La interpretación en general

AutorRonald Dworkin
Páginas158-197
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VII. LA INTERPRETACIÓN EN GENERAL
¿VERDAD INTERPRETATIVA?
A medida que lee este texto, usted me interpreta. Los historiadores inter-
pretan acontecimientos y épocas; los psicoanalistas, sueños; los sociólo-
gos y antropólogos, sociedades y culturas; los abogados, documentos; los
críticos, poemas, obras y cuadros; los sacerdotes y rabinos, textos sagra-
dos, y los fi lósofos, conceptos discutidos. Cada uno de estos géneros de
interpretación encierra una gran variedad de actividades aparentemente
diferentes. Los abogados interpretan contratos, testamentos, leyes, se-
ries de precedentes, la democracia y el espíritu de las constituciones, y
discuten hasta qué punto los métodos apropiados para cada uno de estos
ejercicios es válido para los otros. Los críticos artísticos y literarios con-
sideran como interpretaciones afi rmaciones tan distintas como la de que
el valor del arte reside en la instrucción moral, la de que La resurrección
de Piero della Francesca es una pintura más pagana que cristiana y la de
que Jessica traiciona a su padre, Shylock, porque odia ser judía.
En este capítulo consideramos la interpretación en general. Sos-
tengo que todos estos géneros y tipos de interpretación comparten ras-
gos importantes que hacen apropiado tratarla como uno de los dos
grandes dominios de la actividad intelectual, en un pie de igualdad
junto a la ciencia en lo que es un dualismo abarcador de la compren-
sión. Trato de responder a las siguientes preguntas. ¿Hay una verdad
que deba ganarse con la interpretación? ¿Podemos razonablemente de-
cir que la interpretación de la Primera Enmienda hecha por un abo-
gado, la lectura de “Entre escolares” [“Among School Children”] de
Yeats hecha por un crítico o la comprensión que un historiador tiene
del signifi cado de la Revolución Estadounidense son verdaderas y todas
las interpretaciones rivales son falsas? (¿O, lo que viene a ser lo mismo,
que las tres interpretaciones mencionadas son las más sólidas o exac-
tas, mientras que sus rivales, cada una en cierta medida, lo son menos?)
¿O bien debemos decir que no hay interpretaciones verdaderas o
falsas y ni siquiera más o menos exactas de esos objetos, sino única-
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mente diferentes interpretaciones de ellos? Si hay verdad (o éxito único)
en la interpretación, ¿en qué consiste entonces esa verdad (o éxito
único)? ¿Qué hace que una lectura del poema de Yeats o de la Consti-
tución sea verdadera o sólida u otras falsas o enclenques? ¿Hay alguna
diferencia importante entre la verdad en la interpretación y la verdad
en la ciencia? ¿Estos grandes dominios de investigación son en su es-
tructura lo bastante diferentes para justifi car mi vasta afi rmación de un
dualismo omnímodo? ¿Puede la verdad acerca de la interpretación
adoptar la forma del escepticismo interno? ¿Puede la única verdad ser
que no hay una interpretación exclusivamente correcta, sino una fami-
lia de interpretaciones que están a la par entre sí?
Desde luego, el hecho de que usemos una sola palabra, “interpre-
tación”, para describir todos los géneros aparentemente dispares que
he mencionado dista de ser por sí mismo concluyente de que tienen
algún rasgo importante en común. Tal vez solo estén relacionados por
lo que Wittgenstein llama “aire de familia”: tal vez, digamos, el razona-
miento jurídico comparta con la interpretación conversacional algún
rasgo que hace apropiado decir que los abogados interpretan leyes, y
el argumento histórico comparta con ella un rasgo distinto que hace
apropiado decir que los historiadores interpretan acontecimientos his-
tóricos, pero pese a ello el razonamiento jurídico y el argumento histó-
rico no comparten ningún rasgo en virtud del cual ambos sean ejem-
plos de interpretación.1 En ese aspecto, el lenguaje suele ser engañoso:
quizá no haya nada que podamos llamar con utilidad interpretación en
general.2
Es indudable que el interpretar en general no existe, y me refi ero a
interpretar en abstracto y no en el marco de un género específi co. Ima-
ginemos que, mientras usted lee, aparecen de improviso puntos parpa-
deantes de colores en la pared que tiene enfrente, y alguien le pide que
los interprete. Usted no podría siquiera empezar a hacerlo sin algunos
supuestos operativos sobre cómo fueron creados tales puntos. Tendría
que decidir si considerarlos como un mensaje codifi cado, tal vez de
origen extraterrestre; como un espectáculo de luces diseñado por un
artista; como un modelo para impartir lecciones de dibujo a un niño, o
como algo creado de alguna otra manera y con un propósito diferente.
Solo entonces podría usted empezar a construir una interpretación;
vale decir que necesitaría inclinarse por un género interpretativo espe-
cífi co antes de poder esbozar siquiera una interpretación. Eso tal vez
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podría sugerir que los diferentes géneros tienen poco en común. Sin
embargo, hay una importante indicación en contrario. Nos parece na-
tural, en todos y cada uno de los géneros de la interpretación, dar a
conocer nuestras conclusiones en el lenguaje de la intención o el pro-
pósito. Hablamos del sentido o la signifi cación de un pasaje de un
poema o una obra, del objetivo de una cláusula en una ley, de los moti-
vos que produjeron un sueño, de las ambiciones o nociones que mode-
laron un acontecimiento o una era.
Ambivalencia
En la primera parte señalamos varias veces la ambivalencia caracterís-
tica de la gente en lo referido a sus juicios morales y otros juicios de
valor. No podemos resistirnos a pensar que nuestras convicciones mo-
rales son verdaderas, pero muchos parecen también incapaces de resis-
tirse a la idea contraria de que, en realidad, no pueden serlo. Encontra-
mos el mismo fenómeno en todo el ámbito de la interpretación. Los
intérpretes parecen típicamente suponer que una interpretación puede
ser sólida o débil, correcta o incorrecta, verdadera o falsa. Acusamos a
algunas personas de malinterpretarnos o de malinterpretar a Yeats, el
Renacimiento o la ley de venta de bienes; suponemos que en relación
con el signifi cado de cada uno de estos objetos de interpretación hay
una verdad por encontrar o pasar por alto. Distinguimos entre una in-
terpretación exacta y otra que, si bien admirable, lo es en algún otro
sentido. Un músico podría sentir gran placer al escuchar a Glenn Gould
tocar una sonata de Beethoven, por ejemplo, pero pensar no obstante
que, como interpretación de la pieza, su ejecución es una parodia. Un
abogado estadounidense podría desear que una interpretación apro-
piada de la cláusula de igual protección exigiera a los estados invertir
tanto en la educación de los estudiantes de los barrios pobres como de
los barrios ricos, pero sin dejar de reconocer, con todo, que no es posi-
ble interpretarla de ese modo.3
Es cierto que en algunos contextos sonaría tan curioso como poco
común que un intérprete pretendiera que hay una única verdad. Un
director o un actor que presentan una nueva interpretación de Hamlet
no necesitan proclamar (y más vale que no lo hagan) que la suya es la
única correcta y que todos los otros enfoques de la obra son incorrectos.

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