Frida, la mutilada

AutorAndrés Henestrosa
Páginas147-148
hispanoamericana. Claribel Alegría, sin perder el más hondo acento femenino,
el más estricto timbre de mujer, nos entrega una poesía altiva, sin lágrimas
ni quejas, sin que por eso deje de estar invadida de angustia, temblor y sen-
timiento amoroso, que es el que mueve el sol y las otras estrellas, que dijo el
sabio cantor de Beatrice.
Buen viaje, Claribel. Y mientras algún día vuelves, se quedan aquí con
nosotros las sílabas de tu bello nombre y de tu encendida poesía.
10 de mayo de 1953
Frida, la mutilada
Una ambulancia se detuvo frente a la casa número 12 de la calle de Amberes.
De ella descendieron a Frida Kahlo que a esa hora asistía a la apertura de una
exposición de sus obras. Antonio Magaña Esquivel y Raúl Ortiz Ávila en cuya
compañía llegaba yo, nos detuvimos atónitos ante aquel doloroso espectáculo.
Vestía Frida el fastuoso traje de Tehuantepec, pero complicado con adornos y
aditamentos de su invención: anillos, listones, collares, aretes, con tal profu-
sión que la más audaz tehuana o juchiteca no conseguiría reunir de un modo
tan armonioso. Y en medio de todos aquellos colores, fulgía el rostro de líneas
enérgicas en el que destacan las anchas cejas, los ojos deslumbrantes y la boca
que finge una hoja roja que se hubiera desprendido de su huipil. Estaba Frida
idéntica a aquella muñeca que hace años compré en el mercado de Juchitán, y
que puso en sus manos Áurea Procel.
Yo, como todo el mundo, la sabía enferma, pero ignoraba que en los últi-
mos meses ya casi no se pone de pie, sino que permanece postrada en una
cama que es cuna, túmulo, tálamo, trono, ataúd y sepulcro. Y cuando espera-
ba encontrarla sentada en medio de la sala, rodeada de sus cuadros y de sus
amigos, la encontré en su lecho de espinas, aunque también de rosas. Porque
en esta mujer y artista extraordinaria andan juntas las dichas y los pesares, la
plegaría y la blasfemia, la cólera y la ternura, la vida y la muerte, sin contrade-
cirse, sino bien maridadas.
La escena tenía mucho de fiesta y velorio. Y se prestaba a encontradas re-
flexiones. Una destacó desde el primer momento en mi ánimo: la de recordar
el hálito de catástrofes y de muerte que fue inseparable de nuestras manifes-
AÑO 1953
ALACE NA DE MINUC IAS 147

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR