Irina y Nelly: La suprema felicidad de la vida es saber que eres amado por ti mismo

AutorEnoé Margarita Uranga Muñoz
Páginas97-124
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Retratos de familias
La suprema felicidad de la vida es
saber que eres amado por ti mismo
La suprema felicidad de la vida es saber que eres
amado por ti mismo o, más exactamente, a pesar
de ti mismo.
Victor Hugo
Irina y Nelly
Irina Layevska es una mujer madura con una mirada profunda-
mente tierna, piel tersa y frágil figura. Es contestataria, valiente,
culta, desafiante. Aunque nació un 12 de octubre de 1964, para la
soberbia sociedad que da y quita títulos de acreditación, ella es un
acontecimiento reciente.
Irina, de signo libra y con una inclinación por la justicia, se
enfrentó a serios problemas legales cuando sus vecinos juntaron
firmas para exigir que se fuera de la unidad habitacional, donde
comparte casa con su pareja. El argumento ante la justicia es una
rampa que invade el territorio común, una rampa que, por cierto,
necesita indispensablemente para trasladarse en su única posibili-
dad de movilidad: la silla de ruedas. Pero tras la farsa siempre se
esconde un odio profundo, inexplicable como todos los odios, y el
miedo que suele acompañar a la ignorancia.
Sus vecinos acusadores, principalmente varones, se han mastur-
bado en su ventana, han aventado heces de perros, gatos muertos y
basura a la mesa de su comedor. Otros, más ortodoxos, la perseguían
Enoé Margarita Uranga Muñoz
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cuando iba a la tienda. A Irina le han pegado, la retan, le hablan al
oído palabras que no se pueden pronunciar para no incitar a la rabia.
La mayoría de sus antiguas amigas y amigos, viejos militantes
de la izquierda en la Ciudad de México, ya no le hablan. Se fueron
“indignados y ofendidos”. Su familia consanguínea, papá, mamá
y hermanas, le retiraron el habla, no sin antes desearle que se mu-
riera. Los quereres actuales de Irina son, por supuesto, además del
amor de su vida con quien está casada desde hace ya 20 años: su
cuerpo femenino, de frágil salud, su ser profundo y sencillo, sus
gatos, sus reflexiones.
Un día decidió que si la vida le jugaba una mala pasada con su
enfermedad, ella la contrarrestaría con la decisión de vivir a fondo.
Y metió el acelerador.
“Nací en el seno de una familia típica: papá y mamá. Soy la
primogénita. Mis padres eran militantes comunistas. En los
sesenta, ser comunista era muy peligroso. Vivimos muchas
etapas de persecución y clandestinidad, de crisis económica,
de hambres y de cárcel. Mi papá estuvo tres años preso a raíz
del movimiento estudiantil del 68”.
Desde muy pequeña se le comenzó a manifestar una extraña
enfermedad que los médicos no terminaban por identificar. Éstos
pasaron de diagnósticos como poliomielitis a algún síndrome o mal-
formación genética. Posteriormente, dijeron que era un tumor y la
operaron, pero no había tal. Los estudios para detectar el síndrome
de Duchenne salieron negativos; Meningocele, negativo; Charcot,
negativo. En 2002, identificaron esclerosis múltiple atípica que es
el diagnóstico actual.
En el mar de adivinanzas, a los tres años la operaron de la co-
lumna vertebral y estuvo sin caminar durante dos años. Al transcu-

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