Las letras de oro

AutorAndrés Henestrosa
Páginas585-586
Las letras de oro
He aquí una tarea para los escritores, diputados, a la actual Legislatura: la redac-
ción de las biografías de los personajes cuyos nombres están escritos con letras
de oro en el recinto parlamentario. Trabajo útil, porque podría enseñar que,
contrariamente a lo que el vulgo esta dispuesto a pensar, entre esos nombres
se encuentran los de muy ilustres hombres de letras y de acción que han sido
diputados. Los textos de referencia podrían reunirse en un libro o publicarse
separadamente, pero en todo caso antecedidos de una sucinta explicación acer-
ca del espíritu que animó a los legisladores que instituyeron ese homenaje: el
de escribir en oro aquellos nombres. Podría verse de esa manera que México no
premia tanto a la inteligencia y la sabiduría de sus hijos, sino el uso que dieron
a su inteligencia; que no es un tributo a escritores, poetas y soldados, sino a la
conducta y a la acción de los mexicanos a favor de la libertad y la independencia,
en la sempiterna decisión de crear la nacionalidad. Por eso, estaba profunda-
mente equivocado aquel orador y jurisconsulto enemigo de la Revolución, que
es como decir enemigo de la causa de México, cuando desde la tribuna de la
Cámara de Diputados se declaró par de algunos hombres que han alcanzado por
el voto del pueblo que su nombre se escriba con letras de oro, en los muros del
parlamento. Si no, veamos con qué nombre se encabezan las inscripciones. Con
el de Cuauhtémoc, que es asombro de la historia y que para ser el héroe único
que es, ni siquiera necesitó saber leer y escribir, lo que no quiere decir, como
creería el orador y jurista aludido, que fuera un bárbaro. ¿Era doña Antonia Nava
de Catalán, una intelectual? Ni por asomo. Pero puso su sangre al servicio de
la patria y la patria le dio oro para escribir su nombre y mármol y bronce para
su estatua. ¿Era Santos Degollado un orador, un jurista, un escritor, un soldado
de fortuna? Nada de eso. Pero puso su espada al servicio de la libertad y nunca
desesperó en alcanzarla para su pueblo: tras cada derrota aparecía más brioso,
más denodado, más dispuesto al sacrificio. Y la patria lo tiene en el panteón de
los inmortales. ¿Y Benito Juárez, y Melchor Ocampo, y Valentín Gómez Farías,
y Andrés Quintana Roo, fueron por fortuna portentos de erudición, arrebatados
oradores, poetas sin segundo? No. Fueron nada más, pero nada menos, ilumi-
nados mexicanos que pudieron ver en la sombra la imagen de una patria que
luego ha sigo realidad ante nuestros ojos. Y sus estatuas, lejos de caerse, como
esperaban sus enemigos, han crecido y se han multiplicado.
AÑO 1958
ALACE NA DE MINUCI AS 585

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR