Herencias del Imperialismo. Análisis de la Postguerra Fría

AutorKalevi J. Holsti
Páginas7-34

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El título* de este ensayo revela un cierto etnocentrismo que ha afectado a muchos recientes analistas sobre la naturaleza y las fuentes del orden internacional. Sugiere una dicotomía espacial entre los centros y las periferias y una dicotomía sociológica entre áreas de paz y áreas de caos. Por ello deberíamos iniciar esta prognósis de los conflictos armados en las periferias reconociendo que virtualmente todos los análisis del orden Mun- dial han sido escritos desde perspectivas europeas o norteamericanas y que tales perspectivas han relegado tradicionalmente las restante áreas del mundo a un es-Page 8tado especial —generalmente entendiéndose que de menor importancia. Los analistas han argumentado o asumido, típicamente que los elementos del orden mundial emanaron de la civilización europea mientras que el resto del mundo era exótico y misterioso en su mejor aspecto, o bien una zona de crueldad y caos perpetuo en su peor apreciación. Rara vez ayuda el reconocer que durante los últimos trescientos años las peores zonas de matanzas sistemáticas, ya sea por guerras inter-estatales, guerras civiles, magnicidios y genocidios, han estado localizadas predominantemente en el ámbito de la civilización y no en las llamadas zonas periféricas.

En un análisis del orden mundial es importante aclarar los conceptos y para lograrlo es importante comprender nuestros errores históricos antes de examinar lo que algunos han predichoserá el escenario de "futuro caos" o "anarquía" en las periferias. Quiero enfatizar el antecedente histórico-conceptual para que podamos entender mejor las dificultades y dilemas de el Tercer Mundo (Sur o periferias) y su papel en el orden mundial.

Conceptos del Orden Mundial

El concepto del orden mundial ha servido tanto para aclarar como para empañar la comprensión de las relaciones internacionales. El uso mas común en la retórica diplomática es la idea de que los patrones típicos del poder, el conflicto, la dominación y la subordinación están cambiando. Pero debido a que el cambio es una constante en la mayor parte de los contextos sociales, la diferencia es difícilmente un indicador de un nuevo orden.

Si la diferencia es el único criterio, no podemos esperar la generación de ninguna clase de consenso, ya que lo que para una persona es un cambio significativo, para otra tal vez es solo una alteración marginal.

Una forma lógica de pensar en el orden internacional es la de identificar los principios fundamentales sobre los que éste descansa. Este fue el criterio que en 1977 siguió Hedley Bull, y es tan útil hoy como lo fue hace casi un cuarto de siglo, cuando él propuso la distinción fundamental entre sistemas de estados y una sociedad de estados.

Un sistema de estados se compone por entidades políticas independientes que interactúan y deben tomar en cuenta la opinión de los otros antes de tomar decisiones estratégicas. El conflicto y la guerra son formas típicas de interacción en un sistema de estados. Una sociedad de estados, en contraste, está compuesta por entidades políticas que muestran un cierto reconocimiento hacia los intereses comunes para mantener un sistema y basan sus interacciones en normas fundamentales e instituciones que ayudan a mantener los patrones de las relaciones. Las normas y las instituciones no se basan en la fuerza, compulsión o disuasión, sino en una reconoci-Page 9da legitimidad y derivado de ella en autoridad y efectividad (Hurd 1977). Que los estados se comporten consistentemente con dichas normas en forma cotidiana es evidencia de su importancia. A través de la práctica las normas se llegan a institucionalizar.

El principio fundamental desarrollado por los europeos para ordenar las relaciones entre comunidades fue el de soberanía. La soberanía fue originalmente una idea emancipadora, una licencia para ejercer la libertad de las comunidades políticas y un fuerte soporte, sino es que una garantía de su seguridad. Fue una idea radical porque modificó los principios jerárquicos que previamente habían regido las relaciones entre las comunidades de Europa y de otras regiones. Los imperios y los señoríos frecuentemente proporcionaban cierto orden, a cambio de la reducción o la pérdida de la autonomía. Un sistema de estados soberanos diluye la seguridad y el orden, pero proporciona autonomía. Un ejemplo de un sistema de estados ocurre en la China de Chou durante el período de la "Primavera y el Otoño" (771 - 483 B.C.), donde los políticos inseguros guerreaban incesantemente entre sí y hacían de la conquista (y por tanto del aniquilamiento) de los estados vecinos la meta política principal (Holsti, 1957: ch. 2). En contraste, los soberanos europeos más o menos se adherían a normas fundamentales que proporcionaban algún tipo de orden y aún de seguridad. Estas incluían la no interferencia, la igualdad legal, la reciprocidad, la santidad territorial y la heterogeneidad doméstica. Unidos a otros, estos principios se conocen como el sistema de Westfhalia, o para emplear el término breve elegido por Robert Jackson (1990), el "juego de la soberanía".

