones que asumían quienes aceptaban la membresía, y el sistema de nor-
mas
comunes que rigen el comportamiento importante desde el punto de vista
público. En una forma igualmente inequívoca, Hobbes definió la tarea básica
de la filosofía política: identificar y definir lo que era verdaderamente político.
En esta perspectiva, la función de la teoría era ayudar a identificar un tipo es-
pecífico de autoridad y el ámbito de su actividad. Identificar y definir equivale
a abstraer ciertas funciones y actividades características con el fin de incluirlas
en un sistema clasificador. Toda clasificación entraña límites que nos permiten
distinguir el asunto de otros. Así, al identificar lo que era político, simultánea-
mente Hobbes estaba delimitando su campo. Esto significaba, por ejemplo,
que
la acción política se restringía al tipo de bienes alcanzables con medios polí-
ticos;
podría haber otros bienes, incluso superiores, pero, si era imposible al-
canzarlos mediante métodos políticos, o si eran alcanzables, pero demasiado
costosos
o triviales, estaban fuera del ámbito de lo político. Asimismo, si bien los
deberes
políticos eran de crucial importancia para la filosofía política y para la
autoridad política, de ningún modo agotaban la totalidad de las relaciones hu-
manas ni eran considerados como la función más elevada del hombre. Muchas

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