El futuro de la democracia cristiana chilena

AutorIgnacio Walker
Cargo del AutorDoctor en política en la Universidad de Princeton
Páginas224-266
224
VI. EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
CRISTIANA CHILENA*
IGNACIO WALKER
EN ESTE capítulo se argumenta que el futuro de la democracia cristiana chi-
lena (PDC) depende principalmente de su capacidad de enfrentar los desa-
fíos de la “sociedad naciente” y darles una respuesta. La sociedad naciente
ha sido resultado de los cambios económicos, sociales y culturales ocurri-
dos en las dos últimas décadas en Chile, con sus ventajas y desventajas, sus
omisiones y contradicciones, y en especial sus enormes posibilidades.
A la vez, consideraré la razón de que el partido haya decaído signi cati-
vamente, como es de esperar en una organización política: una burocracia
que tiene más de 60 años, si se toman en cuenta los de la Falange Nacional.
La fatiga se ve agravada dentro del partido por la actividad de grupos im-
pulsados por una búsqueda incesante del poder. Prácticamente se aíslan a
sí mismos de cualquier consideración por las ideas o por la gente, enfren-
tándose así al carácter distintivo y a la  losofía política particular del Parti-
do Demócrata Cristiano (PDC), que tradicionalmente fue concebido por sus
miembros como una “comunidad de personas”, esto es, una organización
en que la acción amistosa entre sus miembros era sumamente apreciada e
instrumental para el funcionamiento del partido.
LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Predecesora de la democracia cristiana chilena fue la Falange Nacional
(1938-1957). Después de separarse del Partido Conservador, la Falange Na-
cional desplegó las banderas del socialcristianismo, un movimiento dedica-
do a promover y poner en práctica las enseñanzas sociales de la Iglesia ca-
* Este capítulo es una versión ampliada de la ponencia que presenté en el seminario “Chris-
tian Democracy in Europe and Latin America” en la Universidad de Notre Dame, en abril de
1999. Se publicó una versión de ella como capítulo 3 de mi libro El futuro de la democracia
cristiana (1999).
EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA CHILENA 225
tólica, después de la publicación de la encíclica papal Rerum Novarum en
1891. El cristianismo social respondía a lo que entonces se llamaba “la cues-
tión social”, el principal motivo de fractura de la política chilena a princi-
pios del siglo XX.
Encabezados por unos cuantos jóvenes católicos inspirados en las ense-
ñanzas sociales de la Iglesia y actuando como una “minoría profética” con
poca representación electoral, la Falange emprendió un “prolongado cruce
del desierto” sin ser comprendida ni siquiera por la propia jerarquía de la
Iglesia católica. Pensaban, como lo expresó Eduardo Frei Montalva (1955),
que “ha llegado la hora de la verdad”. En consecuencia, en algún punto, sin im-
portar cuánto se tardara, podrían transformar la sociedad según esa verdad.
Ya había precursores del socialcristianismo en Chile desde  nales del
siglo XIX, personas de clara visión progresista como Juan Enrique Concha y
el diputado al Congreso Óscar Gajardo (que desde entonces ya hablaba de
una “democracia cristiana”), ambos representantes del Partido Conservador.
Este partido adoptó “las enseñanzas de las encíclicas sociales y en su conven-
ción general de 1901 las hizo parte de la ‘más alta’ aspiración del partido
para conservar y desarrollar el orden socialcristiano” (Pereira, 1994, p. 26).1
En la década de 1930, una nueva generación de jóvenes, formada du-
rante la dictadura del general Ibáñez (1927-1931) e imbuida del pensamiento
católico, vio en el Partido Conservador un lugar en el cual podrían poner en
práctica las encíclicas sociales de la Iglesia. Estos jóvenes fueron in uidos
decisivamente por sacerdotes, entre ellos fray Óscar Larson y los jesuitas
Fernando Vives y Jorge Fernández Pradel, ya familiarizados con la doctrina
social de la Iglesia. La encíclica papal Quadragesimo Anno de 1931 llamaba
al establecimiento de grupos de acción católica, organizaciones laicas y no
partidistas para promover la doctrina y los valores sociales ca tólicos bajo la
supervisión de la jerarquía de la Iglesia. La encíclica también llamó la aten-
ción sobre la crisis del Estado oligárquico y la explosión de la “cuestión so-
cial”, que había surgido a principios del siglo. Éste fue el marco en que esos
jóvenes ingresaron a la política.
