Las leyes y la jurisprudencia del enjuiciamiento criminal. Parte 36

Páginas771-792
DE
LA.
LEY
DEL
JURADO
767
cuan do dice que á las diez y media de
la
noche dejó la cama, penetró
en
la
habitación consabida, abrió el armario,
se
preparó
uu
vaso de
agua
azucarada, y cual si quisiera remover obstáculos
para
el ladrón,
dejó
en
su cerradura ]a llave del armario, esa llave que siempre estaba
tan
cuidadosamente guardada
...
Pasemos,'no obstante,
por
esto; una
singular
casualidad
habrá
auxiliado al
ladrón
en su tarea.
El
cofre que
guarda
el dinero
es
violentado, y en él se conservan las huellas del ins-
trumento
que el ladrón precavido
trajo
consigo ... Finalmente, tiene lu-
gar
la
perpetración del maypr delito, el asesinato de
la
Sra.
Benoit
...
,
y no lo echéis en olvido, porque es
un
hecho muy notable; el robo
ha
precedido á ese asesinato.
Al
grito
de su madre, que acababa de recibir el fatal golpe, Fede-
rico,
gritando
á su vez, bajó precipitadamente; luego b ajó inmediata-
mente después de cometido
el
homicidio. Oomprueba, además, el hecho
de
la
precedencia del robo,
la
circunstancia de que ni en el armario
ni
en
el cofre, á
pesar
de
tantas
fracturas
y desorden, se echa de
ver
nin-
guna
de esas huellas
sangrientas
que indudablemente
habrán
de
reve-
lar
el paso del asesino; de suerte, que cuando éste mató á
la
Sra.
Be-
noit
se había perpetrado
ya
el
robo, y el ruido que debiera
haber
he-
cho
Federico,
arrancado
por
fin al sueño, fué
lo
que indujo al matador
á
la
fuga.
Esto
supuesto, ¿á quién no asalta de momento
la
siguiente refle-
xión?
¿A
qué
vino el asesinato de
la
señora Benoit? Hacéos cuenta,
señores,
d.e
que
un
delito de esta naturaleza no se comete inútilmente.
Para
que
un
ladrón se convierta en asesino,
para
que se arriesgue á
subir
al cadalso en vez
de
ir
á presidio,
es
indispensable que no encuen-
tre
medio de ,eludir
el
apurado
lan~6.
Pues
bien; si
la
Sra.
Benoit
conti-
núa
du,rmiendo en
el
fondo de surgabinete, después de cometido el robo,
¿por
qué el
ladrón
penetra hasta
¿por qué sin necesidad, sin utili-
dad,
hiere á
una
muje!:
dormida?
Se
me contestará que quizás desper-
en aquel momento mismo, y que
elbdrón
quiso asegurarse de su
silencio
ndola
la
muerte
...
l\ledio innecesario,
por
cierto; si
la
Sra. Be-
noit
despertó, ¿por qué el ladrón no emprendió
la
retirada?
Si
de re-
pente
oyó
algún
rumor
en
el
fondo del oscuro gabinete, ¿cómo el ladrón
no
se dió
prisa
á escapar,
ya
que tenía
en
su poder el oro que
le
exci-
para
acometer
la
empresa?
Si
la
Sra.
Benoit
hizo algún movimien-
to,
si
dió voces, si pidió socorro, ¿cómo se explica que en
lugar
de poner-
se
el
ladrón
en salvo,
por
medio de
la
fuga, que
tan
fácil le era, tuviese
la
inconcebible audacia de dirig'irse á
su
encuentro? Cuando merced
á.
tantas
fracturas, á estar
la
ventana abierta, á flotar los cortinajes
por
768
FORMUI,Amos
impulso del viento, á estar
la
plaza
perfectamente iluminada
por
la
luna,
cada transeunte podía detenerse á
fin
de enterarse de
la
causa de
tal
desorden, ¿por qué perder
un
tiempo precioso, enredarse en los distin-
tos aposentos
de
la
casa,
cruzar
á pocos pasos
de
Luisa,
arriesgarse
en
medio de la oscuridad del
gabinete
de
la
Sra.
Benoit,
y
amontonar
peligros y más peligros á los muchos que
ya
el lance
traía
consigo?
Veamos ahora qué
es
la
que va á pasar en el
interior
de ese
gabi-
nete.
En
medio de la oscuridad que reina en él, en medio de los
horri-
bles
gritos
de
la
Sra. Benoit, atacada
tan
inesperadamente, ¡cuán tre-
menda debió ser
la
lucha empeñada entre un asesino que no quiere
huir
y
una
mujer robusta cuyas fuerzas dobla
la
desesperación!
Pues
nada
de esto; no ha habido tal lucha, no
ha
habido tal combate, no
ha
ocu-
rrido desorden alguno en el
interior
del gabinete; hasta la cama
se
halla
tan
bien
arreglada, que
no
parece sino que
la
hayan acabado
de
hacer
de nuevo. Indudablemente el asesino ha podido
hasta
escoger el
sitio
donde le convenía
herir
á su víctima; pues ésta
ha
muerto á impulso
de
un
solo golpe, descargado
por
una
mano muy segura.
La
Sra.
Benoit
no
ha
despertado; la transición del sueño á
la
muerte
ha
sido instantánea.
y yo pregunto nuevamente:
¿por
qué motivo, á través de tantos peli-
gros, el ladrón
ha
perdido su tiempo en asesinar
una
mujer dormida?
Además, ¿qué clase
de
sueño es ese
tan
profundo que
nada
es
bastante
á despertar á los que de él duermen? Ni Federico, que en honor á
la
verdad duerme en el piso superior,
ni
Luisa que
se
encuentra á cuatro
pasos de su tía,
ni
la Sra.
Benoit
que
por
razón de su edad avanzada
y de los recelos que
la
inquietan duerme
un
sueño ligero; nadie,
nadie
enteramente
se
apercibe del ruido.
Ni
el destrozo de
la
persiana,
ni
el
acto de romper el cristal cuyos pedazos saltan con estrépito, ni el
abrir
el armario, ni el forzar
el
cofre, ni el oro de que se apoderan,
ni
los
objetos de plata arrojados
al
suelo, ni los muebles con que el
ladrón
tropieza en
la
oscuridad, ninguno de estos rumores más ó menos fuer-
tes
puede
cosa alguna contra aquel sueño tenaz.
La
Sra.
Benoit
no
despierta hasta que tiene puesto el cuchillo en
la
gar
ganta,
y ni aun
el
grito que entonces lanza
es
suficiente
para
despertar á Luisa, á pe-
sar de que descansa
alIado
de
la
víctima.
¿Oómo
se
las
ha
manejado el asesino
para
todo esto?
Hacéos
cargo
de que sin luz alguna,
por
cuanto estando
la
ventana
abierta
esa luz
le
hubiera vendido, penetra
en
un
aposento llamado el gabinete negro, á
causa de que no tiene lumbrera alguna, de suerte que jamás
la
luz
del
día penetró en su interior;
entra
en el aposento, digo, á altas horas de
la noche, y
en
medio de la profunda oscuridad que le rodea, se
dirige
DE
LA
LEY
DEL
JURADO
769
sin
titubear
al
sitio donde debe
herir
á
la
víctima y
la
asesina
de
lill
13010 golpe, desca.rgado con mano
fuerte
y segura.
Dígaseme,
en vista de todo, qué
secreta
claridad
ha
guiado
su
mano
de
una
manera
tan
precisa ...
Lo
cierto
es que
la
víct.ima
ha
muerto,
y que el crimen
ha
sido con-
sumado así
en
el
interior
como
en
el
exterior
de
la
'casa.
Todo
parece
haberse
conjurado
para
perder
á
la
señora
Benoit
y
salvar
á
su
afor-
tunado
asesino.
