Lección de amor

AutorAndrés Henestrosa
Páginas227-228
dia de costumbres populares que promovió la risa y el aplauso de Altamirano
y de Riva Palacio, rectores de aquella tropa.
Lo que se conoce de sus poesías es bien poco, pero suficiente para medir
la potencia de sus alas, nos convence de que el aplauso de su generación, y la fe
en su obra futura, no eran caprichosos, sino que tenían base firme. Otros poetas
que después han alcanzado celebridad –nuestra literatura, hoy y ayer, registra al-
gunos casos– no comenzaron así, sino con acentos que nada decían de su futura
voz. No así González Verástegui que apenas doblado el cabo de la adolescencia,
escribió con dominio de la forma, con depurada belleza, con la dramática certe-
za de que la poesía apuntala en los pueblos el deseo de vivir y germina en ellos
ideas nobles y generosas, sin las cuales poco tiene la vida de verdadera.
No en vano cuando González Verástegui muere en Toluca, el maestro
Altamirano escribió con pluma temblorosa que la muerte había segado en flor
una vida útil, tan rica en esperanza como en virtudes, porque el joven poeta
no sólo tenía talento, sino que era rigorista en sus virtudes. La Patria, pro-
clamó el indio Altamirano, perdió un bravo defensor que honró las banderas
republicanas, y la literatura, a una de sus más bellas esperanzas.
¿No vale, pues, la pena que hoy traiga su nombre a este lugar, para doler-
me del olvido que lo cubre?
27 de junio de 1954
Lección de amor
Yo no quería conocer a Tomás Díaz Bartlett. Porque yo soy muy débil para los
dolores ajenos, tanto como soy duro para los propios: frecuentemente lloro con
sólo ver caer a un niño u oírlo llorar; a menudo de sólo oír una queja, estallo en
llanto. Y yo sabía que el poeta de Tabasco estaba postrado en un lecho que en él
es de rosas, porque desde allí las inventa poéticas, lee libros, proyecta tareas
para el futuro, da una diaria y callada lección de grandeza de ánimo. Yo no lo
sabía, y rehuía el encuentro de Díaz Bartlett. Pero un día no pude más. Y fui
a cumplirle la promesa de visitarlo, cien veces aplazada. Qué espectáculo ése
de Tomás: rodeado de libros, escribía algo cuando llegué. Lo primero que hizo
fue reclamarme. Y después con la más varonil de las sonrisas, me indicó que
estaba enterado de los motivos últimos de mi tardanza.
AÑO 1954
ALACE NA DE MINUCI AS 227

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