Bernardo Leighton y un pequeño y selecto grupo de estudiantes, princi-
palmente de la Universidad Católica, decidieron ingresar a la organización
1 El autor añade que, junto con este antecedente que encuentra sus raíces en el socialcris-
tianismo europeo, había otro representado por personas como los historiadores y ensayistas
Alberto Edwards, Francisco Antonio Encina y Guillermo Subercaseaux, que estaban procu-
rando resucitar las tendencias autoritarias del monttvarismo. [El autor hace aquí una referen-
cia al presidente chileno Montt (1851-1861) y a su ministro Varas.]
226 DOS PARTIDOS DEMOCRATACRISTIANOS CONTEMPORÁNEOS
de la Juventud Conservadora en 1932, tras la caída del dictador Ibáñez
(al cual habían combatido). Esta decisión marcó el surgimiento dentro del
campo político chileno de una nueva idea progresista inspirada en el so-
cialcristianis mo. Bernardo Leighton, Manuel Garretón, Eduardo Frei,
Radomiro Tomic, Ignacio Palma y Manuel Francisco Sánchez estaban
entre sus principales  guras (Castillo Infante, 1997; Cash, 1986; Boye, 1986;
Grayson, 1968; Silva Bascuñan, 1949).
En 1934, Eduardo Frei y Manuel Garretón, los más importantes líderes
de la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC), rama de Acción
Católica, asistieron a un Congreso Internacional de Estudiantes Universita-
rios Católicos en Roma. Visitaron varios países europeos y en París cono-
cieron al renombrado teólogo católico Jacques Maritain.
Frei y Garretón regresaron comprometidos con el desarrollo de grupos
de Acción Católica y concentraron su acción política en torno de los proble-
mas sociales. Gradualmente se hicieron más conscientes de sus diferencias
con el Partido Conservador. A la postre, estas diferencias, en especial con
res pecto a las posiciones reaccionarias en el Partido Conservador, demos-
traron ser irreconciliables.
Por entonces, la proliferación de pequeños partidos con orientación so-
cialcristiana (el Partido Social Cristiano, el Partido Social Sindicalista, el
Partido Popular Corporativista y otros), y la independencia que empezaba
a a rmar la Juventud Conservadora, hicieron que los obispos chilenos con-
sultaran al Vaticano para saber si era correcto que surgieran partidos de
origen cristiano fuera del Partido Conservador. La respuesta del cardenal Eu-
genio Pacelli (1934), el futuro papa Pío XII, llegó pronto y fue bien recibida
por los jóvenes conservadores. Con su clara distinción entre la participa-
ción en la política como un “deber de justicia y caridad cristianas”, y la po-
lítica partidista en que diferentes grupos pueden llegar a “diferentes con-
clusiones”, la respuesta puso en claro que un partido político “no puede
pretender para sí mismo la representación de todos los  eles”, y que “a los
eles se les debe permitir la libertad que les corresponde como ciudadanos
para establecer grupos políticos especiales y participar activamente en
ellos” (González Cruchaga, 1997, p. 31).
La Juventud Conservadora realizó un congreso entre el 11 y el 13 de oc-
tubre de 1935, que reunió a los jóvenes inspirados por el pensamiento social-
cristiano. Ese acontecimiento puede considerarse el origen de la Falange
Nacional, el nombre que eligieron en ese congreso. La invitación expresa fue:
“Presentaremos ante nuestro país la integridad de nuestros ideales, la vita-

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