Ni
Desserea1!-, que se
ha
retirado
á su
casa
á las
once
de
la
noche;
ni
Genot,
que
atravesando
la plaza á las once y
cuarto
IHt
reparado
en
la
luz
que
brillaba
á
través
de
la
vfllltana de
Ladurell
e;
ni
JYIarquet, que
la
misma noche cruzaba
la
plaza comjJletamente iluminada.
por
la
luna; persona alglllla
en
el extel'iOl' se
ha
apercibido del
desorden
que
reinaba
en
casa de
Benoit;
y
en
cuanto al
interior,
nadie
ha
sido
despertado
por
los rumores que
en
el silencio de
la
noche
debieron
ser
más sonoros y extraños.
Únicamente
cuando todo
ha
concluído, F ede-
rico despierta; y sobresaltada
por
sus gritos,
despierta
á
su
vez, y
dej
ft
el lecho,
la
impasible
Luisa.
V"
Un
gemido sordo
ha
llegado
hasta
Federico: lánzase
inquieto
de
la
~\.
cama y
llama
á su madre ...
¡Gran
Dios!
El
aposento
se
halla
en
com-
pleto desorden,
la
ventana
se
encuentra
abierta, y
por
entre
los
corti-
najes que el viento
agita,
se apercibe de que á
su
pro
ximidad
una
es-
pecie de
fantasma
ha
huído hacia
la
plaza
contigua.
De
manera
que
no
es
un
sueño,
no
es
una
dolorosa
pesadilla
lo que
un
momento
antes
turbaba
' el descanso de
su
madre
...
¡Un
asesino se
encontraba
en
el
in-
terior
de
la
casa, y lo que
ha
oído
Federico
es
un
gemido de dolor,
tal
vez de muerte!... ¡Y él, de pie en el um\Jral del
gabinete,
continúa
lla-
mando
á
su
madre, á
su
madre
que gemía hace
un
instante,
y
que
ahora,
sin
embargo, no responde á
la
voz de
su
hijo!
...
Y éste, el
POE-
trero
de los nacidos en
la
casa, el niño predilecto de su
madre,
el
hijo
que ésta
amamantó
con su
propia
leche, que enfermo y
moribundo
volvió á
la
vida
á fuerza de amor ... ¡oh!
ya
veréis cómo ese
hijo
vo-
lará
á su socorro, á contener su
sangre,
á buscar
en
su
corazón
un
resto
de calor y de vida, á implorar
al
menos de su mano
moribunda
la
úl-
tima
seña,
la
bendición
postrera.
¡Qué es esto!... ¡Se aleja! ¿Que
estás
haciendo,
desgraciado?
¿No co-
noces que se
trata
de
tu
madre?
..
¿Cómo se entiende? ¡Se aleja de
este
gabinete cuya
puerta
se
halla
abierta
delante de él, de este
gabinete
dentro del
cual
su
madre
es-
pira!...
Sale
fuera de
la
casa, llama á
103
vecinos,
da
voces de que se ha.
cometido
un
robo, y olvida sin
duda
que se
ha
cometido
un
crimen
49
770
FORMULARIOS
mayor, olvida que la voz de su madre no
ha
correspondiuo al llama-
miento del hijo ... Y no se me
diga
que puede
haber
tenido miedo ¡Hijo
indigno; oyes gemir á
tu
madre, y es
por
por
quien tiemblas!... ¡In-
digno, digo! ¡Tu madre muere asesinada, y sólo se
te
ocurre emprender
la
fuga!
...
¿Pero de qué tiene miedo? ¿No
ha
visto,
por
ventura, que
el
asesino se escapaba? ¿No se hallaba abierto y silencioso el cuarto
de
su
madre? ...
Además, los vecinos
han
acudido presurosos,
la
casa se
ha
llenado
de
gente,
el peligro
ha
desaparecido y no hay de qué
abrigar
el temor
más pequeño
...
Ya
en tal caso, ¿qué hace Federico?
Ya
lo sabéis; piensa
en
las alhajas de plata, las recomienda con ansia, las codicia
por
el
pronto
y las robará más
tarde.
Pero
¡y
su madre!... No vuelve á ocu-
parse
de ella, y muy pronto se aleja, sin
pedir
siquiera que se
la
dejen
ver
.
¿Será
que le hayan
arrastrado
á viva fuerza le,jos del lecho fatal?
¿Será
que los vecinos, movidos á pie dad, le hayan evitado, á pesar suyo,
ese espectáculo? ¡Nada de esto, nada de esto!
...
Es
que no
ha
manifes-
tado deseos de verla; aun más, es que se
ha
negado á verla. Salmón,
que
le
lleva consigo, titubea antes de retirarse, y le dice: «Es me·
nester
averiguarlo bien, quizás no
ha
muerto
...
»
,,¡Ohl,
le contesta
Fe-
derico,
estoy
bien
seguro
de
que
ha muerto.»
¡Seguro!
Un
hijo que no
ha
visto á su madre desde que
se
ha
reti-
rado
á descansar, hace apenas algunas horas llena de vida y
de
fuerzas,
y se
halla
ya
seguro de que
ha
muerto, y rechaza
la
duda de Salmón, y
se
niega
á
entrar
con él en el cuarto de su madre ...
Si
acaso alguno de los que me estáis oyendo habéis experimentado
semejante desgracia, decidme:
¿No
es
verdad que durante mucho
tiempo nos hemos negado á creerla, que nuestro corazón ha luchado y
se
ha
obstinado contra
la
verdad, y que
transcurren
muchas horas
antes de que
un
hijo pueda decirse: Decididamente
he
perdido á
mi
madre; estoy seguro
de
que se halla bien muerta?
Y cuando
para
proporcionar algún consuelo á su hijo, hay quien
le anuncia que su madre no
ha
muerto aún, que queda alguna
es-
peranza
de salvación, ¿ sabéis cual ha sido su conducta? contestar:
.Cuidadla
mucho y encended
un
buen fuego» ; pero
no
se
ha
diri-
gido á su estancia; viva ó
muerta
se
ha
negado igualmente á volverla
á ver.
Y bien, ¿no comprendéis que ese hombre no puede atravesar el
dintel de esa
puerta,
de
la cual un invencible
terror
le tiene alejado,
cual si
á.
su vista pudiera
el
cadáver reanimarse impensadamente, y,
1e
-
772
FORMULARIOS
bello
en
desorden, los brazos y el pecho extremecidos
por
una
convul-
sión.
Chaix
d'
.Est-Auge,
interrumpido
de
una
manera
tan
brusca
en
Sil
acusación,
la
terminó lenta y
gravemente
de esta
suerte:
*
* *
Gracias á Dios,
he
dado cima á cuanto
tenía
que deciros; he cum-
plido
por
fin
esta
misión, que si
en
un
principio acepté con
terror,
al
menos, gracias á
tantas
pruebas
como han podido
juntarse,
he
desem-
peñado
ante
vosotros sin compasión
ni
duda
de especie alguna.
En
esta
causa, donde no se ventila
un
miserable
interés
de
dinero ó
de
odio, me
había
impuesto el
deber
sagrado de
descubrir
al
culpable y
de
hacer
triunfar
al inocente.
Al
presente,
torturado
por
la
misma convic-
ción que
ha
dictado mis
palabras,
fatigado
por
este combate á
muerte
en que me
he
empeñado con
todas
las fuerzas de mi alma, me creo
con
derecho á deciros que el cumplimiento de mi deber no
ha
estado
exento
de dolor.
