Los invisibles del campo

AutorÁfrica Barrales
Páginas49-57
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A MÍ NO ME VA A PASAR
II
Los invisibles del campo
Por África Barrales
Jesús maneja su camioneta pick up roja, tipo “estaquitas”, con pla-
cas de Sinaloa; a su lado van Petra —su esposa— y otro joven.
Atrás, acomodadas como sardinas, van 36 personas más, entre
adultos y niños. Van parados, sudorosos, apretujados, pegados
unos con otros; cansados después de una extenuante jornada en el
campo, intentando soportar el viaje del rancho “El Ebanito” a la
comunidad de Norias, donde rentan.
Es un viaje relativamente corto, de aproximadamente 40 ki-
lómetros. Es jueves 3 de julio y el sol sigue pegando con fuerza a
las 5:30 de la tarde en la Autopista Federal 57 Matehuala-San Luis
Potosí.
La música sale del estéreo mientras el aire caliente entra por
las ventanas de la cabina. Un ruido fuerte —como un balazo—
rompe la tarde. Se escuchan gritos, muchos gritos de quienes viajan
atrás. Jesús no entiende qué pasa, sólo alcanza a ver mucho humo y
trata de orillarse. La maniobra resulta imposible. Una de las llantas
traseras reventó a pesar de que las cambió hace poco. El exceso
de peso hace que pierda el control de la camioneta y ésta se vuelca
lanzando y aplastando su carga humana.
A la altura del kilómetro 123, sobre el asfalto caliente, que-
dan tendidos los cuerpos inertes de dos niños de ocho años. Los
que sobreviven tienen golpes severos en la cabeza y heridas abier-
tas en todo el cuerpo; algunos sólo sufren raspones. La mayoría
casi no habla español, son indígenas na savi, mixtecos de los muni-
cipios guerrerenses de Cochoapa El Grande y Tlacoachistlahuaca.
Jesús transportaba a los integrantes de seis familias que, al
igual que él y su esposa, tenían pocos días cortando chile serra-
no en el rancho agrícola propiedad de Jesús Zárate Vázquez. Sin

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