Un héroe de la historiografía. Discurso de ingreso

AutorEnrique Krauze
Páginas1069-1079
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UN HÉROE DE LA HISTORIOGRAFÍA
Discurso de ingreso
EN LA antigua y para mí entrañable tradición de la que provengo, la tradición
judía, las personas no se con esan. Yo en general he respetado esa norma,
pero en esta ocasión pre ero cometer un sacrilegio simbólico y comenzar
con una confesión: siempre soñé con ser miembro de El Colegio Nacional.
Desde los tiempos ya remotos en que hurgaba en los archivos de los “Siete
Sabios” (entre ellos Manuel Gómez Morin y Vicente Lombardo Toledano),
sabía que pertenecer a esta institución, fundada por los maestros de esos
maestros (Antonio Caso, José Vasconcelos, Alfonso Reyes), era la distinción
más alta a la que podía aspirar un hombre de letras en México. Estoy pro-
fundamente honrado y agradecido con mis colegas por haber considerado
que mi trabajo reunía los méritos para hacer realidad ese sueño.
Ese trabajo debe mucho a muchas personas (la familia que formé, mis
amigos y profesores, mis colaboradores y críticos, mis lectores), pero esta
tarde quisiera convocar ante todo el recuerdo de tres maestros de El Colegio
Nacional sin cuya obra y presencia mi vocación habría sido impensable. Don
Daniel Cosío Villegas me enseñó a venerar a los liberales del siglo XIX, e ins-
piró en mí el deber no sólo de escribir historia, sino de editarla y difundirla.
Octavio Paz, visionario poético, despertó en mí la pasión por sondear los ríos
subterráneos del pasado en busca del sentido, la  liación y el origen. A Luis
González y González le debo casi todo: el interés por conocer a México a tra-
vés de los siglos, la inclinación por comprender a los hombres antes que juz-
garlos o condenarlos; pero, sobre todas las cosas, le debo el amor al o cio.
Aunque los tres cultivaron de manera distinta el género de la biografía
(escribieron retratos colectivos, individuales o generacionales), en ninguno
advierto la extraña condición óptica que describió Antonio Machado: “Por
más vuelta que le doy —dice Machado que decía Juan de Mairena— no hallo
la manera de sumar individuos”. A la vuelta de los años y tras los años de
Vuelta, me he dado cuenta de que padezco esa condición, y ahora sé que es
incurable. Sospecho que el biógrafo nace, no se hace. Admite que es imposi-
ble reducir la historia a biografía, pero sabe también que sin biografía no hay
historia. Su atención al individuo no proviene de un culto reverencial a los
héroes, sino de la convicción de que las personas cuentan en la historia tanto
o más que las vastas fuerzas impersonales o los entes colectivos. El biógrafo se
detiene en lo particular, único o meramente curioso de un personaje, pero
intuye que una vida puede revelar a veces el sentido amplio de la historia.

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