Esos
relatos no
tan
sólo
fatigan
la
memoria, sino
que
oprimen
el
corazón. Cuando uno piensa
en
tantos
crímenes, en
la
impunidad
de
quec
han gozado
durante
tan
largo
espacio de tiempo, en
la
furibunda
pre
·
vención con que, al
par
que se
ha
protegido
al
culpable, se
ha
querido
castigar al inocente; en
presencia
de ese deplorable desbordamiento de
las miserias humanas, ¿no es
verdad
que
nuestra
cabeza se
extravía,
que
una
duda
horrible
se
apodera
de nuestro ánimo, y que nos senti-
mos avocados á confundir en
nuestro
interior
todas
las
ideas
de
virtud,
de
moral
y de justicia? Y sin embargo, guardémonos
de
caer
en
el aba-
timiento;
antes
bien,
comprendamos que
hay
en
todo eso
grandes
lec-
ciones,
profundas
y saludables enseñanzas. Elevémonos
por
encima
de
las debilidades vulgares, y en
la
suerte
reservada á
cada
uno
de
los
ac-
tores de este
horrisle
drama, reconozcamos
la
más completa
manifesta-
ción de
la
divina justicia.
Veámoslo, si no. Labauve, conmovido
por
tantas
desgracias
como
han
venido sobre él, puesto á
prueba
por
uua
serie de
horribles
peligros
y
por
una
persecución que ni
aun
sus mismas
imprudencias
puedenjus
-
tificar,
va
á
ser
en
est e día acusado nuevamente de asesinato
ante
vos-
otros, no lo ignoro; mas tampoco
puede
caberme
duda
de que
hechaa
,
DE
LA
LEY
DEL
JURADO
773
todas
las pruebas que
se
necesitaban, y disipadas las nubes que se
8rremoli
naban
sobre él, su inocencia saldrá indudablemente triun-
fant€.
Luisa,
arrastrada
por el malvado á quien amaba, convertida en ins-
trumento
del más miserable delito, cómplice del parricida, ¿acaso no ha
recibi do
su
castigo? ¡Ah! ¿Quién
de
vosotros no ha visto
la
mano de
Dios
pesando sobre ella desde el día del crimen? ¿Habéis olvidado sus
lágrimas que nunca
se
agotaron, sus gemidos que estallaron en todas
partes,
sus días sin reposo y sus noches sin sueño? Y cuando una que
otra
rara
vez
la
fatiga cerraba sus ojos, ¿no tenéis noticias de las
te-
ilTibles visiones, de las apariciones sangrientas que rodeaban su lecho,
de
que emprendía
una
fuga desatentada, profiriendo
grito
s que espan-
taban
á cuantos
la
oían, y luchando contra
un
fantasma que la perse-
guía
á todas partes, contra su tía, que
es
el tormento de su vida?
..
Indudablemente no merecía
morir
sobre lm cadalso, puesto que, al
fin y
al
cabo, había sido
arrastrada
al delito, y joven aún, debe concep-
tuarse
fué más débil que criminal;
pero
debía exhalar su último aliento
en
un
lecho infame, dejando en pos de ella sus remordimientos
como
á
ejemplo y sus confesiones
como
prueba.
Formaje,
á su vez,
ha
sido
otra
VÍctima de
la
fatalidad que le arrojó
en
brazos de Benoit. N adie más que yo respeta ciertamente el dolor de
una
madre; sin embargo, séame lícito preguntarla: ¿está
Formaje
exen·
to
de
toda
recriminación? No.
La
verdad
es
que
se
dejó seducir, que
dió oído á terribles confidencias, y que de ellas hizo
un
arma
pa
ra
ser
porfiado y exigente con Benoit
...
¡Bien cruelmente ha sido castigado!
La
misma mano que él estrechó con
tanto
amor,
ha
derramado su sa
n-
gre ... Vos, señora, que hoy día le lloráis
tan
amargamente, pensad en
el
esp antoso peligro que amenazaba á vuestro hijo, joven, débil, cán-
dido, manchado con
tan
horribles confidencias, gracias á
su
unión con
el criminal; pensad que ese peligro le amenazaba todos los días, todas
la
s horas, todos los instantes, no sólo á causa de los vértigos capricho-
sos y los sangriéntos instintos de Benoit, sino principalmente
por
el
ftmesto contagio del mal, cuyos síntomas había empezado á conocer.
El
miserable
que le había ya
arrastrado
á
la
comisión de
una
falta, que
ha
bía
hecho de su prima una parricida, que era dueño del cuerpo y del
al
ma
de Formaje; quizás, utilizando
su
infernal poder, se
habría
asegu-
rado
de su silencio,
no
precisamente hundiendo el cuchillo en su ga
l'-
gi.l.
nta,
sino hundiendo su mano
en
sangre y haciéndole
subir
con él
á'
un
mismo cadalso. Consoláos,
por
lo tanto; vuestro hijo
ha
muerto; fué
tlébil,
pero
no criminal; consoláos) digo; vuestro hijo
ha
muerto, pero
774
FORMULABIOS
se encuentra puro de unos delitos de los cuales únicamente conoció el
secreto.
y nosotros, señores, librémonos de dirigir acusación alguna contra.
la
Providencia, que después de
haber
dado á cada uno
su
merecido,
ha
dejado á Benoit, á fin de que, lleno de manchas y de crímenes, aplas-
tado bajo el peso de unas pruebas, que
ni
el tiempo
ni
la
parcialidad
han
podido destruir, caiga en manos de
la
justicia humana, como
un
ejemplo más solemne y más tremendo de
la
Justicia
divina ... !
· .
.
D .
EFENSA
(a)
SEÑORES
MAGISTRADOS:
¿Con qué palabras podré piutaros
la
repugnancia que experimento
-al
subir á esta tribuna en defensa de Quartier? Con ningunas, pups
que no las hallaría bastante elocuentes ni significativas.
Su
suerte no debe interesar á nadie. Después de
haber
sido uno de
los más culpables cómplices y fautores del crimen, que el ilustrado órga-
no
de
la
ley acaba de pintar con todo BU horror,
como
si este delito 110
le
hiciera ya bastante detestable, se le señala con una nueva
nota
infa-
mante,
la
de convertirse en delator de BUS mismos compañeros y aso-
ciados.
(a)
Noticia
del
proceso:
Descubierta
en
Neuilly
una
fábrica
de
moneda
falsa,
fueron
ocupados
todos
los
instrumentos
y
materias
para
la
fabricación,
y
deteni-
dos
los
falsificadores,
entre
los
que
se
encontraba
Pedro
Brasseur,
que
tambión
figura
en
este
prOMSO,
se disolvió
la
compañia
de
falsificadores,
que
no
tardó
en
reorganizarse
formándola
Thessiere,
Quartier,
Senot
y
un
llamado
Trosue,
estable-
ciendo
la
fábrica
cerca
de
Saint
Cloud,
la
que
sólo
duró
seis
meses.
encargándose
-de
expender
la
moneda
fabricada
Qnartier
y
Vigée,
continuando
Quartier
en
tan
criminal
industria,
sufriendo
todos
los
azares
á
ella
consigtúentes,
y
siendo
Senot
su
más
asiduo
compañero.
Arrestado
en
su
casa,
ocupósele
bastante
cantidad
de
moneda
falsa,
tanto
en
sn
peI'sona
como
en
sus
habitaciones;
y
al
recibirle
decla-
ración,
confiesa
todos
los
hechos,
indicando
los
lugares
de
fabricación,
lo
que
en
ellos
se
encontraría,
los
nombres
de
los
fabricantes,
domicilio,
etc.,
etc.
Encargado
de
la
defensa
de
Quartier
el
Abogado
Mr.
Gautier,
hÍ$o
esflleno.
de
ingenio
en
situación
tan
critica,
y
con
tantos
elementos
en
contra,
producísn·
·
do
el
precioso,
al
par
que
breve,
informe
ante
el
Tribunal
del
Jurado
que
ofrecem()~
en
el
texto
como
modelo.
776
FORMULARIOS
Odioso personaje, que ni
bastarían
á
dar
á conocer los más afrento-
sos calificativos,
ni
á
pintar
los más negros colores.
