Las guerras libertadoras

AutorJuan Bosch
Páginas121-141
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Capítulo II
Las guerras libertadoras
La revolución que estalló el 10 de octubre de 1868 fue sangrienta y
devastadora durante diez años; fue todavía más sangrienta y devasta-
dora cuando se renovó en 1895. En su última etapa, al resurgir en 1930,
resultó menos dada a la destrucción de vidas y bienes, fundamental-
mente porque entonces la lucha se libró contra los aliados cubanos de
poderes extranjeros, no contra soldados extranjeros y aliados cubanos,
como había ocurrido en 1868 y en 1895.
En sus inicios el movimiento estuvo encabezado por los grandes
terratenientes de la porción oriental de la isla y sostenido por las masas
esclavas y por el pequeño propietario de esas regiones. La gran mayoría
de los jefes fueron señores de alcurnia, apellidos ilustres, si bien no
participaban, como los adalides del anexionismo, en el reducido círcu-
lo de los que gobernaban la economía del país. Al terminar ese primer
episodio de la revolución, ninguno de los que la encabezaron quedó en
la posición de antes. El mayor número de ellos murió, bien en combate,
bien fusilado, bien asesinado; todos, sin excepción, perdieron cuanto
tenían al comenzar la lucha. Céspedes cayó abatido en San Lorenzo, en
ocasión en que se hallaba solo, ya destituido cómo presidente de Cuba
libre por el Congreso que se formó. Y se mantuvo en la manigua; Agui-
lera murió en el destierro, arruinado, prácticamente solitario; Ignacio
Agramonte, el más destacado de los generales cubanos de esos días, cayó
en combate y sus restos fueron quemados y aventadas las cenizas.
Durante la toma de Bayamo, ocurrida en los inicios de la guerra, el
pueblo cantó por vez primera, con la letra actual, la canción nacional,
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que aún en nuestros días se llama Himno de Bayamo. La había compues-
to con anticipación Perucho Figueredo, hacendado, poeta y músico. La
escribió expresamente para que al estallar la revolución se convirtiera
en el canto de guerra de los cubanos libres; y sin darle letra la fue ha-
ciendo popular en todos los círculos de la ciudad. Cuando las fuerzas
criollas entraron en Bayamo, entre los vítores y las descargas comenzó
Figueredo a distribuir, desde lo alto de su caballo, la letra de la canción;
y mujeres y hombres, blancos y negros, levantaron sobre sus voces emo-
cionadas las simples palabras: Al combate corred, bayameses, que la
patria os contempla orgullosa; no temáis una muerte gloriosa, que morir
por la patria es vivir[…]” Años después esa canción resonaría por toda
la tierra de Cuba, por todos los rincones de América, cuyos pueblos
hicieron de la revolución cubana un estandarte de libertades propias.
Es un himno hermoso y viril, sin tener, sin embargo, solemnidad
alguna. De pronto, por su fondo pasa un trasunto de la Marsellesa, algo
así como si a lo lejos tronaran los mismos cañones que se oyeron en
Valmy. Pero cierta dulzura humana se impone a ese fondo, domina el
tumulto y alegremente campea allá arriba, como sobre la tierra cubana
la libre estrella en que estalla la palma. El Himno de Bayamo tiene ahora
una imponente introducción de cornetas; es para mí una desgarrada y
corta evocación de los que cayeron en la lucha, como si tocaran a si-
lencio por los muertos; súbitamente, del fondo de esa llamada solemne
surge el alegre canto, se alza la voz del pueblo: “Al combate corred,
bayameses, que la patria os contempla orgullosa[…]”
Perucho Figueredo murió en patíbulo, como murieron millares de
cubanos. El gobierno español cometió el error de llevar a los campos
de Cuba libre la misma pasión destructora que puso en la lucha de
Venezuela. Las familias que habían sido pudientes morían de hambre
en los bohíos de la manigua; los campesinos eran ultimados a bayone-
tazos en medio de los caminos reales; no se respetó edad ni sexo. Muerto
ya Agramonte, la multitud persiguió a su viuda, con fiereza para arre-
batarle su hijo de meses y matarlo. En uno de los cementerios de La
Habana apareció rayado el cristal que cubría la tumba de un periodista
español, acérrimo enemigo de muchos jóvenes estudiantes, niños casi
todos, fueron por esa sola causa. Ahora, cuando, cada 27 de noviembre

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