Ignacio Zaragoza

AutorAngel Pola
Páginas439-448
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Ignacio Zaragoza
1829-1862
SI AQUEL sol de 5 de Mayo no se ha puesto
es por él, por su ejemplar patriotismo y por
la gloria que circunda su nombre, gloria que
más crece a medida que más son los años.
Murió a tiempo, como Mirabean supo
hasta morirse, a poco de entrar a la inmor-
talidad, cuando aún no se apagaban en sus
oídos las ondulaciones del clamor, sin que
apareciera una nube en su carrera constela-
da de puros triunfos.
Revelaban su semblante la serenidad,
terso como un lago que jamás turba ni una
brisa. Hacían culminante su carácter la mo-
destia, la subordinación, la amabilidad y el
valor, sobre todo el valor que lindaba con la
frialdad de la muerte.
Nació en la bahía del Espíritu Santo,
Texas, cuando aquel gran girón de territo-
rio nos pertenecía, el 24 de Marzo de 1829.
Traía en la sangre el espíritu militar. Su pa-
dre el capitán Miguel G. Zaragoza por aquel
entonces, servía al gobierno de México. Fue
su madre la Sra. María de Jesús Seguín.
Ignacio aprendió las primeras letras en
el H. Matamoros, Tamaulipas. Casi se limi-
taba esa instrucción, cuando era buena, a
saber leer y escribir, lo cual se aprendía a du-
ras penas a causa del método siempre malo
y del maestro siempre ignorante. Eso sí, esa
instrucción iba muy cargada de enseñanza
y práctica católica. La familia pasó a vivir
a Monterrey y allí prosiguió recibiendo esa
primera enseñanza. En el Seminario recibió
la secundaria; pero retrocedió ante la profe-
sional. No había más que la de la abogacía y
la eclesiástica, y no optó por ninguna.
Su padre se encontraba en Zacatecas,
desempeñando un empleo oficial, y fue a su
lado. De regreso a Monterrey y ya D. Miguel
separado de la milicia. El joven entró a una
tienda de comercio con esperanza de hacer
fortuna y hallar el bienestar. Las circunstan-
cias porque atravesaba el país motivaron el
levantamiento de guardias nacionales en los
Estados Unidos. El dependiente de comer-
cio Ignacio Zaragoza fue de los primeros en
inscribirse en Nuevo León. Aparte de que su
deseo era servir a la patria, sentía irresisti-
ble inclinación por la milicia. Dicen que sus
compañeros de alta, llevados de la simpatía,

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