La
sociedad le rechaza de su seno, como á un monstruo á quien
ha
abrigado en
su~
entrailas
tan
sólo
para
desgarrárselas y causar males:
el
acusador público reclama
contra
él
el
último suplicio, declarándolo
indigno del beneficio de
la
ley,
pues
supone que cuando hizo
aus
reve-
laciones no era ya tiempo de que pudiera esperar
la
impunidad; sus
cómplices elevan sus airadas voces
para
maldecirle
por
la bajeza de
haberles
entregado
tan
vilmente en manos de
la
justicia, asimilándole
al
asesino que hiere alevosamente
por
la
espalda, en el solo hecho de
querer
comprar su
vida
á costa
de
la
existencia y de
la
reputación
de
sus compañeros; y
la
opinión pública lo condena
como
el único autor
de
un
semillero de males que
en
un
día no lejano
podrían
caer sobre el
Estado.
Víctima del odio universal,
al
levantar yo mi voz en este augusto
Jecinto en su defensa, tal vez
podrá
creerse que,
por
esta circunstancia,
venga acaso con miras mercenarias ó interesadas á
disputar
al cadalso
una
cabeza que con
tanta
justicia reclama
por
su culpabilidad, ó á con-
vertirme
en apologista del crimen ó de la
tr
aición.
No, seiloreE:
yo
ruego á todos que suspendan aún
su
opinión, que-
me
sigan
algunos momentos, pues me propongo ser breve, y confío
en
que se me
hará
justicia después que haya hablado.
lHagistrados, ya que en
la
presente
ocasión,
por
las circunstancias
especiales que acompañan á este proceso, no me sea posible cumplir con
el honroso y dulce cargo de justificar á un inocente, no me parece, sin
~mbargo,
que consideraréis indigno de
mi
ministerio que venga á re-
clamar el cumplimiento,
la
estricta ejecución de una ley solemn e; que
me
presente
ante vosotros á
dar
testimonio cumplido de
la
fe
pública,
á pedir, en fin,
un
ejemplo más
grande,
más.
imponente que todos los
suplicios imaginables
para
evitar
en lo sucesivo esa
terrible
plaga so-
cial que se llama monederos falsos.
Muy
detestable debe ser sin duda el papel de
traidor
y de delator,
cuando
la
conciencia pública
marca
su frente. con
un
borrón
de infa-
mia, legando su nombre á la execración de las generaciones presentes
y venideras.
1.,0
es, en efecto; y lejos de
el pensamiento de sincerar--
le,
ni
aun
de disculparle, aun cuando la traición y
la
delación presten
los mayores servicios al E stado
en
general, y á cada uno de sus miem-
bros en
pa~ticular.
Y á pesar de todo esto, vemos
por
lo regular que
ese odio al delator no se a plica con estricta justicia, con la rigurosa.
equidad que debe ser la norma de
una
conciencia
recta,
y que debe
DE
LA
LEY
DEL
JURADO
777
acompañar
al
hecho odiado, cualquiera que sean las circunstancias y
cnalidades
del delator y delación.
'I'rátase,
por
ejemplo, de
una
conspiración que puede
trastornar
el
orden,
atacar
la
seguridad del
Estado,
y si uno de los conspiradores se
presenta
á denunciar el
plan,
á
entregar
la
lista de los malvados que
tal
complot maquinan,
se
bendice
al
denunciador, se le encomia y elogia
como el
salvador
del
Estado,
como el conservador del
orden
y de
la
tranquilidad;
se le colma de
parabienes,
de expresiones de agradecí·
]lliento, y
tal
vez de honores y riquezas; se le considera, se le distingue,
se
hace
de
él
un
héroe, casi
un
dios libertador.
Pero
cuando se
trata
de
un
. caso como
el
que en
la
actualidad
nos reune en
este
augusto
re-
cinto,
'
aparece
la
odiosidad del delator; se le maldice, se le execra, se
le
apostrofa,
se 'le
carga
con todo el peso de la indignación pública, y
no
encontrando
frases
bastante
enérgicas
para
calificar su acción, se le se-
ñala
como
un
monstruo
abortado
del abismo
para
la
desgracia
de sus
semejantes,
como uno de esos vampiros, cuya
sed
de
sangre
no
basta-
ría
á
aplacar
toda
la
de los mortales,
Nadie
podrá
negarme este supuesto, que
es
evidentísimo; y siendo
así,
permitidme
dirigir
una
pregunta
que se desprende lógicamente
de
mi
aserto.
¿Se considera,
por
ventura,
de mayor
transcendencia
una
conspiración,
un
crimen que, en definitiva, sólo
puede
acarrear
un
tras-
torno
momentáneo
y nunca más que superficial, que
la
fabricación y cir-
culación
de
la
moneda falsa, crimen que
abre
á nuestros pies
un
abismo
dispuesto á
tragar
en su fondo
nuestra
fortuna, el fruto de
nuestros
trabajos,
la
esperanza de
nuestros
hijos, crimen que puede
llegar
á pro-
ducir
el
desquiciamiento
total
de
un
Estado,
pues que
atacándole
en
la
riqueza
pública,
mina sus cimientos y
le
ocasiona
una
ruina
segura
é
inevitable?
La
sola
reflexión del encadenamiellto de males, de
la
serie funesta
de
calamidades
que de este delito
pueden
surgir, abarcando desde las
primeras
á
las
últimas clases de
la
sociedad,
basta
para
que
cualquiera
que
piense
detenidamente
sobre este
asunto,
siempre á
tan
atroz de-
lito
la
preferencia
en materia de criminalidad.
Para
ello no se necesita.n
libros,
no es preciso consultar
ni
comparar
legislaciones; es
una
cues-
tión
de
mero
raciocinio y
buen
sentido,
Ahora
bien,
y como cpnsecuencia de esas premisas,
¿por
qué razón
especiosa,
por
qué
extraña
ceguedad
se detesta
hasta
la
exageración
al
monedero
fa.lso que, sin que
entremos
á analizar los móviles que á ello
le
impulsan,
pone
en manos de
la
justicia
á todos sus cómplices, útiles y .
máquinas'? N o compadecemos á los conspiradores que
van
á
pagar
con
778
FORMULARIOS
sus
c~bezas
sus maquinaciones; no compadecemos al asesino que va
al
cadalso á expiar su crimen; ¿por qué, pues, esa piedad, falsa, errónea.
piedad, con culpable de esta naturaleza?
¿Por
qué nos hemos de intere-
sarmás
por
el delincuente que nos
roba
el fruto de nuestros sudores, que
destruye
la
fe
pública en las transacciones, que envenena ó ciega las
fuentes de
la
riqueza con la
fab:t;'Ícación
y la expendición
de
moneda fal-
sa,
que
en
favor del que con
una
sola palabra, con
un
solo golpe, procu-
ra
extirpar
ese cáncer social descubriendo ante
la
cuchilla de
la
ley
hasta
sus últimas y más profundas raíces.
Se
me
dirá
que
la
indiscreción
es
siempre
una
grave falta;
péro
ni
a un
puede
semejante proposición resistir al más ligero examen,
cu~ndo
se
trata
de revelaciones que
redundan
en bien de toda
la
sociedad.
Comprendo perfectamente que el hombre que verifica
tal
acto
debe
ser
odiado y maldecido
por
sus cómplices, cuyas malvadas inten-
ciones se ven descubiertas y ellos en poder de
la
justicia
para
sufrir el
condigno castigo;
pero
el hombro honrado que se detenga
un
momento
á
pensar
en el hecho, en el crimen y en sus consecuencias, no
podrá
menos
de
aplaudir sus remordimientos, su vuelta al
buen
camino, de-
mostrada
por
esas revelaciones voluntarias que acreditan
su
sinceridad
y arrepentimiento.
