Goitia y Urbina

AutorAndrés Henestrosa
Páginas492-494
492
ANDRÉS HEN ESTROS A
No me mueve, Señ or, para quererte
el cielo que me ti enes prometido
ni me mueve e l infierno tan temido
para dejar por eso de ofender te.
Tú me mueves, Señor, muév eme el verte
clavado en esa C ruz y escarnecido
muéveme e l ver tu cuerpo tan herido
muéven me tus afrentas y tu muerte
Muéveme al fi n tu amor de tal manera
que aunque n o huviera cielo yo te amara
y aunque no hu viera infierno te temiera.
No me tienes que da r porque te quiera
porque aunque q uanto espero, no esperara
lo mismo que te qui ero, te quisiera.
14 de julio de 1957
Goitia y Urbina
Francisco Goitia me ha contado que, a principios de siglo, don Justo Sierra, Se-
cretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, organizó y presidió un homenaje
a Santiago Rebull, pintor que todavía no sabemos si era mexicano o español
de Cataluña. Con aquel homenaje, Sierra quiso ligar el nombre del pintor con
la cultura artística del país, otorgándole el primer perdón por haber pinta-
do al archiduque Fernando Maximiliano de Austria, el aventurero que soñó
levantar en estas tierras un trono. En ese acto, participó Luis G. Urbina, cu-
briendo un número del programa. Era el poeta todavía muy joven, pero ya
próximo a alcanzar la imagen que de él había anticipado Sierra en el prólogo
a sus primeras poesías. Como era frecuente en aquellos días, Luis G. Urbina, a
la manera de Manuel Gutiérrez Nájera, no rehuía la musa cívica y llegada la
hora, le daba hijos. Cuenta Goitia que Urbina dijo, con el temblor y entonación

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