Jacobo Dalevuelta

AutorAndrés Henestrosa
Páginas732-733
732
ANDRÉS HEN ESTROS A
Castillo, en sus Liberales y románticos, obra publicada por El Colegio de México,
examina y valora la labor pedagógica de los españoles emigrados en Londres,
que fueron colaboradores de Ackermann y redactores de estos Catecismos. Pe-
dro Grases ha logrado reunir gran parte de los impresos de esta primera edi-
torial anglo-hispanoamericana. Actualmente, Emir Rodríguez Monegal, bien
conocido crítico uruguayo, investiga en el British Museum la labor literaria de
los americanos en Londres para justipreciar su aporte en la empresa cultural
de los primeros años de nuestra vida independiente.
¿Alguno de nuestros historiadores podría seguir los pasos en México del
librero hijo de Ackermann?
30 de octubre de 1960
Jacobo Dalevuelta
Cuando yo vine a México, pronto hará cuarenta años, se publicaba en la ciudad
una de las revistas literarias que mayor fama y renombre han alcanzado en la
historia de las letras mexic anas. El Uni versal Ilustrado en cuyas columnas
se hicieron, o encontraron el primer estímulo, o acabaron de crear las alas,
algunos de nuestros más afamados escritores de las últimas décadas. Algunos,
es verdad, abandonaron la creación literaria y devinieron grandes periodistas.
No sólo tribuna de México fue El Ilustrado. También lo fue de escritores
de los otros pueblos del Continente. Antes que con sus libros, en las columnas de
aquella hermosa publicación encontramos los nombres de poetas, novelistas y
escritores que más adelante nos iban a ser tan familiares.
Reflejo de su tiempo, allí pueden encontrar los que mañana quieran re-
construir algunos de los aspectos de la vida mexicana, el material que requieran
para sus estudios. All í encontrará el historiador de nuestr as letras el estado
de la literatura mexicana de hace treinta años. Qué libros leían los jóvenes de
entonces, qué tendencias reinaban entre ellos, cuáles los autores nacionales y
extranjeros de mayor influencia. Hasta en los seudónimos que usaban puede
verse quiénes eran los autores predilectos. Silvestre Bonard, Mauricio Leblanc,
Gerónimo Coignard, Jacobo Dalevuelta, ¿no están diciéndolo?
Y ya hemos llegado a donde queríamos. Hemos llegado a Fernando Ra-
mírez de Aguilar, cuyo seudónimo –Jacobo Dalevuelta– llegó a suplantar a su

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