La literatura del juego de la soberanía es vasta y no completamente relevante para los problemas de violencia en las periferias hoy. Pero es importante subrayar el significado de este juego entre los estados, contrastándolo con el de los imperios y los sistemas de estados. Históricamente, los imperios eran entidades móviles. Sus fronteras constantemente estaban en movimiento y siempre sujetas a revisión por los invasores y por aquellos que se rehusaban a aceptar la predominancia del poder central imperial. En los sistemas de estados, como en el ejemplo de Chou, la probabilidad de vida de una unidad política independiente raramente excedía un siglo. En contraste, los principales estados europeos contemporáneos y aun los menos importantes ostentan un linaje que se extiende por lo menos medio milenio. Sus descendientes norte y sudamericanos han sobrevivido como entidades independientes por casi dos siglos. Y de nuevo en contraste la dinastía con Chou (o con las ciudadesestado de Grecia o Italia), las configuraciones territoriales de estos estados se han establecido firmemente y actualmente, aunque de vez en cuando sean objeto de disputa, son raramente desafiadas militarmente (Zacher y Jackson 1996). Desde 1945 ningún estado reconocido intemacionalmente ha perdido su independencia por conquista armada aunque Yemen del Norte, Vietnam del Sur y Timor Oriental son excepciones marginales a esta generalización.

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Está de moda en estos días lamentar el papel de la soberanía en las relaciones internacionales. Pero desde una perspectiva histórica, la soberanía ha proporcionado mayor seguridad, protegido a una mayor diversidad (particularmente religiosa), y construido un contexto de más progreso y bienestar humanos que cualquier otro principio o arreglo políticos. No ha sido un registro sin mancha, Polonia fue aniquilada como estado por más de una centuria; las conquistas con fines de ajuste territorial fueron comunes a través de los siglos dieciocho y diecinueve; las guerras fueron un acontecer común del panorama diplomático, y el orden, en este sentido, largos períodos de paz fueron un raro lujo.

Sin embargo, las grandes guerras en Europa no fueron el resultado del juego de la soberanía, sino que fueron resultado de aquéllos que intentaron crear órdenes o sistemas basados en principios alternativos. Los Habsburgos en el siglo XVII soñaron con una Europa unida bajo su hegemonía: El resultado fué la Guerra de los Treinta Años, la carnicería mas devastadora en el continente hasta la Primera Guerra Mundial. Luis XIV también soñó en una hegemonía basada en París, bajo las coronas de Francia y de España, que condujo a la siguiente guerra pan-europea de la Sucesión Española. Napoleón pensaba que se podría unir a Europa bajo la hegemonía Francesa, centrada en su naciente dinastía familiar.

Los objetivos finales de Alemania en 1914 aun son materia de discusión; pero el Tratado de "Brest-Litovsk" (1917) no fue consistente con las ideas Westfalianas del juego de la soberanía. Hitler también trató de crear un nuevo orden. Su principio fundamental, el de la jerarquía racial, era básicamente incompatible con la teoría de Westfalia. La Segunda Guerra fue finalmente una guerra para salvar la sociedad internacional Westfaliana, tanto como una guerra contra los principios y prácticas del fascismo.

El sistema Westafaliano ha proporcionado un alto grado de orden. Si se juega de acuerdo con sus reglas básicas, también ha dado emancipación política, libertad nacional y un contexto dentro del cual, ha tenido lugar un progreso económico, científico y tecnológico sin precedente histórico. Los elementos progresivos del orden han sido menospreciados a causa de las grandes guerras, una mancha permanente en el propósito Europeo de hablar acerca de orden a los no-Europeos. Pero ésta es la apreciación equivocada. Las grandes guerras son ciertamente una mancha; pero sus autores fueron aquéllos que no quisieron jugar el juego de la soberanía Westfaliana y no quienes se adhirieron a sus principios fundamentales. Si pudiéramos borrar a los Habsburgos, Luis XIV, Napoleón y los revolucionarios franceses, la Alemania del emperador Guillermo (sic), Adolfo Hitler y José Stalin, los Europeos podrían tomar las alturas morales y sostener que a pesar de sus fallas los principios Westfalianos han traído orden, seguridad, autonomía y bienestar, valores que trascienden los sistemas políticos, las creencias religiosas o las...

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