García Narezo y las mujeres del Istmo

AutorAndrés Henestrosa
Páginas811-812
García Narezo y las mujeres del Istmo
José García Narezo es un joven pintor español. Hijo de Gabriel García Maroto,
escritor y pintor. José si no niño, vino chico a México, aquí pasó su juventud
y ha v ivido su madurez, así hombre como artista. Hecho al r itmo secular in-
doamericano, ha querido conocer a México, en sus gentes, en sus paisajes, en
sus mercados y en sus fiestas. En ese afán, y atrapado por la magia de Lorenzo
Carrasco, hizo un viaje a Juchitán, durante unas fiestas famosas. ¿Con cuál de
las tierras que ya conocía García Narezo pudo comparar a esta áspera, bronca,
cruel del Istmo? Con otras de México, imposible: junto con la de Yucatán,
la del Istmo de Tehuantepec es la que tiene un dibujo más personal. Desde
luego el imperio de las mujeres, doñas y señoras, es decir, dos veces due-
ñas de aquellas tierras, en otro tiempo quizá pobladas de amazonas, matronas
y “matriarcas”, si puede decirse así. Un suelo caliente en que esas mujeres
caminan descalzas, trabajan hasta muy bajo el sol y muy alta la luna, sin
pausas, mientras atienden los otros pequeños menesteres de la vida diaria.
Un mercado lleno de rumores, de idioma indio, de mujeres que ríen con la
boca o con las manos, aunque parezca un contrasentido. Viajero: cuando veas
que una juchiteca aplaude sin motivo, es que se está riendo. Unas mujeres que
cuentan, de un puesto a otro puesto del mercado, episodios tremendos, de la
más estricta intimidad, mientras otras mujeres escuchan, y luego celebran con
una carcajada o con aplauso, que entonces tiene su doble connotación. Todo
esto pudo ver García Narezo, con un azoro que ya me imagino, con una sonrisa
que es como la luz del entendimiento. Pero también pudo advertir que bajo
aquella costra caliente, palpitaba una ternura, igual que en pecho de sus gen-
tes. Aquellas mujeres, aquellos hombres de apariencia tan bronca, tenían que
hacerse violencia para no derramar ternezas y lágrimas. José García Narezo
vivió feliz en Juchitán, como ya antes, Walt Sjolander.
Volvió a la ciudad de México, contando las cosas que vio, porque para eso
se viaja, para contar ahora y cuando ya estemos viejos, lo que vimos en lejanos
días y en lejanas tierras.
Un día, cuando ya lo visto estaba ordenado en sus recuerdos, García Na-
rezo pintó el retrato de una matrona juchiteca, a quien observó bajo la gran
sombra de la gran higuera tutelar, tejer y guardar la casa. José pintó el retrato
de Simeona Ortiz, madre de su anfitrión: una mujer en cuya figura se resume
AÑO 1961
ALACE NA DE MINUCI AS 811

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