La política lingüística del patriarcado

AutorAlejandrina Pardo Fernández
CargoHistoriadora española (Alcalá de Henares)
Páginas195-213

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Como especialista en historia de la mujer, al manejar los documentos históricos y los libros de historia escritos principalmente por varones, he pretendido detectar la presencia y la manera como tratan a la mujer. Fue así como llegué a diferentes conclusiones que resultaron ser lugares comunes de la historia, gracias al lenguaje, que conforma todo el pensamiento humano. Constituye una infraestructura o, incluso, una superestructura del pensamiento. Aunque ha nacido de nuestro desarrollo cerebral e intelectual potencia, a su vez, la inteligencia, a la que da techo. Desde el punto de vista lógico formal podemos decir que dependemos del lenguaje para desarrollarnos intelectual mente. ¿Cuál es el problema específico que éste plantea a la mujer?, pues que el lenguaje que usamos es de carácter patriarcal y sirve a sus intereses; así nacen la religión, la escritura, la administración, el derecho, la monarquía y el ejército.

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Existen personas que creen ser invulnerables a las reglas lingüísticas. O que, como en el caso de la moda, creen que no tiene importancia lo que dicen, sino lo que pretenden expresar. Pero el oyente oye exacta y literalmente lo que se le dice, aunque también pueda captar lo que se le quiere expresar e, incluso, lo que no se le pretende informar. En el caso femenino-feminista, que es el que nos interesa, no basta con saber que las mujeres somos discriminadas, aun en el lenguaje. Tenemos que conocer cómo, dónde y, principalmente, por qué, ya que estas claves nos indican los problemas concretos de lenguaje que padecemos. Y, en último término, al estudiar el porqué aprendemos a detectar los posibles lugares o aspectos del sexismo lingüístico.

Podemos definir, en principio, los problemas sexistas del lenguaje en torno de tres puntos: 1) La tradición judeocristiana heredada; 2) La forma como los científicos actuales hacen sexismo, aun cuando pretenden carecer de ideología —lo cual es imposible: se puede ser neutral, pero no aideológico; no vivimos en burbujas de cristal, ni aparecemos por generación espontánea como las setas; cuando llegamos a la investigación tenemos un pasado y una ideología conformada en torno de él, y 3) Los conflictos e incomodidades que se nos están planteando en el lenguaje diario, la falta de comprensión o aprecio de los diversos elementos lingüísticos que poseemos. En este sentido destacaremos la filiación.

1. La Tradición Judeo cristiana heredada

Observamos que existe una serie de reglas no explícitas que ponemos en marcha con la exposición lingüística, ya sea al hablar o al escribir. Cuando estas normas se vulneran existe una razón ideológica que lo justifica. La mujer aparece siempre en una posición secundaria y, si no es así, se la está destacando en texto por alguna razón. No niego que ésta pueda ser positiva; sí digo que la he encontrado siempre expresada negativamente.

La mujer no es nunca sujeto del relato o la acción, a no ser para justificar el orden patriarcal existente.1

Existe un orden de exposición patriarcal, que se expresa siempre:

-De mayor a menor

De varón a mujer

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-De generación en generación, norma que también se puede vulnerar para postergar aún más a la mujer: 1° se hace mención del patriarca/s (= varones adultos); 2-, de los niños varones; 3°, de las mujeres (adultas y niñas).2

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-La soltera va después de la casada (a no ser que se trate de una virgen religiosa), pues la maternidad es el objeto de la mujer en el sistema patriarcal) y antes que la viuda (que es la peor tratada socialmente, sobre la que pesa la soledad, la falta de influencia social por carecer de marido y la conciencia social de haber perdido su virginidad, de haber sido utilizada sexualmente; como pertenecía de su marido difunto se pretende que se conserve en tal estado durante el resto de su vida y, en el caso oriental, ha llegado a determinarse su muerte con la de su marido).3

Todas estas consideraciones expositivas eran hebreas y pasaron plenamente al cristianismo, teniendo especial vigor en el catolicismo español de todos los tiempos. Esta ideología patriarcal también se plasma en la representación gráfica: la derecha se sitúa por encima de la izquierda; el norte sobre el sur; arriba sobre abajo; los caracteres solares a los que se asimila el dios patriarcal (el Dios Padre cristiano) por encima de los lunares, a los que se asimila lo femenino (por ejemplo, la virgen María); lo par sobre lo impar. En las representaciones religiosas y en las que no lo son —que, en principio, pareciera que podrían escapar a la regla general religiosa—, estos parámetros se cumplen fielmente. Por ejemplo, en la numeración de los viajes de avión, los pares corresponden a los vuelos hacia el norte y el este; los impares, hacia el sur y el oeste. Es decir, la asociación de lo "bueno", lo solar (norte, este, derecha, par) se contrapone a la de lo "malo", lo lunar (sur, oeste, izquierda, impar); recordemos, por ejemplo, que como los augurios romanos llegados por la izquierda, la mano contraria a la derecha = diestra (eran malos, la izquierda o siniestra ha persistido en nuestro vocabulario como de mal cariz).4