Por
otra
parte, ¿no se necesita cierto valor, no admiramos al hom-
bre
que habiendo cometido
una
falta
da
un
notable ejemplo de modes-
tia
y húmildad confesándola? Sería, pues, preciso
perder
la
razón, Ó
declararse abiertamente enemigo de todo orden público; sostener que
hay
menos deshonra en cometer
un
crimen que en confesarle; que el
hombre que con su delito
ha
roto
sin el menor respeto el
juramento
que, como á todos, le obliga á
la
observancia de las leyes, está obliga.-
-do
á
guardar
inviolablemente un secreto criminal á sus cómplices, so
pena
de
hacerse reo de infamia. ¡Un
jaramento
moral,
justo
y legal,
valer menos que
un
pacto criminal y reprobado!
¿Quién se atrevería á sostener semejante sistema?
Conviene, pues,
tener
presente
y no
echar
de
la
memoria que el
ceimen de monedero falso es
de
esta naturaleza; más
diré:
á
no
ser
por
una
circunstancia como
la
presente, este crimen es casi imposible
de
descubrirse.
Podría
citaros el ejemplo de fábricas
d~
moneda que
han
existido diez, veinte años, un siglo entero; y á pesar
de
la
más exquisita
vigilancia
de
la
policía, de la aprehensión y ejecución
aislada
de algu-
nos culpables sorprendidos in fraganti,
pero
que se obstinaron
en
callar el nombre de sus cómplices y en
borrar
toda
huella
por
donde
~l
crimen pudiera ser descubierto, los culpables
prosiguieron
su crimi-
DE
LA.
LEY
DEL
JURADO
779
nal
comercio, á veces con más fuerza, lejos de
amedrantarse
por
los
fallos de
la
justicia.
y siendo esto así, no ocurre
pregunt
ar: ¿no merece
la
prosperidad
pública,
el orden, el bienestar social y el reposo de los
ciudadanos
que
perdonemos
á
un
culpable, á quien
su
arrepentimiento conduce á
10B
pies
de
la
justicia,
y con sus J;'evelaciones asegura
la
tranquilidad
pú-
blica?
Nuestras
leyes, dictadas
por
la
más profunda sabiduría,
ya
que
no
nuestra
generosidad y raciocinio, nos dan el ejemplo.
Por
ellas
se
miran
con benevolencia, se reciben con placer, y
hasta
se
excitan
los
buenos
sentimientos de
un
criminal
para
revelar sus maquinaciones;
ellas le
protejen
por
su
arrepentimiento
concediéndole
la
vida,
la
liber-
tad
y, '
hasta
en
ciertas ocasiones, recompensas de distintas clases,
pues
en
circunstancias
dadas no existe
criterio
bastante
capaz
para
apreciar
la
importancia
de esos servicios.
Las
leyes,
por
otra
parte,
elaboradas
por
hombres de juicio recto, de sentimientos morales, de
reconocida
inteligencia
y justicia, deben asimilarse y se asimilan
en
lo
posible
á.
las leyes divinas, que
perdonan
al
arrepentido,
que olvidan el crimen
cuando el extraviado vuelve con corazon sincero al camino de
la
virtud_
Atribúyase,
si se quiere, al miedo del suplicio el franco lenguaje
de
mi defendido Quartier; no
entraré
seguramente
á
analizar
su
móvil,
ni
á discuparle.
¿N
o
es
acaso el
temor
de
la
eterna
pena
el que
impulsa
al
pecador á arrepentirse? ¿Preferirías e quizá á esa debilidad,
que
cuando
meuos
prueba
que no
están
muertos los sentimientos generosos
en
el
corazón
de
mi defendido,
la
dureza
repugnante
que
demuestran
otros
criminales
hasta
en el mismo cadalso, y que
revela
una
calma
des-
nuda
de
toda
noción de moral y
empedernida
en el crimen?
Si
Quartier
obró movido
por
los remordimientos, es
más
digno
de
alabanza
su
arrepentimiento; si declaró con
la
esperanza de
la
impuni-
dad,
no lo
sería
tanto; mas de
todas
suertes, eso no
destruye
la
legiti-
midad
del hecho.
En
la
parte
moral,
en
la
opinión
pública
ganará
más ó menos
su
acto,
según
las
razones
que á
él
le
hayan
determinado;
pero
la
ley, de uno ú otro modo, le
aceptará
siempre como
bueno,
y
le
elogiará
por
las
ventajas que á la sociedad
reporta.
En
cuanto
á mí,
limitándome
sólo á sus revelaciones, no puedo menos de exclamar:
¡Oja
que
su
conducta
tuviera
muchos
imitadores, pues
así
no ten-
drí
amos que
lamentar
con
tanta
frecuencia esos crímenes que
hieren
á
la
sociedad
en
sus más íntimos sentimientos, y á veces
producen
esas
profundas
perturbaciones de que
tarde
y difícilmente se
repone
un
E stado!
Mas
permítaseme observar que
todavía
no resultaba
prueba
alguna
780
FORMULARIOS
con
tra
mi
defendidoj que ni aun se había llegado siquiera á sospechar-
de
su
moralidadj que su conducta era
tan
prudente,
tan
arreglada, al
menos
ostensiblemente, que bien podía desafiar á
la
mirada
más vigi-
lante
y á
la
imaginación más suspicaz á buscar
un
solo hecho que pu-
die
ra
convencerle,
cuand'O
él mismo, espontáneamente,
de
buena vo-
lun
tad,
en
el pleno ejercicio de su razón y libertad, se presentó á
la
A
utoridad,
solamente excitado
por
su conciencia,
para
confesarse cul-
pa
blej se entrega 'él propio, avergozado
por
el
crimen horrendo que
sobre
él pesaj revela cómo, cuándo y
con
quién ha rodado esa
terrible
pendiente del desorden hasta precipitarse
en
el
abismo del delito; y en
fin,
no
omite el más mínimo detalle que pueda
ilustrar
á la just.icia y
ponerla
en camino de descubrir ese horroso
foco
de intranquilídad y
de
confusión.
Que
un
criminal haga revelaciones al oir su sentencia, al ver
sól(}
~l
cadalso en perspectiva, no es
por
cierto de extrañar:
por
una
parte,
perdida
la
esperanza de su salvación,
le
hace
perder
todo interés en
ocultar
la
verdad; por otra, el despecho y
la
desesperación
de
consi-
derar
que mientras
él
va á
pagar
con su cabeza
el
delito probado,
sus.
cómplices se pasearán impunes y hasta
irán
acaso á deleitarse en su
ejecución! encienden su animosidad y le obligan á
arrastrar
en
su
ruina
á
todos
sus asociados,
Pero
lo
que
no
puede
lógicamente explicarse
sino
por
un
movimiento interior de arrepentimiento, es que un hombre
que disfrute plenamente
de
su libertad y
hasta
de
la
consideración
de
los que le conocen; que
se
halle convencido de que su secreto está bien
guardado, que de todas suertes cuenta con medios bastantes para.
burl
ar
la
vigilancia de la justicia y sustraerse á
la
pena
de
la ley hu-
yendo y refugiándose en
un
país extranjero, venga á acusarse volunta-
riamente, á entregarse inerme en mano de los Tribunales, á conde-
narse
á mismo, poniendo de manifiesto los detalles más minuciosos é
intimas de su vida, y cerrando con sus propias confesiones todo camino
de
justificación.
Todos
estos hechos resultan del proceso, todos sonincontravertibles;
y en
vista
de ello, ¿quién
podrá
tachar
sus confesiones de cobardía?
Pues
qué,
¿no arriesgaba con ella
su
libertad
antes que
la
de sus cómplices?
¿,:No
era
su cabeza la primera comprometida? ¿Tenía quizá
un
salvo-
cOIlducto cuando
se
presentó á
la
Autoridad?
