La guerra

AutorJosé C. Valadés
Páginas135-183
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Capítulo IV
La guerra
LAS ELECCIONES DE 1910
No obstante el contento oficial durante las fiestas septembrinas de
1910, ¡qué de presagios, todos contrarios a la paz doméstica y a la
posición del general Porfirio Díaz, traen los amaneceres de México!
Ignórase, puesto que no hay una competencia de partidos políti-
cos, ni una oposición popular debidamente organizada, ni se tiene a
Francisco I. Madero con aptitudes de caudillo, ni se ha empañado la
autoridad porfirista, ni se ha oscurecido el brillo personal de don
Porfirio; ignórase, se dice, cuál pueda ser el suceso de mañana, y
esto, porque el conjunto de circunstancias, hechos e ideas, ya no
tiene trabazón perfecta; trabazón que constituía el punto sustantivo
del régimen porfirista.
Madero está preso en San Luis Potosí, acusado de incitar a la
violencia y de ofender al presidente de la República; y entre tanto, se
han efectuado (26 de junio, 1910) las elecciones nacionales.
Éstas, ¡qué de sorpresas para todos! El presidente, para medir
la posibilidad de una democracia electoral, mandó que fuese cons-
truido un escenario abierto. Los partidarios del antirreeleccio-
nismo al solo tintineo de la libertad acuden a los comicios. Ganan la
mayoría de las casillas electorales en el Distrito Federal. No ejercitan
ninguna violencia ni el gobierno comete atropellos. Los ciudadanos
en santa paz e inoculta alegría están de pie en el concurso. El su-
fragio es libre. Unos votan al general Díaz; otros a Madero. Aquél
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José C. Valadés
lleva en la cédula de votación a Ramón Corral como candidato vice-
presidencial.
Don Porfirio va personalmente a una casilla. Es la primera vez
que se le ha visto en la fila de la responsabilidad democrática. ¿Ha-
brá cambiado de rumbo? ¿Se acercan nuevos días para la patria
mexicana? Los ciudadanos, ya porfiristas, ya partidarios de Madero,
están perplejos; pero asimismo gozan de aquel inesperado concierto,
que repara muchas faltas; que augura grandes bienes.
También, entre la multitud de votantes están el arzobispo de México
y los clérigos. Es el día cumbre de la democracia. ¡El pueblo mexi-
cano sí “está apto para votar”! El general Díaz, Limantour, Corral y
los teóricos del Partido Científico han vivido en el error. ¿Cómo lo
reconsiderarán?
Es tarde para retroceder. Las leyes del Estado, pueden ser muta-
bles; las órdenes del gobierno, no se modifican, sino a riesgo de ser
causa del derrumbamiento oficial.
Pudo don Porfirio percatarse de que la República podía tentar
y practicar un nuevo vivir político. Logró verificar lo que había
dicho a James Creelman, en 1908. Pero, ¿estaba en aptitud de in-
augurar una temporada a la que él no correspondía? Un presidente
no puede hacer todo lo que quiere; pero tiene la ventaja de espe-
rar la coyuntura para tender los puentes que desee a fin de preparar
la retirada.
Por de pronto, aunque con la seguridad de que el pueblo de
México quería una renovación de sistemas políticos y que para ini-
ciar esa renovación votaba a Madero, don Porfirio reaccionó, y sin
pérdida de tiempo, la voz oficial declaró que el general Porfirio Díaz
y Ramón Corral habían sido reelectos a la presidencia y vicepresi-
dencia. Los votos al candidato antirreeleccionista Francisco I. Ma-
dero quedaron anulados, unos; contados en minoría, otros. Triun-
fante, pues, el oficialismo, el gobierno dio por terminado el periodo
electoral y demandó al pueblo la vuelta al orden preciso e indiscu-
La guerra
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James Creelman, 1908

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