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En último término estaría la cuestión del color, también pleno de simbología: el negro identifica el culto a los muertos (en los que la mujer desempeña gran papel en forma de plañidera o viuda), las vestiduras largas —propias de la mujer en el mundo occidental—, a las que se asimila la condición sacerdotal, la magia y la hechicería; a las que se ha asociado especialmente a la condición femenina: hablamos de brujas, no de brujos, aunque también puedan existir.5 El blanco, por el contrario, identifica lo bueno, lo limpio, lo luminoso y solar: lo masculino. En el Talmud, al semen humano se le llamará eufemísticamente "lo blanco", generador de toda materia blanca. Mientras que la mujer será identificada con lo rojo —de su sangre menstrual, que la hace impura y responsable de toda materia roja humana: vital pero impura: de ahí la necesidad del derramamiento de sangre en los sacrificios. Rojo es el color de la violencia —que se teme que la mujer genere entre los varones—, de la prostitución y la lujuria —utilizado aun hoy en día.6 En este sentido parece prometedor el malva quePage 200 se eligió para representar el feminismo, ya que es el color que más estimula la actividad cerebral y, por lo tanto, el intelecto.

Como hemos visto a través de estos puntos (orden de exposición lingüística, de representación y color de ésta) hemos crecido en un ambiente patriarcal que nos ha venido dando fundamentalmente, y desde el momento remoto de su nacimiento en Mesopotamia, alrededor del V milenio antes de Cristo, por la religión. Sostengo, sin temor a equivocarme, que el templo, y con él el pensamiento religioso, fue la primera organización de la Antigüedad socioeconómica; primera y fundamental organización del patriarcado. En este sentido, la religión tendría que desaparecer o adaptarse por completo a la condición femenina —como lo está haciendo el derecho, que era el instrumento patriarcal por excelencia—, para que el sexismo desapareciese o tuviese opción a desaparecer de la faz de la tierra. Y con él las diferencias sociales, la guerra, el ansia por la propiedad y la composición del "patrimonio" y las diferencias económicas entre las personas. Ya que todas estas cuestiones conforman y caracterizan el patriarcado, cuya base fundamental es la opresión de la mujer, productora de hijos, que serán la mano de obra, los operarios de la tierra, los artesanos, los soldados, los obreros, los generadores, en suma, de riqueza; así, cuantas más mujeres e hijos se tengan, más bienes se pueden obtener y viceversa; sólo el rico puede tener varias mujeres y muchos hijos "dinero llama a dinero". "Los hijos vienen con un pan debajo del brazo" —dice el refrán de la España agropecuaria. Ahora que hemos sido industrializados, un hijo se ha constituido en una grave carga y ha surgido el feminismo y los esfuerzos por la igualdad sexual. Ya no se sabe bien en qué consiste la paternidad: antes era una ficción jurídica por la que los varones = cabezas de familia mandaban y se aprovechaban económicamente de los hijos; ahora se pretende igualar paternidad a maternidad y el padre quiere ser "amigo de su chico". No es, por tanto, una casualidad histórica que estemos hablando hoy aquí del lenguaje sexista.

Bueno, toda esta represión patriarcal original a la que hemos aludido va implícita en el lenguaje y se plasma, a mi entender, en dos puntos esenciales:

  1. La justificación moral de esta opresión, necesaria—comodiceE. Bartra Muriá— para tranquilizar la conciencia masculina y domeñar la rebeldía femenina: la encontramos claramente en el mito de Eva, que ahora no podemos analizar.7

  2. Ha de reflejarse en el lenguaje la minusvaloración femenina, porque éste nace de una sociedad, a la que también sirve; de hecho, esta minusvaloración se refleja, enPage 201 nuestro mundo occidental, en la utilización del término hombre, clave de nuestra discriminación, con la palabra mujer, que abordaremos más tarde. Según podemos ver en la gráfica 1, cuando éramos homínidos había hembras y machos; cuando pasamos a ser hombre = seres humanos-personas distinguimos entre mujeres y varones. Pero la falta de equiparación entre los mismos la encontramos en el lenguaje del Génesis y en el cotidiano; cuando intentamos estas comparaciones comprobamos cómo han llegado a falsearse totalmente, partiendo de una base latina teóricamente neutral, lo que imposibilita la equiparación entre los sexos. Si decimos "hembra", la inmensa mayoría de los oyentes opondrá inadecuadamente "varón"; si decimos "mujer", nuestros oyentes dirán "hombre". Si miramos el esquema observaremos cómo lo femenino queda siempre un paso atrás de lo masculino. Sólo nos resta la palabra macho, pues de machismo se trata. De manera anecdótica ha quedado también en nuestra sociedad la pretendida duda de...

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