Otra guerra

AutorJosé C. Valadés
Páginas501-551
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Capítulo XVIII
Otra guerra
LA OSADÍA DE OBREGÓN
La situación de las fuerzas carrancistas al mando del general Álvaro
Obregón dentro de la Ciudad de México era, al empezar el mes de
marzo (1915), muy difícil, no tanto por las condiciones económicas
que prevalecían en la vieja capital, que graves y profundas mucho
atenaceaban a la gente de la pobretería, cuanto debido a lo incierto
que se presentaba lo porvenir, desde el punto de vista guerrero.
Para Obregón, se abría una grande interrogación respecto a los
futuros movimientos de sus fuerzas; porque sin tener apoyo guerre-
ro en el norte ni el oeste de la República, y asediado hacia el sur por
las fuerzas armadas del zapatismo, cualquier movimiento que lleva-
ra a cabo al frente de sus tropas, iba a depender más de la suerte que
de una táctica de guerra, por más hábil e inteligente que ésta fuese.
Aumentaba la intensidad de aquella situación de Obregón y de
los soldados que estaban bajo sus órdenes, el invariable designio del
Primer Jefe, de tener al general Obregón, no obstante que éste era
el comandante en jefe de las operaciones militares en la República,
bajo su mando directo y por lo mismo sin iniciativa, de manera que
todos los movimientos de tropa tenían que ser consultados y re-
sueltos por Carranza, debido a lo cual se perdía la independencia de
acción y el deseo de hacer méritos en campaña.
El trance sufrido con Villa, y que iba a costar sangre y carne a la
nación mexicana, servía ahora a Carranza de experiencia y de ad-
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vertencia preliminar, para no dejar al general Obregón la libertad de
iniciativa guerrera. Carranza, más que anteriormente, quería hacer
efectiva su función de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista;
aunque sin apreciar los posibles campos de batalla, ni conocer la
organización de los ejércitos en lucha, ni estar ligado al alma del solda-
do, ni hallarse en los frentes de batallas. Los propósitos de Carranza
eran muy prudentes, pero de ninguna manera factibles. Mandar sol-
dados desde un punto remoto; idealizar los movimientos y abaste-
cimientos de las tropas; trazar planes sin el examen previo de las
condiciones del suelo y las fuentes directas de los abastecimientos,
no correspondía a la guerra emprendedora ni a los tiempos de la
Revolución Mexicana. Creer en un orden político superior al orden
guerrero, no estaba de acuerdo, en ningún sentido, con el poder de
los caudillos ni de las armas.
Lejos, pues, de la cruda y efectiva realidad que exige la guerra,
el Primer Jefe, conducido por una ingenuidad casi infantil y por el
deseo de salvar al país del caudillaje, que era la amenaza de un siglo,
no quiso desprenderse de su mando como jefe del Ejército Consti-
tucionalista y sin restringir, pero tampoco dar facultades a Obregón,
mandó a éste que desocupara la plaza de México y retrocediera a
Veracruz. La orden del Primer Jefe era de aquellas que, al ser cum-
plida, tenía la capacidad de hacer o deshacer el constitucionalismo.
No comprendía ni un solo problema de estrategia ni una sola garan-
tía para el porvenir del constitucionalismo.
Aunque el general Obregón, humillado por el Primer Jefe cuando
éste, con prudencia, pero a par con mucha firmeza, le reprochó su
titubeante actitud frente a las decisiones de la Convención, trataba
de ser grato al Primer Jefe, como también quería significar a éste,
tantas veces como le fuese posible, la lealtad y respeto que le mere-
cían las órdenes superiores, al enterarse del acuerdo de Carranza
para que las fuerzas carrancistas abandonaran la Ciudad de México
y retrocedieran a Veracruz, comprendió cuánta escasez de atributos
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guerreros había en la mente y el alma de Carranza; y aunque estaba
resuelto a no desobedecer las órdenes del Primer Jefe, pero tampo-
co a ejecutar aquellas que contrariaban las más accesorias disposi-
ciones guerreras, creyó conveniente y necesario vetar en silencio
las disposiciones militares de Carranza. Para ello había que obrar
con inteligencia, sin dar a entender al Primer Jefe sus pocas o ningu-
nas aptitudes para dirigir la guerra, y llevar acabo aparentemente las
órdenes recibidas, a fin de realizar a las espaldas de tales órdenes,
los planes previamente estudiados.
Tratando así de distraer a Carranza sin contrariarle, el general
Obregón mandó establecer agencias de reclutamiento en Orizaba,
Pachuca, Puebla, Tlaxcala y otros lugares, con la cual podía tener
motivos para no abandonar desde luego la plaza de México; pues
había para ello una causa principal: esperar lo más posible, los re-
sultados del reclutamiento, con el objeto de fortalecer con las nue-
vas altas el cuerpo del Ejército de operaciones.
Y mientras que tenía cuenta y razón de los resultados del reclu-
tamiento en los puntos dichos, el general Obregón nombró a Gerardo
Murillo, persona de carácter emprendedor, teorizante del socialismo y
organizador de un partido político proyectado por Carranza, pero
inspirado en las ideas de las publicaciones norteamericanas Appeal
to Reason y The Call para que, penetrando activa y eficazmente en
los gremios obreros, atrajera a los líderes de la Casa del Obrero
Mundial hacia la causa constitucionalista, pero no sólo como meros
simpatizadores, sino como parte activa de la guerra; esto es, como
soldados de la Revolución.
La Casa del Obrero Mundial que, como ya se ha dicho, había sido
fundada por anarquistas españoles, no para servir a los intereses de
partido político alguno o a fin de dar apoyo a determinada facción
bélica, y por lo mismo estaba llamada a mantenerse al margen de las
batallas en torno al poder público, había tenido una actitud gallarda
desde su fundación, librando a los trabajadores del contagio de los

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