Debates y progreso en la ciencia política contemporánea: La teoría de las decisiones interdependientes y el estudio científico de la política

AutorGodofredo Vidal de la Rosa
CargoProfesor-investigador titular del Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Azcapotzalco. Doctor en ciencias políticas y sociales. Dirige el proyecto de investigación “Teoría política contemporánea”.
Páginas41-70

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No es necesario recorrer hacia atrás el camino que condujo al actual estado de cosas en las ciencias sociales y, en particular, en la ciencia política, marcado por una especie de détente epistemológica, de coexistencia entre vecinos teóricos, y de un simultáneo e intenso intercambio de miradas a la diversidad de métodos. Esta situación, que Daniel Little llamó “pluralismo metodológico” (Little, 1991), representa el reconocimiento de que existe un estado de cosas provisional en que coexisten muchas tradiciones teóricas y metodológicas. El fenómeno fue descrito por Gabriel Almond, refiriéndose específicamente al caso de la ciencia política estadounidense, como el de las “mesasPage 42separadas” (1990).1 Pero no me detendré en un recuento de esta particular situación. Sólo quiero apuntar desde ahora que lo que se discute en la ciencia política no es su cientificidad, sino la cuestión de si es conveniente o no el actual estado de pluralidad o es necesario “disciplinar a la disciplina” (Laitin, 2001), y anotar que incluso esta discusión debe ser superada por los nuevos avances teóricos, metodológicos y empíricos de la ciencia política.

Mi propósito es abordar sólo una vertiente de esta condición: el desarrollo de una de sus ramas o variedades metodológicas de hacer ciencia política, que se ha convertido en dominante, y se caracteriza por, a veces, su extrema agresividad y pretensión de erigirse en el hegemón de la disciplina. Primero, trataré de sumariar este desarrollo y enseguida atenderé el debate, así como la reacción suscitada por la desmesura inicial. El rechazo a las síntesis precipitadas es visible en la reacción de muchísimos politólogos y sociólogos, en los Estados Unidos, al norte del Río Bravo y al oriente del océano Atlántico.

La ciencia política y la travesía de la elección racional

La ciencia2 política estadounidense, que conviene recordar, es la matriz de todas las actividades profesionales contemporáneas —ya que las instituciones del continente europeo fueron inmoladas por el fascismo y el stalinismo— siempre ha levantado la bandera de cientificidad y ha mantenido, como un artículo de fe, que la objetividad científica es compatible, y de hecho, indivisible con el liberalismo político. Esto lo ha hecho durante más de cien años, y esta convicción no ha sido alteradaPage 43por los ataques provenientes de los flancos izquierdo y derecho del espectro ideológico.3 Aquí me ahorraré la repetición de esta historia, para anotar cosas nuevas. Entre la variedad de escuelas o paradigmas de ciencia política en Estados Unidos, la teoría de las decisiones interdependientes (TDI) y su antecesora, la teoría de la elección racional (TER)4 es notable por al menos tres características: 1) es la que más ha insistido en la posibilidad del estudio científico de la acción humana;2) es la más dinámica e influyente fuerza intelectual en las ciencias sociales —incluso la ciencia política— en el último medio siglo, y 3) la TDI abarca tanto el dominio original de la ciencia positiva, como el de la teoría o filosofía política normativa moderna. Es el producto de la simbiosis de dos innovaciones de enorme importancia en las matemáticas modernas: la teoría de juegos, y la focalización de lo que comúnmente llamamos “teoremas de la imposibilidad”, debido al matemático y economista Kenneth Arrow (Arrow, 1951; Amadae, 2003).

