Ignacio de la Llave

AutorJosé P. Rivera
Páginas171-188
˜ 171 ˜
Ignacio de la L lave
1818-1863
ANTES DE estudiar a un héroe, antes de pre-
sentarlo a los ojos de los contemporáneos o
de la posteridad, es preciso primero indagar
cuál fue el medio ambiente en que el héroe
se halló, para después deducir de ese medio
las causas impulsivas.
La historia, tal como la entienden los
pensadores modernos, no es la narración
descarnada y fiel de los hechos que acae-
cieron, ni la constituye tampoco el apun-
tamiento rigurosamente cronológico de las
fechas en que esos mismos sucesos tuvie-
ron lugar. Hoy es otra la misión del histo-
riador. Debe éste tener en cuenta los he-
chos, sí; pero debe también subordinarlos,
debe buscar en el segundo la consecuencia
natural del primero; debe remontarse a la
fuente principal, para que ella le explique,
por modo natural y sencillo, cómo fue que,
forzosamente, los acontecimientos, y con
ellos los hombres, debieron inclinarse en
tal o cual sentido.
Estas breves reflexiones, necesarias
como antecedentes, pues que se trata de
Llave, se hacen más necesarias aún si se
recuerda la época en que floreció el ilustre
veracruzano; porque es ya verdad adquiri-
da, que no son los hombres los que produ-
cen las épocas, sino aquéllos el resultado
de éstas.
Cuando a una nación la agobia la ti-
ranía; cuando sobre un pueblo cualquiera
(pesan todas las extorsiones imaginables;
cuando los hombres, olvidando todo lo
que han adquirido en materia de libertad
y de derecho, descienden hasta el grado de
desconocerse a sí propios y de olvidar las
enseñanzas del pasado; cuando, en suma,
se hace precisa una revolución para recon-
quistar todo lo que se ha perdido, una re-
volución que no perdone a nadie, entonces
brota el hombre que sintetiza los dolores y
todas las aspiraciones.
¿Fue Llave expresión de una época? En
otros términos: ¿fue él la resultante de fuer-
zas que obraban? Su espíritu, su carácter,
¿correspondieron a los años en que le tocó
en suerte figurar? Ya procuraremos respon-
der a tan difícil cuestionario.
I
LIBERA LES ILUST RES MEX ICANOS DE LA R EFORMA Y LA INT ERVENCIÓ N172
II
Cuando por el Plan de Jalisco, urgente a se
recuerda la mala interpretación que se le dio
al sistema federativo, volvió al país D. An-
tonio López de Santa-Anna, hallábase la Re-
pública en situación propicia para que fuese
un hecho el adelanto.
Un hombre que, verdadero patriota,
hubiese sido dictador a la manera de la an-
tigua Roma; esto es, que llegado al poder
en virtud de circunstancias necesarísimas,
hubiese hecho uso de él con una gran suma
de discreción y sólo lo hubiese ejercido por
determinado tiempo; un dictador así, que
hubiese encaminado todos sus esfuerzos al
bien de sus conciudadanos y al engrandeci-
miento de su patria; un hombre, en suma,
en quien no hubiesen predominado las mez-
quinas ideas de ambición, sino los grandes
principios republicanos, habría hecho de
México una nación modelo, le habría evita-
do las guerras intestinas que acaecieron des-
pués y, sobre todo, no la hubiera detenido
en su marcha hacia el progreso.
Pocos hombres han encontrado al país,
como el solitario de Turbaco, tan dispuesto
a allanarle las dificultades con que pudiera
tropezar; y, sin embargo, ninguno como él,
abusó del mando omnímodo que se le con-
fiara: renegó de sus promesas, pisoteó de la
manera más desleal sus juramentos e hizo
del país una irrisión viviente.
La adulación, el desprecio a la ley, el nin-
gún respeto a la hacienda pública; el aban-
dono de la enseñanza y aun la simonía y el
crimen, es lo que el historiador encontrará
como fruto de esos años, faltos todavía de
un Tácito que los flagele sin piedad.
Desde la Capital hasta los Estados más
lejanos, la Nación entera y sus hombres
daban el más triste ejemplo de abyección.
Apenas si uno que otro patriota se atrevía a
murmurar en voz baja; que los esbirros del
poder estaban alerta siempre para acallar
cualquier palabra.
Las persecuciones a la prensa, los destierro s,
as venganzas políticas, estaban a la orden
del día, sin que aún se procurara darles la
menor justificación. Bastaba el capricho de
Su Alteza o de un prefecto político, para que
se cometiesen todo género de atropellos.
En tal estado las cosas y cuando pare-
cían haberse hundido para siempre las no-
ciones de patriotismo y dignidad, surgió la
revolución de Ayutla, que venía amparada
con el virtuoso nombre de D. Juan Álva-
rez y que anunciaba una era nueva para la
República. En torno de su bandera se con-
gregaron todos los hombres de valor, todas
las grandezas, los patriotismos todos, y des-
pués de muchos días de lucha y de sangre, la
Libertad, al fin, paseó su enseña triunfante.
Hombre de esa época, compañero de
aquellos inolvidables reformistas, fue el Lic.
D. Ignacio de la Llave, el patricio que die-
ra con su nombre y con sus hechos honor y
días de gloria al Estado que lo vio nacer.
III
En Veracruz, sin duda por sus especiales
condiciones de riqueza, se hizo sentir con
mayor fuerza la administración santa-an-
nista; y sin duda también por sus tradi-
cionales convicciones independientes fue
más oprobiosa la tiranía. Orizaba, Jalapa y
Veracruz, fueron las ciudades donde el des-

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