¿Era
siquiera de suponer
que,
Jespuás de revelar toda su vida criminal,
la
justicia
le dejara
reti-
rarse
tranquilamente? ¿De qué, pues, pueden quejarse sus asociados?
Cierto
es
que en esos bancos, y confundidos con los criminales,
tal
vez se sienten inocentes, á quienes hayan traído á ese estado errores fa-
DE
LA
LEY
DEL
JURADO 781
tales
6 apariencias de culpabilidad; pero
por
esa misma circunstanc
ia,
estoy
seguro de que no atribuirán á las revelaciones de
Quarti
el'
esa
deplorable desgracia, y si lo hicieren, faltarían á todas las reglas de
la.
justicia. No; no
es
á Quartir, ni á sus declaraciones á quien deben cul-
par,
sino á las desgraciadas verosimilitudes que sorprendieron á los
Magistrados
instructores. Así que, seguramente, no se
desatarin
esos:
:acusados en
recriminacio~es
ni dicterios contra mi defendido.
La
re-
signación y
la
tranquilidad, compañeras inseparables de
la
inocencia, se
retratan
en sus rostros, y fuertes con la satisfacción de
su
conciencia,
no
abrirán
sus labios
para
acusar á nadi.e, cuando están
bien
con
ven· '
cidos de que del examen de las piezas del proceso
ha
de
resultar
su
li
-
bertad
y rehabilitación. Los únicos que levantarán su voz serán los
culpables,
porque
Quartier al confesar pronunció su sentencia; mas no
esperéis que hablen
para
justificarse, pues saben demasiado que no po-
drían
hacerlo; l
ej
os
de eso, sólo les oiréis pronunciar amenazas y mal-
diciones
contra
el que los puso en manos de la justicia.
¿Y
es ese el
lenguaje de
la
inocencia? No; es el del despecho, del encono y de
la
rabia.
En
efecto; si atendiéramos
su
opinión,
Quartier
debería
haber
ca-
llado tenaz y
constant~mente,
y si de las diligencias judiciales
resultara
su
culpabilidad,
como
no podía menos de suceder, dejarse conducir al
cadalso como
un
mártir, morir impasible y
permitir
que sus compañe-
ros continuaran impunes. ¡Cuán distintas serían en
tal
caso sus
pala-
bras! ¡Cómo ensalzarían á mi defendido! ¡Qué heroísmo el suyo!
Es
verdad
que él arriesgaba y
entregaba
su
cabeza; pero, ¿qué impOl·ta-
ha
si las demás subsistían? ¿Qué
tienen
ellos que
ver
con
la
pertur-
bación que
ha
introducido y seguirá introduciendo su criminal comer-
cio? Sacrifíquese uno enhorabuena, pero déjese á
!€¡s
demás trastorna1'
impunemente todo el edifioio social.
Esto
era
lo que sin
duda
deseaban;
que continuara viviendo esa
hidra
infernal de cien cabezas, que
se
1'0-
busteciera ese árbol venenoso; y
nunca
podrán,
por
tanto,
perdonar
á
Quartier
que de un solo golpe haya cercenado esas cabezas
yesas
raí-
ces, entregándolas á los Tribunales.
Los
criminales acostumbran á calificar estos hechos ostensiblemente
de
imposturas, interiormente de traiciones; mas yo les diría: N o os en ·
gaiiéis á vosotros mismos queriendo engañar á los demás. Confesad
que
vuestro corazón se niega tenazmente á abrirse al arrepentimiento,
y que vuestro propósito
es
continuar disfrutando las ventajas de 1
crimen.
y
en
efecto, si
se
le acusa de
una
delación
por
obtener las ventajas'
782
FORMULARIOS
que
la
ley concede; si se le envidia esa posición que su arrepentimiento
le
da; ¿quién impedía á cada cual hacer lo
mi
s
mo,
y
hasta
adelantarse
á él haciendo iguales revelaciones? No hay, pues, motivo de envidiarle
por
el interés que merezca del público y de sus
Jueces
por
la
nobleza
de
su
conducta,
ni
de acusarlo
por
los derechos que
ha
procurado ad-
quirir,
viendo que si continuaba guardando el culpable silencio á que
los demás le habían obligado,
peligraba
su existencia que estaba en el
ineludible deber de conservar.
Por
otra
parte, ¿no debía á
la
sociedad, como ciudadano, una vida
honrada?
Para
poder cumplir
esta
obligación, ¿no debía á la justicia
la
confesión absoluta y sincera de
la
verdad? No
ha
hecho más que cum-
plir
esos deberes á que venía obligado. ¿Y qué
os
debe á vosotros sin!}
el crimen y sus continuos remordimientos? Sí; los remordimientos, ese
terrible
cáncer del corazón, única cosa que queda á
mi
infeliz defen·
dido, que á los veintisiete años de edad desempeña
el
principal
papel
en
un
célebre proceso; el desventurado Quartier, cargado con el peso
de
la
sospecha, pues que se le
ha
creído autor y maquinador de todos
los crímenes que hoy va á
juzgar
este augusto Tribunal; á Quartier, á
quien se
ha
tenido
por
alma y jefe de esa terrible asociación
de
mone-
deros falsos.
Pues
bien, sabedlo; no
es
Quartier
nada
de eso, no
e,s
un
criminal endurecido.
Su
corazón es generoso, sus sentimientos nobles
y elevados. A los veinticinco años salió de una de nuestras provincias,
procedente
de
una
respetabilísima familia, en cuyo seno sólo adquirió
buenos ejemplos, sólo vió modelos de probidad y de honradez. ¡Tristí-
sima historia que puede servir de enseñanza, y
horrorizar
á todo joven
que se precipita en medio de este
París,
donde su inexperiencia y su
sinceridad
se
hallan desarmadas
para
luchar con los innumerables peli-
gros
que le rodean.
Quartier
perdió en sus
tiernos
años á sus padres, honradísimos ne-
gociantes, y continuó bajo
la
vigilancia
de
sus parientes, adquiriendo
l{)s
conocimientos necesarios
para
el comercio. Colocado
en
varias casas
de
Limojes, todos sus principales
han
certificado espontáneamente
su
probidad
y
BU
aptitud, y ellos mismos se ofrecieron con
la
mejor volun-
tad
á apoyarle, facitándole
cartas
de recomendación
para
casas muy
respetables de
París,
cuando les manifestó sus proyectos de venir á
la
capital con el objeto de negociar y hacer producir sus ahorros,
fruto
de
su
trabajo
y economía.
La
carencia de dinero es el más poderoso ariete
para
combatir y
derrumbar
la
virtud
y
la
honradez de
la
inexperta juventud, y más en
en
París;
así
es
que
ha
llegado á convertirse
en
principio establecido
DE
LA
LEY
DEL
JURADO
783
]a
sospecha de extravíos y desórdenes en todo joven que llega á
ee
t&
capital
sin. medios de subsistencia;
pero
para
que todo fuera excepcio -
nal
en
mi
defendido, ni aun eso sucedió; al contrario, puede decirse que
la causa de su ruina fué el dinero.
El
llamado Thessiere, su amigo desde la infancia, se
había
estable-
cido en
París
algunos años antes que Quartier, y
la
fama que en su país
corría
de que sus negocios le producían
un
buen lucro, fué
una
de las
causas que más animó á mi defendido á venir. Confiado en su amistad,
2e
procuró
las señas de su domicilio, presentóse á él, Y obtuvo
la
amis-
tosa
acogida que
era
de esperar, consultando en seguida con su antiguo
amigo acerca del mejor empleo que podría dar á sus fondos. Vió Thes-
siere
que
Quartier
tenía dinerl) , hallóle sencillo y crédulo, comprendió
el
gran
pa
rtido
que podría sacarse de una ma
teria
tan
bien
dispuesta,
de
un
instrumento de todo
punto
inconsciente, y desde aquel moment o
formó su
pl
an y ya no
lo
abandonó; le presenta á sus amigos, les explica
cuanto sa
be
respecto al joven Quartier, les consulta, y todos ellos, vete-
ranos
del crimen, maestros consumados en la profesión de monederos
falsos, deciden al punto asociarle á su malvada obra.
