Gloria y fama

AutorAndrés Henestrosa
Páginas800-802
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ANDRÉS HEN ESTROS A
por su forma, esa lágrima que un día, cuando menos lo piense va a subirle
hasta los ojos? Hay días en que estamos trabajados por tantas cosas, en que es
tan plena la infinita tristeza de vivir, que todo alcanza un compás desesperado
y tembloroso: la brisa más humilde tiene fuerza de huracán; la palabra más
fútil, sentido de transcendencia; y el pasajero hecho cotidiano augura un gran
dolor, y fiero. Un día de esos, escribió Porfirio Barba Jacob la “Canción de la
vida profunda”. La escribió con lágrimas, con tan verdadera desolación como
para que ya nadie intente volver a expresarlo.
En esas horas de gracia, un hecho inesperado precipita el diluvio; lo sé yo
por experiencia propia. Una palabra bien dicha, una afirmación de ésas que
conducen a la derrota, o a la soledad, porque todo el que lleva luz se queda
solo. Un pájaro que cruza, como dijo el poeta, lo mismo hace sonreír que llorar.
Así ayer. Si yo no tenía ganas de llorar, o necesidad, no lo sabía. Ninguna
sombra en el día, sino todo luz; nada en apariencia nos había agraviado; nadie,
al parecer, nos había ofendido. Pero he ahí que a la vuelta de una esquina
encuentro a un mocetón que conduce en brazos a una joven mujer impedida.
Zarcos los ojos, rubias las trenzas anudadas en la frente; una sonrisa inunda su
rostro de ángel. Muy rara vez ha de sonreír esta niña, por eso cuando sonríe,
derrama luz. O sonreirá siempre, lo que no puede ser sino una de esas mara-
villas que anonadan. Bastó eso para que de un solo golpe me soltara a llorar,
como un niño, a media calle, ante el azoro de los transeúntes. Un minuto. Y la
recompensa fueron unas horas apacibles y la promesa, otra vez formulada, de
servir a la vida y amarla.
12 de noviembre de 1961
Gloria y fama
En los últimos años hemos sido testigos de esta tremenda aberración: medir la
calidad de un libro por el número de sus ediciones; la de una obra teatral por
el número de sus representaciones o “telones”, en un flagrante olvido de que
existen muchos recursos para lograrlo. Desde luego, la propaganda, arbitrio
antiquísimo, pero siempre eficaz. Luego, lo exiguo de las ediciones que el edi-
tor, también en virtud de ese arbitrio, presenta exageradas. De algunos libros se
hacen dos o tres ediciones simultáneas, de tal manera que antes de ser agota-

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