Herbert A. Simon y su monomania: el comportamiento humano como comportamiento artificial.

AutorIbarra Colado, Eduardo
CargoReport

Mi profesión es la de un científico social y busco comprender el comportamiento humano a través de modelos matemáticos (o, más recientemente, con modelos de simulación programados por computadoras).

Herbert A. Simon en carta dirigida a Jorge Luis Borges, 1971 (Battista, 1999)

Herbert A. Simon and his monomania: human behavior as artificial behavior.

ENCUENTROS, DUDAS Y DIFERENCIAS

Hace ocho años, el 9 de febrero de 2001, falleció Herbert A. Simon (1916-2001), personaje central para comprender la gestación de lo que podríamos denominar el conocimiento práctico suave del siglo xx, ese que permite que las cosas funcionen bajo principios de ordenamiento jerárquico en sistemas complejos. Veintiún años antes de su muerte, en 1980, tuve mi primer contacto con algunas de las ideas de este científico duro, que ha influido ampliamente en la producción del conocimiento en muy diversos campos del saber y que marcó mi propia ruta intelectual. Al leer con todo cuidado El comportamiento administrativo: estudio de los procesos decisorios en la organización administrativa (Simon, 1982a), cuya versión previa fue defendida en 1943 como tesis doctoral, comprendí la fragilidad de una disciplina que a lo largo de la primera mitad del siglo XX había logrado solamente formular aparentes "principios científicos", más bien "proverbios", que Simon se encargó de desenmascarar (Simon, 1946; Simon, 1982a, 21; cfr. Cruise, 1997). Al confrontar la teoría clásica de las organizaciones plasmada en obras como Introducción al estudio de la administración pública (White, 1964) o Ensayos sobre la ciencia de la administración (Gulick y Urwick, 1970), demostró que la aplicación simultánea de tales "principios" era simplemente imposible, lo que invalidaba su rigor bajo las reglas del conocimiento positivo, pues no se fundaba en hechos comprobables sino en principios normativos. Esta crítica devastadora le sirvió a Simon de base para proponer la construcción de una verdadera ciencia administrativa que posibilitara diseños para acrecentar la racionalidad del comportamiento humano en las organizaciones (Simon, 1982a,36). Sin entrar a discutir la validez de tal intención, lo que en el fondo demostraba el análisis de Simon era la enorme ausencia de formulaciones teóricas rigurosas que había acompañado hasta esos momentos a la denominada "ciencia de la administración"; este penetrante análisis pionero en la disciplina me permitió comprender muy a tiempo mi propia (de)formación profesional, pues los planes de estudio bajo los que normalmente se estudia la administración se limitan casi siempre a capacitar a los estudiantes en el manejo de cierto herramental técnico, manteniéndolos ayunos de ideas y huérfanos de teorías. Simon vino sin duda a marcar los primeros senderos de mi reeducación.

El resultado de este encuentro inicial se tradujo en un par de textos, los primeros de mi producción académica (Ibarra y Montaño, 1984, 119-144; Ibarra, 1985, 609-620), en los que discutí los aspectos fundamentales planteados por Simon, estableciendo desde entonces mis dudas y diferencias. Me molestaba su positivismo, me sorprendía la claridad y en cierto modo el cinismo con el que comprendía el comportamiento humano en las organizaciones. A lo largo de las páginas de El comportamiento administrativo (Simon, 1982a), no cejaba en su empeño por explicar cómo funciona la racionalidad humana y, en consecuencia, cómo se la podía conducir desde la empresa, reconociendo así las posibilidades de la ingeniería de la conducta humana, que se nutre de los saberes de las ciencias del buen gobierno--el management--(Guerrero, 2004, 71; Du Gay, 2005) y de los saberes psicológicos y terapéuticos, tan útiles para moldear las formas de trabajo y los estilos de vida (Foucault, 1990; Rose, 1996, 2001).

El gran empeño intelectual de Simon fue desde entonces edificar una ciencia de consecuencias prácticas, que permitiera conducir sistemas humanos complejos y sus artefactos, tanto en las organizaciones del ámbito de la actividad privada como en las esferas de la administración pública y la acción gubernamental (Simon, Smithburg y Thompson, 1968; Simon, 2001). Sustentado en el legado de Chester I. Barnard (Mitchell y Scott, 1988; Wolf, 1995), Simon reunió las piezas fundamentales para formular una nueva ciencia administrativa que pasa por el reconocimiento de los límites de la racionalidad, la satisfacción percibida, los niveles de aspiración del individuo y los mecanismos de influencia de la organización, constituyendo así todo un sistema de planeación de las conductas o de ingeniería social para orientar, con el apoyo de diversos artefactos, el comportamiento humano por los senderos de "la organización" (Simon, 2006, 167).

La presentación de la tercera edición en español de Las ciencias de lo artificial (Simon, 2006) es una excelente oportunidad para revalorar mis viejas dudas y diferencias en torno a los planteamientos de fondo de Herbert Simon, y a la vez ponderar la importancia y la influencia que han tenido sus aportes, no sólo en las disciplinas administrativas y organizacionales, sino sobre todo en las prácticas de diseño organizacional para la conducción del comportamiento humano, la toma de decisiones y la resolución de problemas.

SINGULARIDADES DE UN CIENTÍFICO DURO

Simon representa una de esas experiencias personales e intelectuales que se encuentran marcadas por la singularidad. Se trata de uno de esos raros individuos que encontró muy temprano su camino y lo encontró de una vez y para siempre. Desde entonces cultivó su monomanía, esa que lo ocupó siempre en una sola gran tarea, perfilando una personalidad obsesiva y obcecada, que desdeñó todo lo que lo alejara de su propósito (Simon, 2001). No sorprende, por lo tanto, su decisión de no leer los periódicos o de viajar sólo lo indispensable, pues consideraba estas actividades como una verdadera pérdida de tiempo (McCorduck, 2004, 474). Tampoco sorprende su inusual permanencia, a lo largo de 52 años, en el Instituto Carnegie de Tecnología, ni su reiterada afirmación de que sus hallazgos, alcanzados durante 40 años de investigación, se encontraban ya de alguna manera presentes en las premisas que orientaron su trabajo inicial (Simon, 1979a, 353).

Su preocupación giró siempre en torno a la toma de decisiones, "un problema que encontré en 1935--señala--y que ha permanecido siempre conmigo" (citado por Augier y March, 2004, 6; también Williams, 1978). Para abordarlo se consideró siempre a sí mismo como científico, antes que como ortodoxo seguidor de alguna disciplina. Por eso se le vio transitar por territorios tan diversos como la ciencia...

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