¿Sabéis, Magistrados, cuál
es
el
triste
porvenir de un
joven
de vein-
tidós
años que, ignorante de los amaños y de las perfidias que emplea
el crimen, se
entrega
sin desconfianza en brazos del que b a
jo
el nombre
de
amigo le envenena á mansalva el corazón? !Oh, sí!; lo sabéis,
yeso
me
ahorra
el trabajo de enumerarlos. Baste deciros que los placeres, las
pasiones excitadas,
la
ambición,
la
sed de oro, los más abominables dis-
cursos,
las
más infernales sugestiones
para
borrar
hasta
la
sombra del
escrúpulo} cuanta astucia y capacidad puede desplegar el
arte
satánico
de
corromper
los corazones, otro
tanto
fué lo que
por
aquellos malva-
dos se puso en juego. Quartier se vió prostituído, degradado, llevado
de
crápula
en crápula, aturdido,
sin
darle
lugar
ele
reflexionar
por
es-
pacio de muchoe meses, y en su
última
orgía, quizá sin conciencia del
terrible
compromiso que contraía, ofuscado
por
los vapores del vino y
de
la
lubricidad, dióse el golpe
mortal
á su
virtud.
¡Horrible
cuadro,
que
revela
toda
la
depravación de las almas de sus corruptores!
Una
vez
ya
comprometido
Quartier
como deseabl.ln,·cuando se obli-
á
guardar
ese pacto criminal, cuando le decidieron á colocar todos
sus
fondos en
la
caja de
la
sooiedad, haciéndole de este modo solidario
de
su
reprobado
tráfico, no se descuidaron en halagarle con lisonjeras
promesas; pero la reflexión primero, y luego los hechos, vinieron en bre-
ve
á desvanecer todas aquellas ilusiones, á
derrumbar
el aéreo edificio
de
los placeres, de la posición social, de las riquezas y
hasta
de aquella
784
FORMULARIOS
constante
impunidad con que sus seductores
le
lisonjeaban, ofreciendo
ant,e
su
vista
como
prueba·fehaciente
de cuanto le
dedan
la
seguridad
con
que
se paseaban en
París.
En
el
primer
año de
su
asociación mu-
chos de ellos fueron presos, y
hasta
el mismo
Quartier
escapó milagro-
samente
de manos de
la
justicia.
Desde
aquel
instante
empezó
para
éi
una
vida
de martirios.
Presa
de incesantes
terrores,
primer
suplicio del
criminal cuandó no está avezado
al
delito, receloso, desconfiado,
bus-
calldo
en
vano
la
tranquilidad y el reposo, viéndose
siempre
persegui-
do
por
la
justicia,
no
atreviéndose á
entrar
ni
á
salir
durante
el
día.
deseando
la
noche
para
poder
respirar
un
momento el
aire
libre
entre
sus tinieblas, considerándose
perdido
cada vez que veía á
un
transeunte
fijar
en
él
la
vista, aunque lo
hiciera
por
mera
casualidad,
su
existencia.
no fué más que
un
continuo
tormento,
agitado
por
toda
clase
de
in-
quietudes. ¡Ah! ¡cuánto echó de menos el infeliz
su
tranquila
oscuridad
y medianía de Limojes! ¡Cuántas veces maldijo el momento en que, es-
timulado
por
las noticias de Thessiere, deseó venir á
París
á
probar
fortuna! ¡Con
cuánta
amargura
lloró su
entrevista
con su compañero
de infancia, las relaciones y amigos que éste
le
proporcionara
y Jos
fáciles placeres á que le
habían
arrastrado
sus malvados consejos,
ex-
traviando
su
corazón y haciéndole
partícipe
de
una
vida
de crímenés
que debía terminal' al fin
por
una
catástrofe.
Pero
ya
era
tarde.
En
primer
lugar,
ignoraba
que
en
la
ley misma existía
su
disculpa, y ade- .
más, atemorizado
por
lo que sus compañeros le decían,
no
se
atrevía
á
romper
aquellos lazos criminales, á pesar de
la
aversión que
cada
día
creda
en
su alma hacia aquella asociación.
Sus
cómplices lo echa.-
ban
de ver, alimentaban siempre vivos los
terrores
de
un
ejemplar cas-
tigo, los aumentaban con
pinturas
exageradas, le
hacían
ver
que
la
di-
visión sólo conseguiría conducirlos á todos á
la
muerte
sin
salvar
á,
ninguno; y el desgraciado continuaba, á su
pesar,
unido á aquellos mll.t-
hechores
por
la
necesidad de
sustraerse
á·la
venganza
pública.
Si, Magistrados: si
Quartier
hubiera
llegado á
sospechar
que
la
ley
tenía consignado el
perdón
para
él, yo lo juro; yo, que
he
estudiado
su
corazón, y
he
visto que á despecho de los malos ejemplos
aún
no
está.
del
todo
pervertido; yo
juro
que
no
hubiera
vacilado
un
instante
en
arrojarse
á los pies de
la
justicia, impulsado
por
el más sincero
arre-
pentimiento
de
su
delito,
declarando
sus cómplices,
revelando
sus talle-
res
y considerándose demasiado feliz al
recobrar
con
la
pérdida
de
BUS
intereses y
una
humillante confesión,
siquiera
algún
derecho
á
la
bene-
volencia y á
la
conmiseración pública, y
el
reposo de
su
agitada.
exis-
tencia.
DE
LA
r,EY
DEL
JURADO
785
Después de todas estas consideraciones,
no
creo hallarme fllera
de
derecho
ni
de lugar, sosteniendo que mi defendíd"
es
acreedor á que
-se
le admita el beneficio
de
la ley que señala que los culpables de estos
crímenes
estarán
libres
de
toda
pena
si después de principiadas las di-
ligencias judiciales procuran
la
prisión de los demás cómplices; y lo mp.-
rece con
tanto
más motivo, cuanto que,
por
una
parte,
antes de su pri-
sión,
la
policía estaba persuadida que los luises falsos procedía.n de In-
glaterra, y
por
otra, los hechos que contra
él
resultaron en el momento
de su prisión, podían ser título suficiente
para
sujetarle á juicio, mas
no
para
condenarle; y
por
último,
porqae
á
él
se
deben todas las reve-
laciones hechas bajo la esperanzil. y promesa
form:J.l
de
un
agente del ·
señor Consejero de Estado, Prefecto de policía, de que
se
le eximiría de
toda
pena con arreglo á los artículos 545 y 546 de
la
ley de 25 de Oc-
tubre
de 1796, si confesaba sincera y útilmente y de motu propio.
Este
respetable Tribunal se halla bien enterado del número y uti-
lidad de las declaraciones suministradas
por
mi defendido; vosotros sa-
béis que en más de una ocasión
ha
pasado dos y tres horas con el se-
ñor
Henry,
Jefe
de división de
la
Prefactura,
trabajando, ilustrándole
en
la
instrucción de este proceso; os consta que en las Audiencias
ha
demostrado
la
misma sinceridad, el mismo valor, igual energía, sin que
le intimidaran las amenazas ni
la
indignación
de
sus asociados, sin que
entorpeciera
su
lengua la vergüenza de una confesión pública. Todo
lo
ha
sufrido con resignación,
por
todas las humillaciones
ha
pasado con
paciencia, casi con gozo, aceptáudolas como una necesaria expiación
impuesta
por
esa misma ley que le
perdona.
