Impresiones célebres y libros raros

AutorAndrés Henestrosa
Páginas438-440
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ANDRÉS HEN ESTROS A
entre otros, pendientes de su universal aceptación, se propusieron editarlo
cada mes, siempre dentro de los propósitos de servir a la cultura nacional, en
sus diversos aspectos, si bien en mayor medida a las letras patrias como está
indicado. Así, el número correspondiente al 15 de enero de 1955, dio principal
atención al “Pensador”, publicando su bibliografía y algunas de sus fábulas.
Al abrirse esta VII Feria Mexicana del Libro, el Boletín había alcanzado el
número 69, siendo el 70 el que la inaugura. Señal evidente de las tendencias
del Boletín es que esa entrega, aparte las otras piezas literarias que lo inte-
gran, dedica su plana central al gran artista grabador José Guadalupe Posada,
quien disparó las primeras balas a la dictadura porfirista.
En el Boletín se han reproducido muchas páginas inolvidables de nuestra
literatura y han tenido cabida muchas de las desconocidas. Recuerdo ahora las
Charlas dominicales de Enrique Chávarri –“Juvenal”– un clásico que debiera
reunirse y propagarse, según aconsejó Victoriano Salado Álvarez, y que inspiró
Las se manas alegres del tierno, mínimo, delicioso y lleno de añoranzas, Ángel
de Campo, “Micrós”.
Cuando la Feria concluya, esta publicación, que ya puede desde ahora
calificarse de benemérita, habrá alcanzado el número 95, lo que es una hazaña
dentro de las condiciones que privan en este género de actividades en nuestro
país. Desde aquí hacemos esta sugerencia a Raúl Noriega y a sus colaborado-
res que regalen al lector mexicano, con el número final de la Feria, el índice
del Boletín en sus dos años de vida.
2 de diciemb re de 1956
Impresiones célebres y libros raros
Aunque muy pocos lo recuerden y todavía menos se le mencione, uno de los
libros más curiosos y más rico de noticias a la vez que escaso, hasta el grado
de que pudiera decirse que casi no se halla un ejemplar en las librerías en lo
que va del siglo, es aquel que bajo el título de Impresiones célebres y lib ros raros
publicó el licenciado Manuel de Olaguíbel en 1878. Muy favorecido debió ser
por los lectores del tiempo, puesto que apenas pasados seis años, mereció los
honores de una segunda edición. Era su autor un hombre de vasta erudición,
de sobrio oficio literario, de fina sensibilidad para todo achaque relacionado

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