Existe la idea de que se trata de una teoría económica, lo cual es cierto sólo parcialmente. La TDI es una teoría general de la acciónPage 44estratégica, individual y/o colectiva5 y no sólo es una teoría del “mercado”. Esta es una institución básica en que la acción está dedicada a la producción e intercambio de bienes. Pero la TDI no se reduce a la acción orientada a esos fines, sino a cualquier interacción estratégica. Su ámbito es muy preciso: estudia la acción estratégica, racional y/o evolutiva. Todos los fenómenos sociales que no pueden deducirse o derivarse de este principio están fuera de su ámbito. Pero existe un creciente número de analistas que concuerdan en que son cada vez menos los fenómenos que quedan fuera de ese ámbito y parte del debate sobre los alcances explicativos del enfoque consiste en su capacidad para explicar fenómenos fundamentales como las normas sociales (Coleman, 1990; Elster, 2006; Gintis, 2006a). Esta actitud se debe en gran parte al relajamiento de las condiciones iniciales que se imponían al concepto de racionalidad, muchas heredadas de la teoría neoclásica de la economía, como los requerimientos de información perfecta, la idea de que los consumidores son soberanos y que los precios se fijan exclusivamente con base en la oferta y la demanda. Así que, en el curso de los años, la práctica de la disciplina se ha contentado con una noción “laxa”, o menos exigente, del termino racionalidad, o —lo que resulta paradójicamente equivalente— una versión “acotada” de la racionalidad (Simon, 1989). Al menos dos tipos de “racionalidad” son identificables: la acción discreta o individual, intencional y orientada a objetivos visibles, y la acción por prueba y error de adaptación, o evolutiva, que caracteriza al reino animal (al cual pertenece la especie homo sapiens sapiens). En ambos casos, el lenguaje usado para describirlas es el mismo: la teoría de juegos o teoría de juegos de estrategia.6 Este descubrimiento de un lenguaje analítico común esPage 45sorprendente e iluminador acerca de los nuevos puentes entre las ciencias sociales y del comportamiento humano, la sociobiología y la teoría de la evolución. Aunque la TDI es una innovación de la mayor importancia para el presente y futuro de las ciencias sociales, es un enfoque que ha evolucionado rápidamente en los últimos cincuenta años. Este ensayo aborda, en su primera sección, una síntesis muy esquemática de los cambios internos en los supuestos básicos subyacentes de la teoría, y en una segunda parte, los efectos de su desarrollo. En la parte final de mi ensayo, me referiré a la situación actual y a sus alcances para la ciencia política en lo particular, y a las ciencias sociales y del comportamiento en general, en lo que puedo visualizar como su futuro.7

La TDI y la ciencia política

Menciono a continuación algunos casos clásicos en los que la TDI irrumpió en las plácidas tareas de la ciencia política convencional. 1) Anthony Downs (1957) primero utilizó métodos de la economía para el análisis del régimen democrático, y su legado más perdurable es la llamada “paradoja del voto”. Entre muchas observaciones extraordinariamente iluminadoras sobre el proceso democrático, Downs concluyó su tesis afirmando que el acto de votar no tiene sustento racional. En efecto, un voto disminuye su valor decisivo en el resultado de la elección en relación inversa con el número de votos emitidos.

El valor de la teoría es parcialmente explicatorio, pero sobre todo conceptual [...]. Lo más importante es que ilumina la estructura de la interacción social. Una vez que alguien ve el mundo a través de los lentes de la teoría de juegos —o teoría de las decisiones interdependientes—, como debería ser llamada, nada vuelve a parecer lo mismo” (Elster, 2006: 312). Herbert Gintis coincide diciendo que “la teoría de juegos es el léxico universal de la vida” (Gintis, 2008). Los textos de Binmore (2007) que no contiene mayores dificultades matemáticas para el principiante, de Morrow (1994) de interés particular para los politólogos, y el de Gintis (2000) son tres buenos comienzos, en ese orden de complejidad, en el arte de los juegos de estrategia.

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Si en las elecciones modernas votan millones, un voto tiene un valor que tiende a ser infinitesimal. Entonces, ¿por qué votar? Si se asume que el votante es un maximizador de su placer o utilidad y un egoísta (homo economicus), no se encontrará una respuesta lógica a la inexistencia del votante racional. 2) El mismo Downs formuló una ingeniosa teoría del votante medio. Los partidos se alinean en un gradiente izquierda-derecha y buscan capturar el voto de este ente. Cuando hay muchas dimensiones o valores en consideración, la teoría sugiere, aunque no necesariamente predice, resultados que la ciencia política convencional o el sentir del hombre de la calle no esperan. Por ejemplo, si al valor “distribución” del ingreso se añaden otros “valores”, se sugiere que el proceso democrático puede resultar en un rechazo de las políticas distributivas, por lo que John Roemer (un antiguo marxista) (2001), concluye que el proceso democrático puede favorecer la desigualdad, contra la creencia generalizada. 3) Más influyente fue William H. Riker (1982), quien adoptó los métodos propuestos por el matemático y economista Kenneth Arrow al análisis de la política. Como es bien conocido, Arrow pasó a la posteridad como pensador, por lo que se conoce simplemente como el teorema de la imposibilidad de obtener una función de utilidad social consistente y coherente. Arrow, se dice, generalizó un problema que surgía en los métodos de elección por mayoría analizados, a fines del siglo XVIII, por el Marqués de Condorcet. Las decisiones racionales de un individuo lo son en cuanto cumplen la regla de transitividad. Esto es del sentido común para cualquier adulto en uso de sus facultades mentales. Si el individuo x prefiere A a B y B a C, entonces prefiere A a C. (si A>B>C, entonces A>C). Pero esta regla no se aplica siempre a las decisiones sociales o colectivas. En éstas sucede que, a veces, con una frecuencia estimada con exactitud, ocurren decisiones intransitivas, es decir, inconsistentes (por ejemplo, A>B>C>A), con el criterio definido de racionalidad...

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