Triste
es que á pesal·
de
todas estas circunstancias, que
por
solas
son más
do
cuentes que cuantas razones yo pudiera exponer, el Minis-
terio público quiere hasta negarle el derecho á
la
indulgencia. ¿Con
qué razón, con qué auto.ridad, en
virtud
de qué principio se
pretende
hacer
perecer
á un desgraciado, VÍctima de su misma sinceridad?
¿Está,
qnizá,
en
poder
de las leyes ni de los Magistrados
jugar
de esta
suerte
con
la
credulidad humana? ¿Qué ejemplo
se
ofrece
para
cualquier caso
análogo? ¿Qué espectáculo
se
ofrece
al
público? Se le prometió el per-
dón si descubría á sus cómplices; se
le
prometió solemnemente bajo
la
garantía
de
la
ley, y esa promesa no debe ser una
palabra
vana. ¿E"
justo, es siquiera moral arrancar á
un
infeliz el secreto que encierra
en
su
corazón y salva su vida,
para
enviarle al cadalso en premio de
su
sinceridad y de los incalculables servicios que á toda
la
sociedad
ha
prestado.
Si
fuera posible que la ley contuviera dolosamente un doble sen-
50
786
FORMULARIOS
tido,
que anunciando
en
términos categóricos el
perdón
encerrara
la
pérfida interpretación' de hacerle ilusorio,
mi
defendido será una víc,
tima
sacrificada á esa falacia.
Pero,
¿se
ha
pensado en
tal
caso en las
consecuencias? ¿Se
ha
considerado que, si así fuese, no
era
posible
ha-
llar
un
lazo más artero y que más odioso fuera que esa misma .ley?
¿Dónde se hallaría un verdugo más execrable que el que engañó á
Quartier
con
la
garantía
de
una
ley de clemencia simulada?
No, Magistrados:
tal
idea, sobre ofender los sentimientos generosos
que inspiraron esa ley, repugna
hasta
á
la
misma naturaleza. Lejos de
1losotros semejante pensamiento.
La
leyes
sincera,
pues
no dice
otra
cosa que lo que
de
sus mismas palabras se desprende;
la
ley no admite
interpretaciones torcidas, y con especialidad
para
el rigor; y conviene
además no echar de la memoria que las leyes son el pacto público bajo
cuya fe y salvaguardia vivimos todos.
Dícese que hay ambigüedad
en
las palabras de motu pr·opio. N
o;
eso se traduce siempre de su propio movimiento, de su
propia
voluntad,
en
la
libertad de su confesión. Y en verdad que si eso significan las
pa·
labras citadas, mi defendido se halla comprendido en ellas, pues
no
que
.se
haya
hecho
hablar
á
Quartier
por
medio de
la
tortura,
y
por
consiguiente, no entiendo esa distinción que se
trata
de hacer,
de
si
éste se hallaba ó no preso en cl momento
de
hacer sus revelaciones,
ni
si éstas nacieron de temor, de arrepentimiento ó del deseo de ser útil
á
su
patria.
Quiero admitir también que
la
prisión de
un
culpable sea el
tér-
mino fatal, y que
una
vez llegado éste, sus revelaciones sean de todo
punto
estériles
para
que merezca obtener
el
beneficio de
la
ley; pero
creo que
al
menos deberá entenderse ese término desde el arresto judi-
cial, y no desde
la
nueva detención en
la
Prefectura. Todos sabemos, y
es
un
principio establecido, que
una
equivocación,
una
calumnia, pue-
den
con
la
mayor facilidad conducir al hombre más inocente á
la
Pre-
fectura
de policía; y si bien es verdad que en ella queda su
persona
detenida preventivamente, también lo
es
que esa prevención no lleva
consigo
la
privación de ningún derecho.
Ahora
bien; ¿dónde estaba Quartier en el momento de hacer sus
revelaciones? Detenido en
la
Prefectura,
Allí
habló espontáneamente,
de
motu
p1'opio,
antes de haber sufrido ningún interrogatorio, y sin
que
en
aquella época resultase
contra
él otro cargo que
la
ocupación de se-
tenta
y seis luises dobles, extraídos del depósito de aguas sucias, común
á todos los vecinos de la casa, cuya circunstancia le facilitaba los medios
de
negar
CGn
ventaja que él fuera el poseedor de aquellas monedas.
DE
LA
LEY
DEL
JURADO
787
N O se crea
por
esto que la suposición que acabo de sentar sea
un
eODsent imiento indirecto por
mi
parte
á esa distinción que se ha
tra-
tado
de establece, no; la suposición
es
puramente gratuita, y el Tribunal
no puede admitir, sin faltar á la humanidad ni á
la
razón, el principio
de
que
UD
acusado
no
tiene libertad propia.
La
ley, al hablar del movi·
miento propio, sin definirle más concretamente, sin fijarle límites, sería
injusta
negando el perdón á cualquier culpable que hiciera revelacio·
nes, aun después
de
hallarse convicto; por consiguiente, con mucha
menos razón puede negarse esa gracia á
mi
defendido, que las hizo sin
estarlo.
Para
concluir, Magistrados, diré que se espera con impaciencia
vuestra
decisión, que con ella podéis acabar de un solo golpe con
todo:!!
los monederos falsos que,
como
el tigre que acecha su presa,
os
obser-
van
desde todos los confines del Imperio, y que
por
satisfacer su re-
sentimiento, el encono que contra Quartier les anima
por
lo que
ello:!!
llaman su
~raición,
anhelan que sea condenado.
Por
ser testigos de su
suplicio, darían ellos la mitad de su vida; pero, ¿será posible que
este
resp etable Tribunal sea el instrumento, el ejecutor inconsciente de
tan
imp íos y execrables votos? ¡Cuánto más equitativo, cuánto más hu-
manitario
es
eximir de pena al acusado, dando con este acto
una
mues-
tra
de respeto á la ley y un ejemplo mil veces
más
saludable que el que
ofrece el repugnante y atroz espectáculo
de
la sangre derramada!
Así
lo
esperamos mi defendido y
yo
de
la
humanidad é ilustración de este
augusto
Tribunal.
RESUMEN
DEL
JUICIO
POR
EL
PRESIDENTE
DEL
TRIBUNAL
DEL
JURADO
(a)
. SRES.
JURADOS:
Debiera
comenzar haciéndoos desde luego el resumen breve é im-
parcial de las pruebas y debates que han tenido
lugar
en este juicio,
pero importa tanto que al oirle tengáis perfecta serenidad de ánimo.
que creo necesario desvanecer
ante
todo
un
infundado recelo que
tal
vez abriguéis, nacido de esa versión
tan
injusta como vulgariza-
da
de que
el
planteamiento del
Jurado
encontra~
serias dificulta.-
des
ante
la
actitud de resistencia y prevenciones de los Magistrados_
No,
no
están en lo cierto los que así opinan, y desconocen que acos-
tumbrados á no oir desde este sitio más que
la
voz del deber, somos
los primeros, una vez publicada
la
ley, en emplear todos nuestros es-
fuerzos y desvelos
para
que
tenga
puntual y rigurosa observancia.
Si
así
no
nos lo exigiese
la
firmeza de nuestras convicciones, nos lo im-
pondría
el cumplimiento
del
deber.
Pero,
además, señores, ¿qué
pode
-
mos
ver
en el
Jurado,
nosotros que no somos políticos ni podemos
serlo, más que
un
progreso en
la
legislación procesal, una institución
extendida y
arraigada
en el mayor número de los pueblos cultos del
(a)
En
La
Revi8ta
de
Legi8laci6n
hemos
visto
publicado
este
resumen
pronunoia-
do
por
D.
Melchor
Esteban
Cabezón,
Presidente
de
la
Audiencia
de
Zaragoza,
al
oelebrarse
el
primer
juicio
por
la
nueva
ley
del
JUl'ado, y
considerándole
bastan'
te
aceptable
en
todos
conceptos,
lo
insertamos
gustosos
en
estos
formule.rios.

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