El inconmovible García Icazbalceta

AutorAndrés Henestrosa
Páginas45-46
AÑO 1951
ALACE NA DE MINUC IAS 45
que una pluma mejor que la suya escribiera la de México algún día. Y eso fue
lo que hizo mientras la cárcel y la muerte le acechaban.
30 de septiemb re de 1951
El inconmo vible García Icazbalceta
La cultura mexicana debe a don Joaquín García Icazbalceta eminentes servi-
cios, ya como historiador, ya como anticuario, ya como editor. Al igual que Mar-
celino Menéndez y Pelayo con respecto a la cultura española, se puede citar
a Icazbalceta a propósito de cualquier achaque acerca de la cultura mexicana.
Modelo y espejo de historiadores, le llamó don Antonio Castro Leal, justamen-
te en el primer número de nuestro “Suplemento Dominical” por su amor a la
verdad histórica, a la que por ningún interés del mundo desfiguraría, de acuer-
do con sus palabras. Icazbalceta quiso significar con esto, y así debiera ser leído
por todos, que no era hombre capaz de escribir nada contrario a su conciencia,
u opuesto a sus más hondas y arraigadas convicciones, elaboradas desde la in-
fancia. La verdad histórica era en él de tipo subjetivo, resultante fatal de su
organización mental, tanto como emotiva. Se cita, para ejemplificar ese apego a
la verdad, su opinión acerca de la aparición guadalupana, en la que Icazbalceta
no creyó históricamente, aunque la acataba en el terreno teológico.
La fama de don Joaquín García Icazbalceta es tan grande que la opinión
que ha merecido de los hombres más eminentes de nuestro tiempo, comen-
zando con Menéndez y Pelayo quien lo llamó maestro en toda erudición mexi-
cana, es lugar común que no puede evitarse y que ha impedido ver en sus
obras algunas fallas que, si bien no reducen su categoría impar, sí está bueno
señalar porque es útil para el estudio de muchos de los problemas de la historia
y de las letras mexicanas. Porque era un erudito y los eruditos lo saben todo,
nuestros historiadores no han podido superar muchos de los juicios formula-
dos por Icazbalceta. Sus afirmaciones siguen siendo norma, norte y brújula de
muchos de nuestros investigadores y escritores, incapaces de leerlo todo, inca-
paces de renovar las fuentes de sus disciplinas. Porque Icazbalceta creía en la
Revelación como única guía que pudiera ahorrar descarríos lamentables en el
ejercicio de la investigación de nuestro pasado indígena; muchos de nuestros
sabios, carentes de los instrumentos de investigación científica, pero también

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