Entre fuego y cenizas, el recorrido triunfal de Carranza

AutorVicente Quirarte
Páginas24-38
1
Cuando la usurpación presidencial
encontró su fin, las fuerzas
revolucionarias se volcaron hacia el
interior del movimiento. La bandera
del respeto a la Constitución -herencia
primordial de Benito Juárez-, el brío
de los norteños comandados por un
fugitivo de la justicia porfiriana y la
dignidad agraria del estado de Morelos,
desenfundaron sus rifles y cortaron
cartucho para apuntar al adversario
que momentos antes había sido aliado
de lucha y amenazaba seriamente a la
Revolución.
La única posibilidad de equilibrio
entre las demandas de los caudillos
más agrestes, las normas legislativas
derivadas del constituyente de 1857 y
la restauración de la propiedad agraria,
fue una convención en suelo de un
estado neutral, “de buena tierra, de
buena gente, agua clara y cielo claro”.
Aguascalientes, Virtus in Aquis Fidelitas
in Pectoribus, fue la sede de la célebre
convención efectuada el 1 de octubre
de 1914 donde se acordarían el cese de
Carranza como encargado del ejecutivo,
la designación de Eulalio Gutiérrez
como Presidente interino y el llamado
a nuevas elecciones para legitimar a la
Revolución, acabar con la supremacía
de una facción y encaminar al país a la
reconstrucción nacional.
Carranza, detrás de sus espejuelos
cristalinos y miradas oblicuas, calculó
mal y anticipó bien. Pensó que en
esa reunión se perfilaría pronto como
candidato natural para ocupar la silla
del águila dorada y serpiente insurrecta.
Pero no fue así: se retiraría de la
convención donde villistas, apoyados
por zapatistas, impondrían su voluntad,
los declararía rebeldes, los imprecaría,
los negaría y juraría su destrucción.
Partió hacia Veracruz por un camino
de fuego y cenizas que llegaba hasta
las espumosas aguas del puerto sobre
las que se deslizaban, amenazantes, los
buques de guerra que trinaban silbidos
de plomo y la ignición fementida de una
invasión parcial.
Adiciones al Plan de Guadalupe,
promulgación decretista. Libertad
y gobierno. Aires de legitimidad
propagada en las puntas de las armas,
de Obregón, González, Treviño y Coss.
Dos años de un gobierno tropical
concluyeron cuando los zapatistas
acendraron su localidad y los villistas
se alejaron al corazón de las arenas
septentrionales para consumirse entre
mulas, pajales, arrieros y ocres polvos.
El camino de vuelta a México no sería
ya uno de fuego y cenizas, sino otro de
cantos rodados pulidos de antemano por
la abrasión del brío constitucionalista.
Entre fuego y cenizas, el recorrido
triunfal de Carranza

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