Josè Marìa Chavez

AutorEzequiel A. Chávez
Páginas281-292
˜ 281 ˜
D. JosÈ M aa Ch·vez
1812-1864
HACE SETENTA y nueve años, en el rancho
del Alamito, perdido al Sur del Estado de
Aguascalientes, D. José Francisco Chávez y
Da. Victoriana. Alonso, tuvieron un día de
júbilo: el 26 de Febrero de 1812 nació su hijo
José María. La familia, consagrada entonces
a la agricultura, era ilustrada; por lo mismo,
luego que el niño fue creciendo, tuvo rudi-
mentos de cultura, e hicieron que en su cere-
bro infantil se alternaran los serenos paisa-
jes del campo y de las faenas rurales, con los
serios pensamientos de los libros. Los paseos
en el carro decrépito del que tiran enormes
bueyes; la perspectiva monótona del campo,
bajo el cielo lleno de luz, y el trato diario con
burdos pero honrados rancheros, contribu-
yeron acaso para dar a aquel niño esa tran-
quilidad, esa eterna fantasía y ese espíritu
democrático que lo acompañaron hasta la
muerte. Mientras la revolución gloriosa de
1810, cubría al país de sangrientos despojos,
sintióse removido el suelo por todas partes,
la agricultura era abandonada y los habitan-
tes de los campos corrían a la guerra o se re-
fugiaban en las ciudades. Empujado así por
el torrente de los sucesos, D. José Francisco
Chávez se dirigió a Aguascalientes en 1818.
Aguascalientes, pueblo entonces peque-
ño y codiciado, era uno de los lugares más
tranquilos en medio de la lucha; la guerra
por otra parte languidecía: Hidalgo, More-
los y Mina habían muerto, y Guerrero y sus
inmortales compañeros se encontraban de-
masiado distantes en el Sur, aunque comba-
tiendo siempre; nada hubo pues de extraño
en que el niño, recién llegado del rancho del
Alamito, pudiera acabar su instrucción ele-
mental en una escuela de primeras letras de
la ciudad. No habiendo ningún colegio su-
perior y teniendo una vaga afición por las ar-
tes manuales, no hubo tampoco nada de ex-
traño en que, acompañado por su hermano
Ignacio, fuera a una carpintería y aprendiera
el arte que aprendió en sus tiernos años, el
mártir Jesús. Pero pronto no hubo ya qué
enseñarle del oficio, puesto que corregía los
trazos de su maestro, y en una vieja cochera
al extremo de la ciudad, cerca de la iglesia
del Encino, estableció, con algunos de sus
hermanos y con su padre, un taller, donde se

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