José María Iglesias

AutorAntonio Albarrán
Páginas535-550
˜ 535 ˜
L ic. JosÈ M arÌa I glesias
1823-1891
D. JOSÉ MARÍA IGLESIAS COMO HOMBRE PRIVADO.
Los hombres que llegan a distinguirse entre
sus contemporáneos por la notoriedad de
su valor, tienen por lo general una cualidad
moral predominante, en torno de la cual gi-
ran y se agrupan los variados matices de su
carácter, por complicado que parezca. De un
solo trazo se puede delinear si no el perfil
de un personaje, sí el rasgo fisonómico más
saliente de él. Así también en una palabra
se puede sintetizar el carácter de un hombre
célebre. La cualidad predominante de César
fue la ambición; la de Jesucristo, el amor a
la humanidad; la de Newton, el amor a la
ciencia; la de Temístocles, el patriotismo;
la de Díaz de Vivar, el valor.
Aplicando esta observación al notable
hombre público de quien nos vamos a ocu-
par, podemos decir que el fondo del carácter
del Sr. Lic. D. José María Iglesias era una correc-
ción en ningún caso desmentida.
El Sr. Iglesias se mostraba correcto en
todo: en su exterior, en sus palabras y en sus
acciones. Correcto en la vida pública, correc-
to en la vida social, correcto en la vida de
familia. Nada había en él que mereciese un
fundado reproche, ya se fijase la atención
en su modo de vestir, decente y cuidadoso,
aunque sin afectación; ya en sus palabras,
siempre mesuradas; ya en sus acciones, siem-
pre dignas.
Semejante a aquel austero romano que
hubiera querido tener su casa de transparen-
te cristal para que todo el mundo pudiese
juzgar sus actos, el Sr. Iglesias habría podido
mostrar a la inquisición pública sus acciones
todas, convencido de que se las encontraría
irreprochables, como hijas que eran de hon-
rados sentimientos.
Dotado por la naturaleza de un cerebro
bien constituido y de un organismo bien
equilibrado, traía en su propio ser, desde
sus primeros años, el germen de la rectitud
moral e intelectual que le había de distin-
guir en la edad madura; germen que la afi-
ción al estudio, innata en el joven Iglesias
y fue después había de transformarle en él
en una verdadera pasión, desarrolló pron-
tamente, ayudándole a producir valiosos
frutos.
I
LIBERA LES ILUST RES MEX ICANOS DE LA R EFORMA Y LA INT ERVENCIÓ N536
Desde los albores de su juventud mostró
de un modo palpable la excelencia de sus fa-
cultades y su gusto por el estudio.
Tendría once o doce años de edad, cuan-
do una noche, reunidas algunas personas de
su familia en una de las piezas de la casa,
llamóles la atención ver a José embebecido,
al parecer, en la lectura de un libro que tenía
en la mano y que pertenecía a Ramón, her-
mano mayor de José y estudiante entonces
en la Escuela de Minas.
—¿Qué es lo que haces, Pepe? le pregun-
tó alguna de las personas presentes.
—Ya lo ven ustedes, contestó el joven; leo.
La interrogante se acercó a la mesa en
que José parecía leer, a la claridad de una lám-
para; y riéndose estrepitosamente añadió:
—Pero ¿cómo has de estar leyendo, si
ese libro está escrito en francés?
—¿Y qué? Replicó José con mucha
tranquilidad. ¿Acaso los libros escritos en
francés no son susceptibles de leerse?
—Ya lo creo que sí, cuando se conoce ese
idioma; mas no cuando no se tiene ni aun
noticia de su existencia, como te sucede a ti.
—Es que a mí no me sucede eso.
—Entonces, ¿sabes el francés?
—Lo suficiente para leerlo; sí, señora.
—Mas ¿cómo puede ser eso, si el idioma
francés no se encuentra entre los estudios
reglamentarios de tu colegio?
—Pero sí se encuentra entre los estudios
no reglamentados que a veces hago yo.
—A ver, veamos, veamos eso.
Las personas presentes se acercaron a la
mesa, y le pidieron a José que leyera algunas
páginas del libro que tenía en la mano. José
hizo con el mayor desembarazo lo que se le
pedía, y entonces se convenció su familia de
que el chico había aprendido por sí sólo a
traducir ese idioma, con la ayuda de los li-
bros de su hermano.
La lucidez de inteligencia que el joven
mostró desde sus primeros años, siguió na-
turalmente su marcha progresiva, e hizo de
él uno de los hombres más ilustrados de la
época, como lo prueba el acierto con que
desempeñó los diversos cargos públicos de
que estuvo investido la mayor parte de su
vida.
Las cualidades más conspicuas de su
personalidad intelectual eran: una inteli-
gencia fácil y precisa, un juicio clarísimo y
gran facilidad de concepción en las ideas.
Estas facultades, obrando siempre de
acuerdo entre sí en las ocupaciones habitua-
les del Sr. Iglesias, le daban una excepcional
aptitud para los trabajos de gabinete.
He aquí un incidente que lo prueba.
Poco antes del golpe de Estado de Co-
monfort, el Lic. Joaquín Cardoso, que es-
taba unido a aquel funcionario por una
amistad bastante íntima, fue invitado por
él para que se hiciera cargo del Ministerio
de Justicia y ramos anexos; pero Cardoso re-
husó terminantemente aceptar aquella dis-
tinción cuantas veces se lo propuso el Presi-
dente. Éste no insistió, pero quedó indeciso
en la elección de persona a propósito para
encomendarle aquel puesto.
En esos días, tanto el Lic. Cardoso como
el Lic. Iglesias eran censores de imprenta, y
la comunidad de funciones había puesto a
ambos en contacto y les había hecho cono-
cerse y estimarse mutuamente. El Lic. Car-
doso, hombre de ciencia y de experiencia,

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